Luis Alfonso García Carmona
“Vanidad de
vanidades, dijo el predicador; vanidad de vanidades, todo es vanidad.3 ¿Qué
provecho tiene el hombre de todo su trabajo con que se afana debajo del sol?”, Eclesiastés,
1:2-18
Es una verdadera
lástima que, en el momento más oscuro de nuestra historia republicana, cuando
se requiere del concurso de las mentes más brillantes de nuestra sociedad para
sacar el país del abismo de descomposición moral y material que nos deja como
legado el paso de la izquierda radical por el gobierno, la carrera por la
Presidencia de la República se haya convertido en una feria de vanidades,
en un banal debate sobre lo superficial que asegurará la prolongación de
este funesto régimen por varias décadas.
Por más que buscamos en
las intervenciones de los candidatos serios planteamientos sobre la realidad
nacional, estrategias eficaces para derrotar a los enemigos de la
democracia, o programas de gobierno que convoquen a los potenciales
electores a una unión de las bases en medio de la confusión reinante, solo
nos topamos con agresiones verbales contra quienes deberían ser sus aliados, y
superficiales propuestas para justificar campañas cuyo único objetivo es llegar
a la Presidencia para satisfacer personales ambiciones, no para dar una inaplazable
solución a los múltiples daños sufridos por nuestra nación.
Vale la pena recordar a
algunos este pensamiento: “hemos nacido para colaborar, al igual que los
pies, las manos, los párpados, las hileras de dientes, superiores e inferiores.
Obrar, pues, como adversarios los unos de los otros, es contrario a la
naturaleza.” (Meditaciones, Marco Aurelio, Libro II, pag. 59)
Reparemos en que esta
irracional actitud sólo tiene un beneficiario: Petro, quien terminará
imponiendo un candidato de su coalición para prolongar nuestra agonía.
La reciente decisión
del Consejo de Estado de desautorizar la inscripción de Daniel Quintero, uno de
los favoritos del guerrillero-presidente, en lugar de perjudicarlo, fortalece
la candidatura de Iván Cepeda ya que no tendrá contendores de peso dentro
de la izquierda para llegar al solio de Bolívar.
Solamente un cambio
sustancial de estrategia puede salvar a Colombia de la derrota, pero hay,
por fortuna esperanzas que debemos alimentar en lugar de persistir en el inútil
debate de las vanidades.
Primero. No
busquemos la unidad de unos cuantos dirigentes carentes de poder para ejercer
disciplina en sus respectivas bancadas, como lo hemos observado al constatar el
bloqueo que algunos de sus parlamentarios han aplicado al trámite del juicio
por indignidad que se adelanta contra el camarada presidente. La unidad real y
verdadera se consigue uniendo en una sola fuerza política a las enormes
mayorías que a lo largo y ancho del país se aglutinan para gritar “fuera,
Petro”. Una carta de intención suscrita por 4 o 5 representantes de los
desacreditados partidos políticos no garantiza la unión. Solo quedaría blindada
la unidad mediante la incorporación de todas las fuerzas democráticas a una
sola organización en la que estén representados los partidos, pero también
los grupos cívicos independientes y candidatos “outsiders” que compartan
su rechazo al funesto régimen narcoterrorista. Es decir, un “Frente
Patriótico.”
Segundo. En lugar de
los llamados al odio de clases que acostumbra la extrema izquierda o de las
“frases de cajón” que emplean la mayoría de los aspirantes para captar la
atención de las masas, hay que tener un programa de gobierno que se ajuste a
las necesidades más apremiantes de la comunidad, a la tarea de reconstrucción
nacional que es necesario emprender después del desastre que nos deja el régimen
actual y a la actualización del país en lo político, lo económico y lo
social, para alcanzar el bienestar de todos los gobernados y el futuro de las
generaciones por venir.
Tercero. Debemos
tener la suficiente madurez para distinguir entre lo que más le conviene al
país en esta situación “de supervivencia”; debemos dejar a un lado
nuestras preferencias o sentimientos, para apoyar con decisión y entusiasmo una
solución que responda a los ideales que aspiramos para nuestra Patria y que
cuente con reales recursos humanos, técnicos, financieros y logísticos para dar
con éxito esta batalla cultural entre el bien y el mal.
Me refiero al fenómeno
político que ha constituido el lanzamiento del abogado Abelardo de la
Espriella como candidato independiente. Sus programas son compartidos con
fervor por las gentes de todos los estratos y regiones que desean seguridad,
guerra contra la corrupción y el crimen, defensa de la familia, apoyo a la
empresa privada, generación de empleo, solución al tema de la salud, reducción
del tamaño del Estado, etcétera.
En pocas semanas su
candidatura ha logrado el primer lugar de favorabilidad en las encuestas y la
tendencia sigue en aumento a medida que desarrolla su intensa campaña por todo
el territorio nacional. Cuenta con suficientes recursos, especialmente en lo tecnológico
y las comunicaciones, para dar la pelea a los contrincantes de la izquierda, y
ha guardado prudencia y respeto frente a las críticas injustificadas de quienes
deberían compartir su lucha conta la dictadura narcoterrorista.
No malgastemos nuestro
tiempo y esfuerzo en apoyar la vanidad o la mediocridad; empleémonos a fondo en
la “reconstrucción nacional” con el candidato que mejor interpreta esta
aspiración de los colombianos.
