José Alvear Sanín
Hay una discusión permanente, entre tres
grupos que otean el devenir electoral:
1. Los que siempre hemos creído que
Petro aspira, como dictador comunista, a quedarse en el poder, con primera
reelección en 2026, para lo cual entrega el territorio a los narcoterroristas
con el fin de justificar, al final del mandato, el autogolpe, y quedarse,
cambiar la Carta y reelegirse.
2. Quienes piensan que, impotente para
cambiar la Constitución, Petro se hace reelegir en un dócil y subalterno cuerpo
ajeno.
3. Quienes dicen que “vamos a ganar en
2026”, que ya falta menos de un año, que las “instituciones son muy sólidas,
bla, bla, bla... y que nos vamos con el que sea, con el que aparezca en marzo
2026.
Ahora bien, hagamos abstracción de Trump
y Venezuela, que es el gran Si condicional, para analizar lo que significa el
lanzamiento de Iván Cepeda.
No hay duda de que Petro quiere
reelegirse, pero la aspiración de Cepeda plantea serios interrogantes:
1. ¿Está dispuesto Petro a aceptar que
el Politburó del partido comunista lo cambie por Cepeda, que haya que obedecer
y, además, ejecutar todos los delitos y trapisondas electorales, para hacer
presidente a otro?
2. O, ¿será capaz Petro de negarse a
obedecer y, ya sin capacidad de reelegirse, maniobrar para que la convención
del Pacto Histórico, en vez de Cepeda, escoja un “cuerpo ajeno” como candidato
suyo?
La respuesta no es difícil: la
escogencia del candidato del Pacto Histórico depende de la decisión del
Politburó y, por eso, hay que analizar quién, entre Petro y Cepeda, es más apto
para hacer que en Colombia se radicalice el proceso y se establezca una copia,
más o menos completa, de la revolución cubana, ideal tanto del uno como del
otro.
Entre ambos no hay diferencia moral,
pero sí conductual. Los dos son comunistas de obediencia castrista, pero allí
termina el parecido.
Petro, gárrulo y mendaz, es la viva
imagen del lumpen, embriagado por la vida lujosa de jeque que lleva y que
solamente le puede ser dada por el abuso presidencial de hoteles, viajes,
comitivas, aviones...
En cambio, Cepeda es frío, calculador,
cerebral, impenetrable, racional, taciturno, lacónico, conciso. Sin duda
alguna, es el Lenin colombiano, en tanto que el otro no pasa de ser un
culebrero.
Desde luego, el Politburó reconoce que
Petro, a pesar de su desorden mental y su parla cantinflesca y barriobajera, ha
hecho mucho daño eficaz, pero su notorio desequilibrio lo debilita cada día más
para dirigir el país hacia el punto sin retorno de la revolución. Por eso, ha
llegado la hora de relevarlo, porque Cepeda es mucho mejor para la revolución y
mucho peor para Colombia.
Parece imposible, pero, si las fuerzas
democráticas siguen atomizadas, incapaces de darse un líder, de presentar un
programa coherente de recuperación nacional, exhibir voluntad de lucha,
prevenir el fraude y defender la patria, llegaremos a Guatepeor.
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