miércoles, 10 de septiembre de 2025

Modelo educativo Raíces y alas

María Cristina Isaza
María Cristina Isaza

Una propuesta para recuperar la brújula del país y crear el “Colombian Dream”

Colombia atraviesa un punto de quiebre. La inseguridad aumenta, la corrupción se normaliza y la desesperanza se extiende (8 de cada 10 jóvenes sueñan con emigrar, en vez de soñar con el “Colombian Dream”). Pero más allá de las cifras de homicidios, pobreza o desempleo, el verdadero problema es más profundo: hemos perdido la brújula moral y ética que orienta a las sociedades prósperas.

Sin esa brújula, nos quedamos atrapados en un círculo vicioso: corrupción tolerada, violencia justificada, victimismo como excusa y facilismo como aspiración. Y mientras tanto, seguimos esperando que aparezca un líder mesiánico que resuelva lo que solo puede cambiarse si los colombianos decidimos asumir nuestra responsabilidad.

La salida no está en un nuevo caudillo ni en más programas asistencialistas. Está en una revolución educativa y cultural que forme ciudadanos responsables, con propósito y preparados para el mundo que vivimos. Una transformación que combine tres ejes:1. Educación basada en ética y valores (como los promovidos por la filosofía estoica). 2. Educación en el ser y su propósito y 3. Competencias para la cuarta revolución industrial. De esto se trata Raíces y alas.

Cultura ciudadana y cultura del cuidado

No hay prosperidad posible sin cultura ciudadana. Países donde la gente respeta la fila, cuida el espacio público, cumple las normas y rechaza la trampa son países que progresan más allá de sus recursos. La verdadera riqueza no está solo en el subsuelo, sino en la manera en que nos comportamos los unos con los otros.

En Colombia necesitamos rescatar esa cultura ciudadana: entender que el bien común empieza en las pequeñas decisiones diarias, que el respeto a la norma es la base de la confianza social y que la convivencia exige responsabilidad individual y corresponsabilidad.

Junto a ella, urge promover una cultura del cuidado. Cuidar de uno mismo (salud física y mental), de los demás (familia, comunidad) y de lo común (espacio público, instituciones, recursos naturales). No se trata de ambientalismo extremo ni de moralismos, sino de responsabilidad práctica: aprovechar nuestras riquezas naturales con buenas prácticas (explotación responsable, desarrollo regenerativo para cumplir los sueños de Colombia), proteger el orden urbano, respetar la autoridad legítima y valorar el tejido social como patrimonio.

El aporte del estoicismo: disciplina y carácter

El estoicismo enseña que no podemos controlar todo lo que ocurre, pero sí cómo respondemos. Para un país acostumbrado a culpar al Estado o al pasado, este mensaje es crucial: ¡la transformación empieza en el contenido del carácter individual y depende de nosotros hoy!

Necesitamos volver a enseñar valores estoicos como:

* Responsabilidad personal y corresponsabilidad: cada acción tiene consecuencias, pensar en el impacto en el entorno.

* Disciplina: no hay libertad sin orden y esfuerzo sostenido.

* Autocontrol: dominar impulsos y ser honestos en la toma de decisiones.

* Justicia y deber: respetar la ley, cumplir la palabra, entender que el bien común está por encima de la conveniencia personal.

* Resiliencia positiva: no resignarse al dolor, sino aprender de él y usarlo para crecer.

Cultivar la virtud desde la primera infancia, ya que los niños sientan las bases de su carácter y valores desde sus primeros años de vida. Es importante formar ciudadanos fuertes, menos manipulables y más conscientes de su rol en la sociedad. La enseñanza de la ética, los valores morales y el buen comportamiento social, deben volver a ser eje transversal en la educación.

Educación en el ser

La falta de sentido vital y propósito colectivo es una de las grandes enfermedades de hoy: padres excesivamente alcahuetas, permisivos e indulgentes que no enseñan de límites, constancia, responsabilidad, deberes, etcétera, derivan en jóvenes sin propósito que terminan atrapados en drogas, ideologías divisivas (woke), problemas de salud mental o la apatía. Una educación transformadora no solo transmite información: ayuda a los niños a descubrir que su vida tiene un sentido y un valor único. También a descubrir sus dones, lo que les da un propósito personal y de servicio positivo en la sociedad.

