Por: Julio Enrique
González Villa
Exprofesor titular
Facultad de Derecho y Ciencias
Políticas
Universidad Pontificia Bolivariana.
“¡He aquí el tinglado de la antigua farsa! Con frágiles bambalinas de papeles
marchitos, se ha erigido en un rincón del senado el tabladillo donde pasa la
escena no interesante, pero sí interesada. El gestor de la acción, este Crispín
de ahora se diferencia del de la farsa benaventina en que carece de la donosura
y brillo del ingenio, del ademán gallardo y cortés y del decir pulcro y
castizo. Se diferencia también en que el Crispín antiguo sabía separar las
acciones mezquinas y plebeyas de las nobles y generosas, apareciendo siempre
como un celoso criado en servicio y honra de su señor. Este Crispín de ahora no
se esfuerza para otros sino para sí mismo y no acierta a disimular sus codicias
y concupiscencias. La trama sí es la misma, solamente más burda y menos embozada,
los intereses creados perseguidos de todos lados en una labor de muchos años y
zurcidos con la paciencia de una fámula metódica, para allegar y conducir hacia
los fines personales que Crispín persigue todos los deseos turbios, todas las
concupiscencias sórdidas y mezquinas que en uno o en otro momento de la vida
hacen flaquear a los hombres débiles.
Los personajes son los mismos y conocidos de la comedia de arte italiana:
no tan regocijados como solían, porque se han visto envueltos en muchas
pequeñeces que los tienen tristes, ni tan vistosos, porque se han despojado de
los vestidos de telas recamadas y brillantes rasos, para disfrazarse con
muestras modernas y vulgares americanas, a fin de aparecer como senadores los
ciudadanos para disimular la tramoya. El más vecino de Crispín, Pinoquio, que
es el más debilillo, suele estar siempre dormido. A él se dirige primero el
director de la farsa:
¾Pinoquio, amigo mío, ¿no es verdad que soy un grande hombre?
(Pinoquio, que estaba dormido y no oyó la pregunta, sabe
de sobra lo que tiene que responder. Sobresaltado se incorpora y dice:)
¾Señor don Crispín; vuestra merced es un grande hombre.
Y dice Crispín:
¾Pantalón, ¿dónde está Pantalón, protegido y pariente mío, no es verdad? ¿Que
yo soy desinteresado?
Y Pantalón que ha sido gerente usufructuario de las
farsas de Crispín, responde sin vacilar:
¾Sí, mi señor don Crispín, pariente y protector mío; vuestra merced es
desinteresado.
Luego le toca el turno al venerable señor Polichinela, a
quien Crispín pregunta:
¾Señor Polichinela, amado primo mío; ¿no es verdad que yo fui nombrado
ministro?
Y el vetusto señor Polichinela, responde:
¾Sí, cierto, ciertísimo, amado primo, fuiste nombrado ministro.
Luego le toca la vez al magistrado, al que se presenta
rozagante, a diferencia de la comedia donde aparece con el fúnebre birrete.
¾¿No es verdad, señor magistrado, que yo soy un ejemplar demócrata en tales
y cuales actividades de Antioquia?
Y el magistrado hubiera respondido si una irreverente voz
del auditorio no le hace ver que este no es su sitio y que se ha olvidado en
otra parte su obligación”.
Así comienza el demoledor discurso el
famoso orador y senador de la República, después presidente de Colombia, el
doctor Laureano Gómez, en el recinto del Senado cuando decide cuestionar al
otro famoso senador antioqueño, don Román Gómez Gómez, el Hombre de Marinilla,
llamado así por Laureano, y a quien atacó por su fama, de ayudarle a sus
coterráneos.
Román Gómez Gómez era el dueño de la
política del conservatismo en Antioquia, de ahí el calificativo de “romanismo”
a la colocación de parientes, amigos, conocidos o recomendados; cualquier
parecido con el actual Decano de la Escuela de Derecho y Ciencias Políticas de
la Universidad Pontificia Bolivariana es “mera e infeliz coincidencia”.
Este célebre episodio, que acabó con
la fama y el poder de don Román Gómez Gómez, se dio el 9 de agosto de 1932,
durante el gobierno de Enrique Olaya Herrera (1930-1934), quien subió al poder
no sólo por el apoyo del Partido Liberal, a pesar de la oposición de Alfonso
López Pumarejo, sino de parte importante del Partido Conservador, pues Olaya
Herrera aceptó la candidatura ofrecida por los liberales, sí y sólo sí, fuese
una candidatura de concentración nacional, no liberal, lo que atrajo al
conservatismo antioqueño, liderado por don Román Gómez Gómez.
