lunes, 22 de septiembre de 2025

La impunidad es el mayor enemigo de la justicia

Luis Alfonso García Carmona
Luis Alfonso García Carmona

No hay día, en estos últimos tres años de desamparo, que no nos traiga un nuevo motivo de disgusto y desesperación. Nos referimos hoy a la bofetada que se ha propinado a las víctimas del más grave conflicto de nuestra historia.

Durante casi seis décadas la narcoguerrilla de extrema izquierda ha sometido al pueblo colombiano, especialmente el de las pequeñas poblaciones y las zonas rurales, a la más diabólica barbarie: genocidios, asalto de poblaciones, destrucción de infraestructura (oleoductos, líneas eléctricas, estaciones de policía), secuestros, extorsiones (eufemísticamente hablando, “vacunas”), reclutamiento forzado de menores y abuso sexual de los mismos, abortos forzados de las reclutadas, desplazamiento forzado de campesinos, daños al medio ambiente con la voladura de oleoductos y laboratorios de cocaína, invasión de la propiedad privada y abigeato.

Una de las graves consecuencias del espurio y humillante acuerdo de La Habana, suscrito por Juan Manuel Santos con los facinerosos de las FARC fue la creación de un tribunal a la medida de los guerrilleros, el cual sólo ha servido para blindar con impunidad sus crímenes y para perseguir a los soldados y policías que los combatieron.

Después de 9 años de existencia, el tribunal de marras, la JEP, acaba de producir la primera sentencia contra los cabecillas de la organización criminal de las FARC, condenándolos a irrisorias penas alternativas de 8 años, sin pagar un solo día de cárcel.

Es la más contundente demostración de que no existe justicia en Colombia. Nadie entiende que mientras se castiga a estos delincuentes con simbólicas penas, un expresidente de la República, acusado de haber influido supuestamente en algún testigo, esté condenado en primera instancia a 15 años de cárcel, y los cabecillas de las FARC, responsables de genocidios y crímenes de lesa humanidad hayan sido elevados a la categoría de Padres de la Patria, concediéndoles curules gratis en el Congreso de la República. Se sentó el precedente de que el crimen, cuando sea cometido por la izquierda radical, es premiado y que a quien no comparta esta ideología se le aplicará la ley, aunque se vulnere el debido proceso y el derecho a la defensa.

Desafortunadamente no es el único ejemplo de la ausencia de justicia en nuestro país. Recordemos todo lo que ha pasado con el “Cartel de la Toga”, monumental tráfico de fallos a favor de quienes cuentan con recursos para pagar para su propio beneficio; o el sonado caso del bandido Santrich cuya fuga fue propiciada por varios tribunales; o los responsables de la enorme corrupción que nos ha escandalizado durante tres años, quienes no han podido ser condenados o se han fugado del país con el patrocinio del Gobierno; o los criminales que no pueden ser extraditados ni detenidos porque se les convierte en “gestores de paz” a pesar de su prontuario; o los delincuentes encallecidos de entrar y salir de las cárceles, que a diario los deja en libertad una justicia tolerante y cómplice, para que sigan amedrentando a la población; o los procesos que duermen el sueño de los justos en manos de una fiscal general, unida por estrechos vínculos con el Presidente.

Como decía Louis Farrakhan: “Realmente no puede haber paz sin justicia. No puede haber justicia sin verdad. Y no puede haber verdad, a menos que alguien se levante para decirte la verdad.”

Todos los esfuerzos que hagamos por la paz serán vanos, mientras no construyamos un eficiente e imparcial sistema de justicia basado en las siguientes premisas: 1) Eliminar el origen político de su cúpula (magistrados, fiscal); 2) Sustituir los nombramientos a dedo (clientelismo), por la designación por méritos, e implementar una verdadera carrera administrativa para ascender a cargos más elevados; 3) Establecer un sistema de control y vigilancia de todos los despachos judiciales para que cumplan con sus funciones y con los términos judiciales con arreglo a la Ley; 4) Despojar al Congreso de la potestad de adelantar y fallar procesos contra magistrados y altos cargos, para lo cual se creará un tribunal para aforados independiente del Congreso. A su vez, este tribunal juzgará a los congresistas para eliminar todo conflicto de intereses; 5) reforma a la ley penal y al procedimiento penal para ajustarlos a las necesidades de orden público, combate al terrorismo, el narcotráfico y la corrupción reinantes en el país.

Hay que regresar a la verdad para que haya justicia. Por lo tanto, es absolutamente indispensable terminar con la vigencia del Acuerdo de La Habana. El señor Santos no estaba autorizado para suscribirlo pues el pueblo colombiano, por medio de un plebiscito, rechazó ese acuerdo. Fue validado en forma ilícita por una coalición del Congreso mediante una simple proposición, sin fuerza legal y, luego, convalidado por la Corte Constitucional de ese entonces, quien manifestó que el proceso del plebiscito no había terminado y podía continuar en el Congreso. Todavía los abogados no hemos podido encontrar un prevaricato del tamaño de este que fraguaron a espaldas del pueblo los amigos de Santos.

Se requiere, además, que alguien se levante para decir la verdad a los colombianos. Pues la verdad es esta. Hay que derogar ese demoníaco acuerdo y reconstruir la administración de justicia para que haya paz y para que Colombia sea viable.