viernes, 19 de diciembre de 2025

Tiempo de alegría y reflexión

Luis Alfonso García Carmona
Luis Alfonso García Carmona

Es imperativo reconocer que vivimos un tiempo trastornado por la agitación política, la criminalidad desbordada, la ausencia de una correcta dirección del Estado, el temor por el recrudecimiento del terrorismo y el inequitativo trato a las personas más vulnerables.

No es extraño, entonces, que gran parte de la población se hunda en una profunda indiferencia por los asuntos relacionados con la política y opte por enclaustrarse en sus propias necesidades y anhelos, en despreocuparse de la suerte de los demás y en vivir apartada de los intereses colectivos.

La llegada de la Navidad es una óptima oportunidad para hacer un alto en este desdichado camino, para celebrar con sana alegría el advenimiento del Señor Jesucristo, nuestro Padre y Creador, hecho hombre para compartir las flaquezas y sufrimientos de todos los seres humanos.

Es el acontecimiento más trascendental en la historia de la humanidad, aunque lo queramos convertir en una francachela para rendir culto al consumismo, a los excesos en la búsqueda de toda clase de placeres mundanos y al olvido de la verdadera razón de la celebración.

La invasión de culturas extrañas, acompañada de un modernismo sin gracia y sin fundamento cultural, nos ha llevado a cambiar nuestras tradiciones cristianas (la Novena de Aguinaldos, el pesebre de Belén, la adoración a la Sagrada Familia, los villancicos, las reuniones familiares acompañadas de nuestra gastronomía criolla) por inventos que nada tienen que ver con nuestra idiosincrasia ni nuestras creencias  (el Santa Claus, los abetos, los renos, el árbol con luces, el consumo exagerado de alcohol, etc.)

Pasado el efímero efecto de este frenesí, queda el vacío, la resaca y el regreso a nuestra triste realidad. ¿Por qué no reflexionar con calma sobre la búsqueda de la verdadera alegría y el cumplimiento de nuestra misión como hijos de Dios en nuestro paso por el mundo terrenal?

Máxima guía en esta reflexión debería ser la frase del apóstol Pablo: “Estén alegres en el Señor”. Solo así sentiremos una profunda alegría que nacerá en nuestros corazones y se proyectará a nuestros seres queridos y al prójimo en general. Es tiempo de examinar nuestras vidas, reconciliarnos con el Señor si nos hemos apartado de su palabra, y preguntarnos cómo podemos aportar algo en la solución de los desastres que agobian a nuestra patria.

La indiferencia por los intereses de nuestros coterráneos no puede enmarcar nuestro paso por el mundo. El mandato de “Amaos los unos a los otros” no es una simple sugerencia, es de obligatorio cumplimiento para todos los hijos de Dios. No nos refugiemos en la excusa de que estamos hastiados de la política para no participar en ella. Si nosotros no lo hacemos, los representantes del mal, sí lo harán. Por eso su voto valdrá más que el nuestro.

En la satisfacción del deber cumplido y en el seguimiento del mandato divino del amor al prójimo encontraremos la más profunda y duradera alegría, la que no se encuentra en la banalidad del placer material. No lo dudes.

Esta reflexión es hoy, más que nunca, trascendental para la suerte futura del país, enfrentado a la más terrible amenaza de toda su historia. Quienes tenemos la fortuna de haber recibido las enseñanzas evangélicas tenemos una inmensa responsabilidad: salvar al país, defender la patria de sus peores enemigos, emprender la reconstrucción nacional para reimplantar los principios cristianos y valores democráticos pisoteados por el régimen actual.