José
Leonardo Rincón, S. J.*
La liturgia católica tiene sus propios tiempos y ritmos. Desde el
miércoles pasado o de ceniza, concluidos los carnavales y sepultado Joselito,
entramos en un período de 40 días conocidos como Cuaresma. Para muchos, no es
otra cosa sino que “el que peca y reza empata”, es decir, después de unos
cuantos dias de desaforo hay que ajustarse y volver al orden. Para otros, pareciera
ser, hasta por el color morado de las
vestiduras que se emplea para las ceremonias, un tiempo lúgubre, triste,
apagado, sin sabor. Algunos otros asociarán estos días como un necesario cambio
de dieta los viernes, porque dejan de comer carnes rojas y pasan a comer
pescados y mariscos. No es justo, no es exacto, en realidad es mucho más que
eso. Veamos.
Como seres humanos necesitamos tiempo para todo, así como nos lo
describe bellamente el libro del Eclesiastés. De hecho, con sus diversos
matices y peculiares características, otras religiones tienen señalados días o
meses para el ayuno y la penitencia. Pienso en el Yom Kippur judío y en el
Ramadán islámico.
En nuestro caso, el Papa Francisco, siguiendo el sentido pleno de este
tiempo cuaresmal, nos está convocando a la reflexión, la oración, la
penitencia, el ayuno y la limosna.
Poder dedicar en medio de nuestro estrés cotidiano un tiempo para hacer
un alto y reflexionar, resultaría ser un ejercicio de lo más saludable. Vivimos
agobiados por el corre-corre contra reloj, el afán de producir resultados con
el máximo de eficiencia, no paramos, parecemos autómatas en ese frenesí
consumista. De modo que hacer un alto, frenar para pensar respecto de nuestra vida y
lo que estamos haciendo, es algo necesario y conveniente. Es más, no debería
ser únicamente porque ahora nos lo piden, sino que convendría fuese una
práctica diaria que en mucho nos ayudaría a ser mejores seres humanos.
La invitación también es a orar. No simplemente rezar, esto es, repetir
fórmulas preconcebidas, que también podrían ser, pero que esperarían ir más allá,
es decir, dialogar natural y espontáneamente con el Señor de la vida para
contarle nuestras cuitas con frescura y sin poses o amagos de apariencia alguna,
para sentir su fuerza reparadora, para refrescar esa alma árida y reseca, para
alimentar esa famélica dimensión espiritual y trascendente que todos poseemos
pero que por vergüenza reprimimos o descuido olvidamos.
Se nos pide practicar la penitencia y el ayuno, dos expresiones que
connotan claramente restricción y carencia. Pues bien, en medio de la
abundancia y el boato que nuestra sociedad idoliza, la invitación es a sentir
de vez en cuando los efectos de la pobreza de tantos que no necesitan de la Cuaresma
para practicarlas pues las viven a diario. Abstenerse conscientemente de algo
que a uno le gusta o quisiera y que pudiese tener y disfrutar, no sería mero
estoicismo sino la capacidad de mostrarse a sí mismo que se puede renunciar
libremente a algo que puede ser superfluo y baladí y, mejor aún, que quizás es
importante y necesario. Dejar al menos temporalmente ciertas rutinas hedonistas
tiene un efecto muy positivo y muchas veces inimaginado.
Finalmente, y no por ello menos relevante, aparece en escena la limosna,
una práctica cenicienta que siempre alude a dar de lo que a uno le sobra,
generalmente parcas chichiguas que se entregan con asimetría y desdén, para
zafarse de lo que uno ya no usa o necesita, para tranquilizar conciencias o
para obtener beneficios tributarios. Nada de eso. Estrechamente vinculada a la
penitencia y el ayuno, precisamente la limosna sería la ocasión perfecta y
feliz para compartir de lo que se posee y tiene, más todavía, para dar
generosamente de lo que uno disfruta y requiere, sin remordimientos ni a
regañadientes sino gustosa y alegremente.
Llegó la Cuaresma, vuelve y juega, ¿Cuántas hemos vivido que valgan la
pena?, ¿por qué no ahora regalarse estos días para la reflexión, la oración, la
penitencia, el ayuno y la limosna verdaderas? Los invito a hacerlo y
experimentar la auténtica felicidad. Entonces y sólo entonces se comprenderá el
auténtico y genuino sentido de este bello tiempo: ¡Cuaresma, vuelve y juega!