Por Pedro Juan González Carvajal*
Es
más que lamentable que en este dichoso país tengamos que convivir con la
intranquilidad y la violencia como compañeras permanentes de viaje.
No
podemos pasar un período de tiempo razonable sin que se dé un acontecimiento de
alguna magnitud que nos estremezca a todos, sin dejar de reconocer que a diario
se suceden una cantidad de aconteceres que lamentablemente se convirtieron en
parte del paisaje, como el asesinato de líderes sociales, de soldados, de
policías, de reinsertados, de niños, de
niñas y de mujeres violentadas, aunados a los crímenes propios de la
delincuencia común y asociados a las inseguridades varias en medio de las
cuales sobrevivimos.
Cada
tanto actualizamos la tragedia de turno y cambiamos el tema de conversación.
Alguien sostendrá que ¡ya basta!, que ¡los buenos somos más!, y que ¡los malos
no pasarán! Frases de cajón enmarcadas dentro del manejo simbólico del derecho
en el que se escudan quienes tienen las riendas del Estado y brillan por su
incapacidad para enderezar el camino torcido hace muchos decenios.
Las
malas noticias no hacen sino distraernos de asuntos que están temporalmente en
proceso y sobre los cuales no se vislumbran soluciones, lo que hace que estemos
caminando permanentemente en medio del estercolero, levantando esporádicamente
las cabezas ante los sucesos infames, para luego seguir con nuestra febril
trayectoria hacia la deriva.
Por
más dolorosa que sea la tragedia de turno, no podemos bajar la guardia con los
otros variados temas que nos afectan hasta la médula y sobre los cuales muchos
intereses ocultos tratan de opacar con cortinas coyunturales de humo: la
viabilidad de Hidroituango, la iniciativa de seguir vendiendo por pedazos a Ecopetrol,
las nuevas solicitudes de licencias mineras para la explotación del Páramo de
Santurbán, la audiencia por pérdida de investidura de Macías, la captura de la
secretaria de la Fiscalía Anticorrupción, la presentación de nuevas pruebas en
contra del fiscal por parte del senador Robledo, las movilizaciones por la
educación y la corrupción, la denuncia sobre la mala calidad de distintas obras
de infraestructura en proceso o por entregar y la crisis de los refugiados
venezolanos, entre otros varios.
Ahora
comenzarán las campañas electorales del orden departamental y municipal, para
completar nuestro tradicional sainete.
Es
vergonzosa la cantidad de gobernadores y alcaldes enredados en este cuatrienio por
causa de la corrupción. No podemos dejar que esto pase. Sería un grave pecado
de complacencia, tolerancia o complicidad, permitir que personajes oscuros se
presenten a la competencia democrática y mucho menos, llegar a elegir a
personajes de dudosa reputación. Como decían los abuelos, “en la duda, abstente”.
Sería
importante que la Procuraduría y la Fiscalía asumieran el compromiso histórico
de tomar las acciones que sean aplicables para no permitir la aparición de este
tipo de sujetos o de sus testaferros, situación que hasta el momento no se ha
presentado.
De
igual manera, exigir claridad con respecto al compromiso de los candidatos con
relación a la continuidad o no de las obras y programas que encontrarán en
proceso o en desarrollo.
Insistimos
en la necesidad y conveniencia de dotar a Medellín con un adecuado centro de
espectáculos, de un velódromo techado y de un autódromo que cumpla con las
exigencias de la Fórmula 1.
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