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martes, 10 de enero de 2023

De cara al porvenir: retos de la educación en América Latina

Pedro Juan González Carvajal
Por Pedro Juan González Carvajal*

La educación superior en el planeta vive, después de la pandemia, uno de los momentos más complejos de su historia. Y no es que los hábitos de los humanos, especialmente de los estudiantes actuales o potenciales haya cambiado, así como los de los docentes, sino que existe un replanteamiento con respecto a la justificación de invertir casi un lustro de vida para prepararse en algún área de conocimiento sin que ello asegure oportunidad laboral alguna, frente a otras alternativas válidas como obtener rápidas certificaciones en temas puntuales que permiten un rápido y rentable acceso al mercado, al menos de manera temporal y trabajando bajo la figura de proyectos.

Sin embargo, existen causas objetivas que dificultan el desarrollo apropiado de este nivel de educación por estas latitudes.

Sea lo primero, la indeterminación generalizada del tipo de ciudadano que estos países quieren formar y la falta de definición en términos económicos de cuál es o cuáles son los sectores estratégicos que apalancarán su actividad económica en medio de un mundo completamente globalizado. Si esto no está claro, hablar de investigación y de pertinencia será una quimera.

Lo segundo es la inexistencia de un reconocible sistema de educación que sepa articular los diferentes niveles educativos desde la formación básica, la formación secundaria y la educación superior. La educación superior sostiene que los insumos que recibe son estudiantes mal preparados desde la primaria y secundaria, mientras que los responsables de estos niveles sostienen lo contrario.

Lo tercero, la imposibilidad práctica de reconocer y tratar a la educación como un derecho fundamental que debe garantizar que todos los niños, los jóvenes y los adultos tengan las mismas posibilidades y el acceso real a una educción oportuna, pertinente y de calidad, lo cual lleva a que la iniquidad nazca desde las propias aulas escolares al no poder garantizar que, en cualquier parte de los territorios, la educación dada al estudiante por maestros idóneos sea de igual calidad. Reconociendo las diferencias estructurales, la educación rural y la urbana deben converger en objetivos comunes.

Lo cuarto, la discusión presentada como bizantina pero sesgada por un condicionante político con relación a la distinción que se hace entre la educación pública y la educación privada, sin haber podido superar el hecho que la educación es un servicio público prestado por distintos tipos de agentes, respaldado lo anterior por una legislación y una normatividad voluminosa y casi siempre anacrónica. Los discursos políticos se enfocan casi siempre en el aumento de la cobertura y el mejoramiento de la infraestructura.

Lo quinto, la dificultad para configurar autoridades educativas modernas que sepan manejar simultáneamente lo administrativo –profesores, infraestructura, logística y medios entre otros ingredientes– y lo pedagógico –el currículo, lo curricular, la evaluación, la capacitación de docentes, entre otros variados aspectos–. No necesariamente los administradores saben de educación, ni los educadores saben de administración.

Lo sexto y como resultado de lo reflexionado en algunos de los puntos anteriores, el manejo de estereotipos bien intencionado que exigen de la educación superior, de la docencia, la investigación y la extensión como las actividades fundamentales y estructurantes de todo el proceso, muchas veces sin tener en cuenta ni respetar las diferencias geográficas, biodiversas, socio económicas, multiculturales y políticas de los habitantes que se asientan en los distintos territorios.

Lo séptimo, la pérdida de reconocimiento y valoración social de la profesión de maestro socaba uno de los pilares con los cuales se ha construido la sociedad moderna, en compañía de los jueces, los policías y en algunos lugares, los sacerdotes. Lo anterior ha llevado a no tener el suficiente personal docente debidamente capacitado, la dificultad de contratar personal idóneo de tiempo completo, la necesidad de recurrir a profesores de cátedra, y muchas veces entender que la profesión de maestro se entiende como marginal y que, además, sirve de escampadero mientras se consigue una actividad laboral más estable.

Lo octavo, hay que reconocer que lo que estamos viviendo y de lo cual somos testigos y partícipes directos es un cambio de época o una época de cambio donde el vector direccional es el vertiginoso desarrollo de la tecnología en todas sus facetas.

Lo noveno, el mundo actual es un mundo volátil, incierto, complejo y ambiguo, donde se hace necesario que sea desarrollada para el estudiante, a través de los procesos educativos, una verdadera conciencia geográfica e histórica.

Por último, en décimo lugar, hay que reconocer que vivimos en un entorno donde las comunicaciones nos atosigan de manera multidireccional y donde los medios nos inundan de contenidos permanentemente, generando sensaciones de la existencia de múltiples realidades, donde la intimidad, el derecho a la información, la reserva, la ética y la legalidad se encuentran ante unos descomunales desafíos.

En fin, la Universidad, así con mayúscula y en singular, desde Bolonia hasta nuestros días, es una institución milenaria y seguro seguirá existiendo, pero en su actual situación, debe replantearse para que su impacto siga siendo el que la sociedad requiere.

domingo, 18 de abril de 2021

¡El problema de haberle vendido el alma al diablo! Parte dos

El problema de haberle vendido el alma al diablo dos

Luis Guillermo Echeverri Vélez
Por Luis Guillermo Echeverri Vélez

– Parte Dos. Del Populismo. (Serie Cultura de la Legalidad)

La política importa, y está en manos del sector privado y los medios productivos de la economía, que son los que generan empleo y bienestar, evitar que el populismo se trague la democracia.

