Por José Alvear Sanín*
Esta
semana se anunció la adquisición del 50% del Grupo Semana por parte de los
banqueros Gillinski, que con esta operación probablemente recuperan acreencias;
parecida a la que, en su momento, el grupo Sarmiento Angulo debió hacer tomando
el control de El Tiempo. Quedan así los cuatro cacaos mayores —Sarmiento,
Santodomingo, Ardila y Gillinski— “controlando”, al parecer, los medios masivos
del país: prensa, radio y tv.
Poco
conviene a la democracia el dominio de los medios por parte del gran capital,
aunque es peor la situación cuando todos ellos están en poder de una dictadura
totalitaria.
Para
que haya prensa “libre” se requiere combinar veracidad, objetividad, respeto
por las ideas ajenas y un apreciable grado de imparcialidad, porque nadie puede
declararse “neutral” frente al delito, el terrorismo, el racismo, el
narcotráfico…
Winston
Churchill, por ejemplo, durante la II Guerra Mundial llegó a preguntarse si la
“neutralidad” de Irlanda era contra Gran Bretaña.
En
Colombia se presenta una situación única y paradójica, porque los medios
pertenecientes a los mayores billonarios están al servicio de la extrema
izquierda, incrustada en todos ellos ante la pasividad de sus propietarios,
únicamente preocupados por el PyG.
Ese
renglón, por obra de la actual transformación de las comunicaciones, está muy
deteriorado. Se preguntan entonces las gentes por el continuado servicio de los
cacaos a sus implacables enemigos, cuando llegue la revolución en la que
colaboran sus columnistas.
Durante
los ocho años de Santos, el apoyo de los medios al aterrador “proceso de paz”
se explica, especialmente en El Tiempo, por los beneficios del Grupo Sarmiento
Angulo, mediante proficuas concesiones en infraestructura y en especulación
financiera, otorgadas por el gobierno.
Pero
con cifras rojas operativas cada vez más inocultables, ¿por qué razón siguen
los diarios al servicio de la extrema izquierda, si el actual gobierno es
totalmente alérgico a la mermelada?
La
culpabilidad de los cacaos, entonces, se explica por su indolencia e
indiferencia ante todas las variables del mamertismo.
No
es entonces de extrañar la desinformación, en un país donde los medios no se
inmutan por el robo de un plebiscito, ni por la implementación
anticonstitucional de 320 páginas mediante centenares de leyes y decretos para
controlar el Estado, ni por convertir a los criminales en legisladores, ni por las
230.000 hectáreas de narcocultivos, ni por la politización y corrupción de la
justicia, ni por el desorden público generalizado…
En
esas condiciones es fácil hacer creer que estamos en paz, que las FARC son
ahora un partido político pacífico, que hay “disidencias”, que la erradicación
manual es eficaz, que las universidades están en la miseria, que en Colombia no
se puede repetir lo de Venezuela, que Petro ahora es enemigo de Maduro; que la
derecha siempre es criminal e ignorante, mientras la izquierda es inteligente,
culta, incorruptible, democrática, pacífica, noble, altruista, etcétera.
En
los medios cooptados por el marxismo cultural se respira una apariencia de
imparcialidad. El Espectador, del Grupo Santodomingo, que desde hace años es
más radical que Voz, del partido comunista, tolera, sin embargo, las admirables
columnas de Darío Acevedo Carmona y las ocasionales, pero no inferiores, de
Mauricio Botero Caicedo, mientras en El Tiempo se permitía la de Saúl Hernández
Bolívar, especialmente valiosa por su impecable factura, amplia información,
ponderación y agudeza de juicio. Sin duda, era la mejor en ese decadente
diario, de donde acaban de despedirlo, siguiendo la purga que se inició desde
la llegada a la codirección de Enrique Santos Calderón. Menos mal que, para
seguir dando la sensación de neutralidad, lo reemplaza Salud Hernández- Mora...
***
El
grotesco periplo de la carta de la JEP, solicitando pruebas, con violación
hasta de la ley que la creó sin esas facultades en materia de extradición, es
también alarmante, porque la ministra se prestó para una maniobra en beneficio
de un individuo solicitado por la justicia de los EEUU. Si en Colombia operase
correctamente el derecho, el fiscal debería llamarla a indagatoria, para ver si
hubo colusión entre ella y la JEP, o si apenas su conducta se enmarca dentro de
la “filosofía” de “unas de cal y otras de arena”, de un gobierno que persigue a
los terroristas del ELN, mientras a los de las FARC trata con guantes de seda,
lo que también es intolerable.
***
Entreverada
con unos desventurados amores, Zimna Wojna (Guerra Fría) narra la opresión
cotidiana en la Polonia de la postguerra. Esta admirable cinta (2017), del
director anglo-polaco Pawel Palikowski, merecedora de unas 90 distinciones por
fotografía, música, dirección y actuación, se acerca a la perfección.