Obviamente que un personaje de talla
santandereana como Laureano Gómez, pues aunque nació en Bogotá, sus
antecedentes son de Santander, conocidos por su radicalismo, no aceptaba
“componendas” de esa naturaleza y se enfrentó al conservatismo antioqueño
liderado por Román Gómez Gómez, dando lugar a la radicalización del liberalismo
en manos de quien sucedió a Enrique Olaya Herrera, esto es, en manos de Alfonso
López Pumarejo, quien encabezó la Revolución en Marcha, y en cuyo gobierno,
sectariamente liberal, sucedieron los hechos que dieron origen a la Universidad
Pontificia Bolivariana.
Cuando se lee el discurso brutal de
Laureano Gómez, parece surrealista, pero la escena la he visto plasmada, burda,
en la Escuela de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad Pontificia
Bolivariana.
El tinglado de la farsa de Jacinto
Benavente en sus “Intereses creados”,
está calcado en los que ocurre actualmente en esa otrora gran fábrica de
juristas, pues “mejor que crear afectos es crear intereses” (Acto II, Escena
IX)
Acaso en el tabladillo de la Facultad
de Derecho, ¿no hay una escena interesante, pero sí, interesada?
Acaso ¿no hay un decano que “no se
esfuerza para otros sino para sí mismo y no acierta a disimular sus codicias y
concupiscencias”, como es el apoderarse de la Facultad y excluir a aquellos que
se atreven a opinar diferente?
Acaso ¿no existen en la Facultad de
Derecho “los intereses creados perseguidos de todos lados en una labor de
muchos años y zurcidos con la paciencia de una fámula metódica, para allegar y
conducir hacia los fines personales que Crispín persigue”?
Acaso, ¿no se ha convertido la
Facultad de Derecho en la propiedad de dos distinguidas familias?
Acaso, ¿no se ha acallado la libertad
de expresión, al reprimirse violentamente con la sentencia irrecusable
pronunciada por el señor decano de expulsar a quien opine diferente?
Acaso, ¿no se ha violentado la
Academia al desconocerse el grado de profesor titular de un académico que ha
dedicado a la Facultad más de 30 años?
Acaso, ¿existió algún proceso, alguna
fórmula de juicio, alguna queja, alguna recriminación, para que el profesor,
víctima del nuevo tinglado de la farsa, se hubiese defendido?
Sólo la vanidad, el capricho, la
sentencia irrefutable del nuevo Crispín, ¿bastan para tamaña injusticia?
A pesar de no estar de acuerdo con
Laureano en su catilinaria, me veo obligado a parodiarlo y copiarlo, para
recriminar como se tiene que recriminar al nuevo Crispín de la Escuela de
Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad Pontificia Bolivariana:
“Y
tú, Crispín, mal hombre, el del tinglado de la farsa, violador de la Constitución
y de las leyes”, al violar las leyes de la decencia, y del decoro,
irrespetando los derechos adquiridos de un profesor titular.
“¡Tú!
Crispín, aprovechador de las influencias oficiales en favor de tus personales
ambiciones y de las de tus parientes allegados y servidores.”, ¡Tú! Crispín,
que has osado desvincular un profesor titular para vincular a tu propia hija.
¡Tú, Crispín, negociador mendicante de clases y
profesores, colocando y deponiendo, obedeciendo a tus intereses creados!
“¡Tú,
violador del sagrado” derecho de la libertad de cátedra “para aprovecharlo en tus negocios y
maquinaciones políticas!”
“Tú,
Crispín, que te disimulas mal por los pasillos de los ministerios, las
administraciones”, los Consejos Directivos y Académicos, la rectoría, “recogiendo los” provechos “de una administración complaciente para
alimentar la inmensa caterva de los tíos, los sobrinos y los parientes”,
aún los del primer grado de consanguinidad.
“Tú,
Crispín, que violas el sacrosanto” debido proceso “que
no debiera ser perturbado para hacer cieno con las cenizas y tratar de
arrojarlo contra mí creyendo, iluso, que me detendrías en el camino de la
justicia”.
“Tú,
calumniador sin imaginación que no has podido respaldar tus osados” hechos sino con
falsas motivaciones y la desviación de poder.
“Tú,
sobre cuyos hombros pesa, y pesará eternamente, la tragedia horrible de una” Facultad y
Escuela “despedazada por tu codicia
criminosa y a cuyos oídos llega el inextinguible reproche de tu delito que ha
hecho víctima a un hogar inocente”.
“Tú,
Crispín, que mancillas con tu presencia” la decanatura, “llenas el ámbito con la sombra de tus” pasiones,
“has querido convertir la” Escuela de Derecho
“en una cosa abyecta que no podamos venerar porque con tu inmerecida exaltación
la envileces y rebajas y que no podrá volver a ser grande mientras te halles
aquí sentado”.
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