Todos cometemos errores, eso está claro. El asunto difícil es, cómo reconocerlos y corregirlos. Y aquí, en la lucha por el poder, parece que se vale de todo y los partidos políticos ya le vendieron el alma al diablo del clientelismo.

Pareciera que en las próximas elecciones “vamos a pagar, justos por pecadores”, a cuenta de la ausencia de entendimiento de los partidos sobre lo elemental que implican los valores fundamentales de la democracia, y de las estúpidas e irresponsables indolencias de un fardo de inútiles que dicen que quieren ser presidentes, sin estar preparados para sortear la recuperación económica de un país entero después de una pandemia global, y que no se dan cuenta de su incapacidad para suplir en solitario, las necesidades de desarrollo socio-económico de la nación.

Colombia necesita la continuidad del camino trabajador y honesto, constructor de legalidad, que le ha marcado al país el actual presidente en medio de dificultades sin precedentes. No es criticando al gobierno que se conserva el espíritu democrático. Miremos bien en la frontera nororiental y en nuestras calles, las consecuencias de haber dejado descarrilar los valores esenciales de una democracia.

Se demanda una persona, sensata, honorable, con buena experiencia de vida y vocación de servicio, que sepa administrar y que sea capaz generar compromiso con el deber ser y la legalidad. No es solamente cuestión de un nombre reconocido en el sector público, ni de inflar un muñeco famoso de la política que nos presida por otro período. La cosa es, poder contratar a alguien debidamente acreditado para la responsabilidad democrática que confiere el mandato.

Aquí a un ciclista o a un futbolista para ser contratado o para llegar a la selección Colombia, a un profesional para ser gerente o presidente de una empresa privada importante, le toca pasar por un estricto proceso de acreditación y validación. Tiene que tener un parte de sanidad física y mental, credenciales que validen una calidad probada, una trayectoria efectiva y un buen comportamiento; en resumen, comprobar realidades que lo acrediten como el más competente para el oficio.

Pero cuando de ser candidato a presidente o de vivir del Estado se trata, parece que los criterios de selección de la gente se invierten y contradicen el deber ser y los valores de cualquier otro proceso de selección en búsqueda de excelencia.

Parece que para ganar el favor de los que se acreditan el poder de la formación de opinión, hay que manejar un discurso bien mentiroso y presentar todo un cuento que encubra las verdaderas intenciones que tenga un sujeto, pues, mientras más escandalosa y atrabiliaria sea su arenga, más mencionada y reconocida resulta ser la persona.

La cosa es, que no nos hagamos trampa con lo que digan las especulaciones tempranas de los medios y encuestadores, donde cualquiera puede ser candidato sin que medie un verdadero proceso de precalificación fundamentada en una trayectoria honorable y efectiva de servicio a la democracia que debían cumplir unos partidos que hoy solo están dedicados a la rebatiña por medrar de la misma canoa.

Tal y como se presenta el panorama actual, parece que vamos a un mundial en el báratro, con un equipo de mochos. ¿Habrá que volver a importar jugadores ajenos al manoseo de la hacienda pública, capaces de romper todos los esquemas politiqueros?

¿Será la elección, entre un mediocre incapaz de mantener el orden democrático que enmarcan las leyes y que garantiza la libertad, o caer al abismo totalitario a manos anárquicas de un corrupto faccioso con mascará de líder social de oposición al establecimiento y apoderado de un discurso propagandístico cargado de falsedades y resentimiento, que apele al descontento social y al odio de clases para engañar la juventud, en la misma forma que se pregona que ha sido engañado por quienes hasta ahora han tenido la responsabilidad de conducir la nación?

Pues el problema del populismo es como dice el refranero, que: “La mona, aunque la vistan de seda, mona se queda”. Y es que quienes se auto nominan y quienes se autodenominan de oposición, “ni rajan ni prestan el hacha”. Son lo mismo de lo mismo, ya que sus actos y sus conductas personales solo encubren un pasado y un presente corrupto y en veces hasta criminal, pues todos practican una politiquería clientelista, sucia y parasitaria que no podemos desconocer.

Terminemos diciendo que tristemente no existen en Colombia verdaderos movimientos y partidos políticos con valores, y que esto es: “río revuelto, ganancia de pescadores”, pues se perdió la verdadera vocación democrática y los conceptos ideológicos partidistas fueron reemplazados por las mentiras más convenientes para engañar al pueblo que todos pregonan representar.

Reflexionemos. Hablémosles a los padres, y como padres a los jóvenes con sinceridad sobre nuestros errores, hablémosle de la importancia de que, en su sed de cambio, no se dejen endulzar el oído por el populismo y perdamos los rieles de la libertad y el orden sobre los cuales rueda la justicia que acarrea el desarrollo en las democracias.