miércoles, 25 de junio de 2025

Soborno + chantaje = indignidad

José Alvear Sanín
José Alvear Sanín

No desconozco que entre los trescientos y pico de congresistas hay dos o tres docenas de personas decentes, preparadas y patrióticas, especialmente en las filas del Centro Democrático, de Cambio Radical y algunos conservadores que todavía siguen fieles a la ideología histórica de su partido, pero el espectáculo que ofrece el legislativo en los últimos tres años, cada día es más deplorable.

Como los parlamentos están formados por centenares de personas —triste es decirlo—, no pueden funcionar, a menos que sus bancadas obedezcan a su líder y voten en bloque. En ellos, las opiniones individuales poco cuentan. No olvidemos que, en la madre de los parlamentos, en Westminster, tanto el Gobierno como la oposición imponen la disciplina de partido a través de los whips (látigos), que es el descriptivo título oficial de los jefes de ambas bancadas; y que los miembros gobiernistas en la Cámara de los Comunes, si desobedecen al chief whip, tienen que renunciar a la curul.

Así nos duela, las bancadas, convertidas en mesnadas, aseguran el contraste Gobierno / oposición y el desarrollo del Gobierno.

En cambio, en Colombia, como los jefes políticos no hacen cumplir la ley de bancadas, cada congresista vota como le da la gana. Entonces, las mayorías son inestables. Entre los parlamentarios de la oposición declarada y los gobiernistas del Pacto Histórico hay una buena cantidad de individuos que habitualmente acaban votando favorablemente cualquier iniciativa inconstitucional, tóxica, inconveniente o inmoral, del Gobierno, llenando sus bolsillos e indiferentes al daño que causan al país.

En el léxico corriente ha sido admitida la expresión mermelada para referirse al soborno que negocia el Gobierno con la franja de congresistas que tiene que comprar en cada votación importante para asegurar la aprobación de sus proyectos. El país conoce el precio, siempre al alza, de la mermelada que hay que dispensar, en forma de contratos para obras ficticias, o en maletines repletos de billetes, que proceden de las inmensas sumas desviadas de la Tesorería Nacional.

Desde luego, los que venden el voto, luego se ven obligados a plegarse al chantaje, si tratan de cambiar de bando o volverse decentes.

Así las cosas, el Congreso se ha sometido siempre, dócilmente, al actual Gobierno. Petro, sin mayoría en el legislativo, ha alcanzado allí la aprobación de todas sus iniciativas, aunque algunas veces, estas han admitido sutiles retoques cosméticos, para dar la impresión de que han sido fruto de deliberación democrática.

Por tal razón, cuando inesperadamente uno de los proyectos peores, el de la reforma laboral, fue derrotado por dos votos, Petro, iracundo, amenazó con una tal “consulta popular”, para emascular al Congreso, operación que finalmente se produjo a través del “decretazo”, verdadero golpe de Estado, preludio del asalto definitivo contra la legitimidad.

Ante la repulsa de la mayor parte de la opinión pública, incluyendo demandas ante el Consejo de Estado, el pusilánime Congreso procedió a revivir y aprobar la laboral, para que el Gobierno retirase la arbitraria, inconstitucional y abusiva consulta espuria.

El resumen de toda esta ópera bufa en torno a la consulta popular significa que el Congreso aceptó el chantaje, se plegó al Gobierno y manifestó al país que la fórmula de soborno y chantaje que sobre él ejerce el Gobierno, se traduce en manifiesta indignidad, que lleva a los colombianos a pensar que el capitolio nacional se ha convertido en una cloaca.

Paradójicamente, este corrupto Gobierno, mientras más desacreditado, degradado y pervertido, se hace más poderoso y dictatorial.

Gracias al atroz atentado contra Miguel Uribe Turbay, ya nadie recuerda las denuncias de Leyva, ni los más recientes desfalcos de Roa, ni los maletines, ni los manejos selectivos de la Fiscalía, de tal manera que la inminente y previsible preclusión del proceso por la financiación ilegal de la campaña con la violación de los topes, solo será uno más de los escándalos diarios, pero sin consecuencias, del abominable gobierno que logra todo lo que se propone para alcanzar su meta: convertirnos en otra Venezuela.

Si para la aprobación de la reforma laboral bastó con la amenaza de la consulta popular, ¡qué no se logrará con la amenaza de una asamblea popular constituyente!

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Y como si algo faltara, ¡la Corte Constitucional revive, por unanimidad, la reforma pensional, que es devuelta a la Cámara para que se subsane un vicio insubsanable, cuando de ella se decía que sería el baluarte heroico en defensa de la Constitución!