Hablamos de forma práctica: gratitud, autoconocimiento, servicio, reconocimiento de la complementariedad entre lo masculino y lo femenino. Un joven con un fuerte sentido de identidad y con raíces firmes cimentado en valores positivos no necesita la aprobación de las bandas delicuenciales del barrio, ni cae en la trampa del populismo. Su brújula interior lo hace más fuerte que cualquier ideología de moda. Jóvenes creativos con autoconocimiento y conectados con su centro (con equilibrio emocional), tienen más carácter, confianza y autoestima. Además, son más flexibles y resilientes, cualidades necesarias en un mundo que cada vez cambiará a mayor velocidad, lo cual exige constante “reinvención”.

Preparar para la cuarta revolución industrial

Mientras el mundo se transforma a toda velocidad, la educación colombiana sigue anclada en paradigmas del pasado. Nuestros jóvenes deben prepararse para un entorno de inteligencia artificial, automatización y competencia global. Eso exige enseñar:

* Pensamiento crítico, comprensión lectora y análisis racional, para distinguir hechos de propaganda.

* Competencias digitales y éticas, para usar la tecnología como herramienta y no como dependencia.

* Creatividad y emprendimiento, para generar riqueza en lugar de esperar subsidios.

* Habilidades blandas: comunicación, liderazgo, trabajo en equipo (colaborar), adaptabilidad (importantísima para un mundo que cada vez cambia más rápido).

* Meritocracia y cooperación, donde el éxito se mida por esfuerzo y talento.

* Bilingüismo

La revolución educativa debe unir valores y competencias: carácter firme con habilidades modernas.

Lecciones de otros países

No estamos condenados al atraso. Países que enfrentaron crisis más graves lograron transformarse.

* Corea del Sur: más pobre que Colombia en los años 50, apostó por la educación rigurosa y la cultura del esfuerzo. Hoy es potencia tecnológica.

* Singapur: sin recursos naturales, construyó una sociedad próspera con civismo, bilingüismo y meritocracia.

* Estonia: tras la independencia soviética, apostó por lo digital y la formación ciudadana. Hoy es líder mundial en gobierno electrónico y educación.

* Alemania: del colapso total en 1945 pasó al “milagro alemán” gracias a disciplina, formación técnica y memoria responsable.

En todos los casos, la clave fue la misma: formar ciudadanos responsables, disciplinados y preparados para el futuro.

Resultados esperados

Una revolución educativa y cultural de este tipo tendría resultados concretos en la vida de los colombianos:

Salud mental y bienestar: menos depresión, ansiedad y consumo de drogas en adolescentes. Mayor autoestima, propósito y resiliencia positiva.

Convivencia y cultura ciudadana: reducción del bullying y violencia escolar. Jóvenes más cooperativos y conscientes de su papel ciudadano.

Educación y rendimiento académico: mejores resultados en Pruebas Saber y PISA. Menor deserción escolar. Más acceso a educación técnica y superior.

Seguridad y prevención: menos reclutamiento, disminución del microtráfico y mayor rechazo a la ilegalidad. Nuevos referentes positivos para jóvenes.

Superación pobreza: más emprendimientos juveniles, habilidades para la cuarta revolución industrial, inserción laboral más rápida y efectiva.

Cohesión y amor por Colombia: más jóvenes dispuestos a construir su futuro aquí.

Una política de Estado, no de Gobierno

Esta transformación no puede depender del partido de turno. Debe convertirse en política de Estado: sostenida, blindada y de largo plazo. Corea, Singapur y Estonia lo lograron porque hubo consensos básicos sobre educación, cultura ciudadana y preparación tecnológica.

Colombia necesita un pacto mínimo: educar en valores, propósito y competencias modernas. Ese debe ser el legado de cualquier presidente que asuma en 2026, más allá de colores políticos.

El llamado

Tenemos talento, recursos y ubicación estratégica. Nos falta carácter colectivo. Este se forma con valores, fortalecimiento del ser (propósito, ¿para qué?) y educación pertinente.

Raíces y alas no es un programa más: hablamos de la condición para que Colombia sea cívica, segura, innovadora, justa y próspera. La verdadera libertad solo es posible con orden, responsabilidad y ciudadanos con propósito.

La gran revolución educativa, nos devolverá la brújula moral, sembrará ciudadanos que no toleren la corrupción ni los populismos. Debe ser un pacto nacional adoptado en 2026, pues Colombia no aguanta más improvisación y división. Necesitamos un norte común claro.

Recuperemos nuestra brújula moral, eduquemos con pertinencia y hagamos de la cultura ciudadana y del cuidado un motor transformador.