Por Antonio Montoya H.*
Recientemente
en un artículo hablé crudamente sobre la inoperancia de la justicia nuestra, y
de lo poco que da resultados frente a los diversos y frecuentes delitos que se
cometen. Me permití, remitiéndome a años pasados, enumerar una serie de actos
de corrupción, crímenes y otras acciones delictuosas que no han tenido fin; sí,
muchos avisos y comentarios de prensa, pero no consecuencias reales frente a
los delincuentes del sector público y privado que han acabado con las fuentes
de ingresos del Estado, robando los dineros públicos, utilizando triquiñuelas
jurídicas para beneficiarse ellos y el grupo de
delincuentes que los acolitan y los que matan, violan y roban y que aún
están campantes en las calles de las ciudades.
Basta
ya de dilaciones, no abusen de la paciencia ciudadana, fiscal general,
magistrados de las altas cortes, jueces, investigadores judiciales, por favor
no engaveten en los anaqueles y escritorios los documentos y expedientes que
contienen las investigaciones, juzguemos y condenemos.
Si
el país no ve acciones contundentes y claras frente a los corruptos no habrá
paz ni justicia legal; se promoverá la justicia que hoy está en boga, creciendo
como la espuma, y es la de la justicia social por las propias manos, desbocada,
sin posibilidades de control, que actúa bajo la acción de las masas promovidas
por personas que bajo la ira, la pasión, el odio, la venganza, solucionan los
problemas por sus propios medios. Es así como vemos diariamente, en barrios, en
municipios y ciudades, que, en casos como violaciones, atracos, víctimas de la
violencia familiar, los que perciben esos actos salen armados de palos, piedras
y lo que encuentren para acabar con ellos, para evitar que sean detenidos y
sueltos posteriormente a las tres horas o pocos días después, sin recibir
sanción alguna.
Ese
fenómeno social de justicia privada debe terminar y con seguridad se puede
lograr, sino sigue imperando la decidía, la inoperancia y la lentitud judicial
a todos los niveles.
Casos
recientes que molestan a la sociedad son los de los Nule, que ya están por
fuera de la cárcel, no han devuelto dineros, o los de aquel político que no
tiene dinero, debe al Estado pero anda en carros de lujo; o el del senador,
hermano del alcalde ya en su casa, sin pena ni gloria, cuando él y sus
compinches se robaron un departamento y luego siguió con la capital de Colombia,
erosionando el patrimonio de los habitantes, o aquellos que pegan, maltratan a
sus compañeras, esposas o novias; o el de un candidato a la alcaldía de Bogotá,
el artista que casi mata a su novia a patadas, o el periodista que ya en dos
ocasiones ha sido violento con su esposa, en fin, todos son actos de
conocimiento público, repetitivos, sin consecuencias, que solo, como lo dije
anteriormente, salen a la luz pública porque el periodismo ya sea radial o
escrito lo comunica, pero, ellos mismos a los dos días lo olvidan porque la
noticia diaria así lo obliga y la vida debe seguir.
Nosotros,
los ciudadanos no nos contentamos con la noticia, ni con la simple detención de
los causantes de los delitos, queremos y exigimos justicia, no la divina, sino
la terrenal, que podamos verla y que ella, por grave que sea, permita que los
delincuentes se abstengan de terminar con este país y sus ciudadanos. Insisto en una pronta y eficaz
justicia, no a las investigaciones exhaustivas que no conducen a nada.