Luis Alfonso García Carmona
El alud que a
diario nos ahoga con noticias sobre escándalos de corrupción, estafas
narrativas con aviesos fines políticos, atentados contra la seguridad, la vida
y los bienes de los ciudadanos, desbarajuste en la prestación del servicio de
salud pública, derrumbamiento de los índices económicos y otras desgracias por
el estilo, nos conduce a un estado de marasmo intelectual que anula la capacidad
de pensar a largo plazo.
Funestas
consecuencias para cualquier organización ocurren cuando, con el fin de atender
una profunda crisis, se abandona el ejercicio de planear el futuro, de pensar
en grande, de fijarse metas de progreso acompañadas de las estrategias
necesarias para alcanzarlas.
Sobre este
trascendental tema acabo de leer la columna ¿Y el futuro no importa?,
del destacado consultor Ricardo Mejía Cano, a quien no tengo el gusto de
conocer, pero no dudo en felicitar por los acertados conceptos allí expresados
(Ver).
Nos comparte el
articulista que a la propuesta que, con un grupo de profesionales, le hizo a
dirigentes económicos y políticos para estructurar una visión de Colombia para
el 2045, la respuesta de estos fue que “los problemas de hoy son muy
graves, para perder tiempo pensando en el futuro”.
Con perdón de estos
aprendices de estadistas o gerentes posiblemente alejados de la actividad
política, no creo que proyectar el futuro del país sea “perder el tiempo”.
Los que estamos
perdiendo el tiempo somos los colombianos que persistimos en buscar una
solución a la crisis sin contar con verdaderos estadistas al frente de la
batalla por la reconquista del poder, por el saneamiento ético de las
instituciones, por la recuperación económica del país, por la devolución al
pueblo de elementales condiciones para la convivencia y por la construcción de
un país que ofrezca reales oportunidades de bienestar y progreso a todos sus
habitantes.
Comprendemos que la
unidad de quienes aspiran a un cambio para revertir la acción depredadora
que viene cumpliendo el régimen actual es deseable. No descartamos las
dificultades existentes para aglutinar los aspirantes a la presidencia, más
interesados en ganarse un puesto para la segunda vuelta que pensar en
los problemas del país. Por esta razón, no asoman en sus intervenciones las
referencias que el pueblo espera para la solución de sus apremiantes
necesidades. Mucho menos podemos esperar que se planteen planes a largo plazo
que Colombia requiere para salir del círculo vicioso de la violencia, el
narcotráfico y el atraso.
A las sabias
orientaciones del citado columnista habría que agregar el acápite de cómo
volver realidad esa visión futurista de progreso.
Propongamos a los
candidatos del sector opositor que, aún sin conocer los resultados de la
primera vuelta, constituyamos un acuerdo patriótico para salvar al país
de la crisis y restaurar los valores universales de la civilización cristiana,
la democracia, el respeto a la propiedad privada, la solidaridad con los más
vulnerables, la garantía de la vida y seguridad de los habitantes y la dignidad
de estos frente a cualquier abuso por parte del Estado.
Este acuerdo dará
lugar a una alianza o frente para la reconstrucción de Colombia, con
participación de los aspirantes a la Presidencia y directores de partidos
políticos que lo suscriban; su duración será de 20 años. Los aspirantes
del frente o alianza a la presidencia, en cada período, serán elegidos por
todos los integrantes, previo compromiso de continuar los planes y programas
adoptados de común acuerdo para la solución de la crisis y la reconstrucción
moral y material de la nación.
Con participación
de los integrantes de este acuerdo patriótico se conformarán listas únicas
de candidatos al Congreso y demás corporaciones, con el fin de lograr la
unión de las bases.
Estamos seguros de que
una propuesta positiva, que aporte una esperanza real a los colombianos, con
estudios serios que la respalden puede, a la larga, ser más útil,
electoralmente hablando, que la insulsa palabrería que ahora se derrama a
borbotones para contradecir y rechazar las torpezas y burdas amenazas del
régimen. Pasemos de lo negativo a lo constructivo. Acostumbrémonos a pensar en
grande y, de seguro, en el camino surgirá el líder que comprenda esta novedosa
estrategia. En otras instancias hemos propuesto un proyecto para Colombia a 20
años: convertir el país en “el milagro económico de América”,
fundamentándonos en parte en las asombrosas experiencias de Singapur.
El problema que
afrontamos los colombianos no es de poca monta ni se resuelve solamente ganando
unas elecciones. Tenemos que saber con certeza qué vamos a hacer en el Gobierno.
Si ya tocamos fondo, como lo reconocen muchos analistas, es la hora de aplicar
soluciones que ataquen de raíz las causas eficientes de nuestra desgracia. A
grandes males, grandes remedios.