miércoles, 4 de junio de 2025

¿Fracaso...?, ¿o primer simulacro?

José Alvear Sanín
José Alvear Sanín

El fracaso popular del paro de los días 28 y 29 de mayo no puede, sin embargo, llenarnos de optimismo, ni justificar la desunión de las fuerzas democráticas, la ausencia de un programa único de recuperación nacional, ni la multitud de candidaturas intonsas.

Estas dos jornadas demuestran que el poder de convocatoria de Petro es cada día menor, o nulo, pero a medida que aumenta su locura crece su poder. Seguir pensando con el deseo es cada vez más peligroso porque la serpiente sigue viva y no está propiamente agonizante.

Protegido por una putrefacta Comisión de Acusaciones, él sabe que no será destituido, y que mientras las fuerzas democráticas sigan atomizadas y divididas, no tendrá oposición efectiva.

Un Congreso que oscila entre la corrupción y la pusilanimidad, hace poco le eligió procurador y un magistrado del Consejo Nacional Electoral. La semana pasada le facilitó la toma de la Corte Constitucional, con el nombramiento de su abogado personal (quien no se inmuta anunciando que decidirá “con ninguna imparcialidad”); y como si fuera poco, le revivió y amplió una reforma laboral, probablemente peor que la original[1].

Todos sabemos que Petro es obstinado, cabeciduro y empecinado. Por tanto, nada lo hará cambiar de rumbo, decidido como está a reelegirse para:

1. Seguir experimentando diariamente el placer derivado de la destrucción y el pillaje de la economía nacional.

2. Completar la revolución castro-comunista

3. Incorporarnos a la órbita china, para disfrutar de la grata compañía de Díaz-Canel, Maduro y Ortega, haciendo rabiar a Trump y los Estados Unidos,

A través de un doble proceso se lleva el país al caos: desorden público total y establecimiento del poder constituyente “popular” (soviets).

En cada municipio funcionará pues un consejo popular paralelo al Concejo, para exigir la expedición de una nueva carta populista. En el momento oportuno se organizará una manifestación monstruo en Bogotá, donde 1.100 “delegaciones” municipales (de 100 personas cada una) se unirán a mingas, empleados públicos y chusma, para escuchar el histórico discurso en el que Petro, para salvar al país, restablecer el orden público, asegurar el progreso y lograr la paz total, perpetua y definitiva, asuma todos los poderes.

A continuación, una Corte Constitucional previamente cooptada avalará la supremacía del poder popular sobre los textos escritos, dentro de la concepción de Antonio Negri —ya elogiada por Petro— sobre el poder constituyente multitudinario.

Desde luego que la ejecución de ese plan es difícil. Exige, en primer lugar, la conformación del número suficiente de “equipos” terroristas para incendiar el país, de manera que el autogolpe para “controlar” el caos se haga posible, se vea como necesario y aun parezca aceptable.

La logística para el autogolpe es una operación “militar” precisa, que exige meses de preparación, entrenamiento de sus ejecutantes en los distintos niveles y una fina operación política paralela...

Lo de esta semana no fue, pues, un fracaso. Al contrario, fue una operación preliminar con el fin de calibrar los mecanismos requeridos para el éxito del plan propuesto. En términos militares, lo que acaba de pasar fue el primer simulacro; y habrá tantos cuantos sea necesario, hasta llegar a la puesta a punto del operativo, en un país donde el autogolpe se facilita porque el comandante supremo de las fuerzas del orden es el jefe máximo del desorden.

La técnica del golpe de Estado, de Curzio Malaparte (1931), obviamente está superada en cuanto ignora los aspectos propagandísticos y tecnológicos actuales, pero no deja de guiar acerca de los mecanismos básicos para la toma del poder, como los desarrolla perfectamente un partido revolucionario profesional al estilo del concebido por Lenin.

Ignorar —como lo hacen nuestros dirigentes— la existencia, la estrategia y la operación en Colombia de un plan revolucionario profesional, explica la situación actual del país y los inmensos peligros que amenazan su modelo político, social y económico.



[1] ¡Escaso consuelo es el de pensar que, con los leves retoques “consensuados” en la Comisión 4ª del Senado, la nueva laboral, en vez de destruir 460.000 empleos, solo acabe con 400.000!