José Alvear Sanín
El revolucionario desprecia la opinión pública.
Desprecia y odia todos los motivos y manifestaciones actuales de la moral
pública. Para un revolucionario es moral todo lo que contribuye al triunfo de
la revolución; inmoral y criminal todo lo que la obstaculiza.
— Punto 4. Catecismo del revolucionario.
Serguei Nechaiev
El espectáculo en La Alpujarra de Medellín supera todo lo
imaginable. Es verdad que Petro diariamente opaca el escándalo de la víspera
con otro peor. No tiene parangón histórico esa increíble y asombrosa capacidad
cotidiana, porque en 34 meses no ha faltado ni una, en 1020 ocasiones, de
pasmar y asombrar al país con su creciente desmesura...
Se me dirá que a esa cifra debo restarle cerca de 100 días
de “agenda privada”, para reducir la cuenta a 920 casos apenas de abuso legal,
idiomático, conductual y moral. Empero, no estoy de acuerdo con ese descuento,
porque sus clandestinas ausencias indican también un descaro tan incalificable
como peligroso.
Ahora bien, lo suyo merece el récord mundial de la
desfachatez en el famoso Guiness Book. Con ese “galardón” ha superado a la
mayoría de sus competidores. Ni Juan Domingo Perón, entre los dictadores
latinoamericanos, alcanzó tales cumbres de delirio, a pesar de ser mentiroso,
ratero y sátiro, y entre los africanos, solamente Idi Amín Dadá y el
“Emperador” Jean-Bédel Bocassa lo emulan.
En comparación, los demás dictadores africanos parecen
prudentes, bien hablados, elegantes y hasta cultos. En ese continente, ningún
pueblo hubiera resistido siquiera la décima parte de la procacidad del
colombiano, antes de expulsarlo del poder ominosamente.
No es que lo de La Alpujarra carezca de antecedentes. Su
verborrea, la perversa imaginación desbordada, las afirmaciones sin sustento;
sus originalísimas opiniones históricas, filosóficas y científicas, su
viajadera compulsiva, la gritería descabellada y la “presunta” adicción a la
mezcla de alcohol con psicotrópicos, constituyen indicios de inocultable y
gravísima perturbación, pero exhibirse en la tribuna con cuatro delincuentes
capi-mafiosos, raya en la locura furiosa.
Por tanto, es procedente la interrogación que nos hacemos
de si estamos en presencia de un loco de atar o se trata de la exhibición de un
dictador, ya en ejercicio de un poder absoluto y permanente, anclado en el
predominio de las economías criminales.
Ahora bien, si lo primero, ¿cómo es posible que la
dirigencia política, el poder judicial y el Congreso, no lo destituyan? Si lo
segundo, ¿tendremos que aceptar, desde ahora, un régimen perpetuo, tiránico,
omnipotente y marxista-leninista?
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Antes de la Batalla de Trafalgar, Nelson previó el triunfo
de Inglaterra, “si todos cumplen con su deber”. Si los congresistas,
magistrados, procuradores, contralores, militares, policías y los medios masivos
cumpliesen heroicamente con el deber, Colombia regresaría al Estado de Derecho,
propio de la civilización y la democracia.
***
Si la Fiscalía de bolsillo concluye solicitando que se
condene al doctor Uribe Vélez (con “pruebas”, sin pruebas o contra las
pruebas), habremos avanzado de manera irremisible hacia la dictadura perpetua.