Luis Alfonso García Carmona
Cada día que pasa
se refuerza nuestra convicción de que, para salir del profundo abismo en que
nos encontramos, debemos unir a todos los colombianos de bien alrededor de un épico
proyecto salvador de nuestro país, capaz de desterrar para siempre a los
generadores de maldad que se han apoderado de nuestra sociedad.
Debe ser una causa
que, en lugar de ahondar divisiones o diferencias, haga crecer el entusiasmo
y el amor por la patria que late en el corazón de los buenos colombianos.
Que sirva no sólo
para reversar esta tendencia de odio y desolación que el comunismo del siglo
XXI ha sembrado y que catapulte a nuestro país hacia su pleno desarrollo
y lo coloque en el sitial que merece un pueblo honesto y trabajador como el
nuestro.
Aprovechemos
la insólita experiencia de un pequeño país,
carente de toda clase de recursos, castigado por el colonialismo, la ocupación
y la guerra, que logró en tan sólo 6 décadas, desde su independencia, situarse
como una de las más grandes potencias económicas del mundo con un insuperable
nivel de vida para sus habitantes.
Lo han llamado “el
milagro económico”, pero la verdad es que es el fruto del trabajo, la
disciplina, la creatividad, la transparencia en la gestión pública, y la
erradicación de lacras que aún nos afectan, como la violencia, la corrupción y
la politiquería.
La indiferencia
de nuestra dirigencia política por la suerte del país se plasma en la ausencia
de programas serios para salir del atraso y de la miseria en los discursos
de los numerosos aspirantes a la Presidencia. Sólo se preocupan por ser
elegidos, a cualquier costo; por arbitrar los recursos económicos para su
campaña, por aparentar su rechazo al actual régimen, aunque nada hayan hecho
para apoyar el juicio político para separar de la Presidencia a quien la ocupa
fraudulentamente, y, mientras tanto, avanza la inseguridad, el subdesarrollo,
la miseria, la torpeza en el manejo de los asuntos públicos y el festín de
derroche de los dineros públicos a manos
de los que nos desgobiernan.
En lugar de engañar
a la opinión respondiendo a las agresiones y falsedades que a diario vomita el
guerrillero-presidente, debemos proponer una noble causa como la de replicar en
Colombia “el milagro económico” adaptándolo a nuestra fisonomía y
necesidades.
Por estas razones
hemos lanzado la convocatoria a nuestros compatriotas para que convirtamos en
realidad lo que hasta ahora parece un sueño imposible. Necesitamos que “los
buenos” que, según dicen, somos la mayoría, exijamos a todos los candidatos al
Congreso y a la Presidencia que piensen como estadistas, no como
politiqueros de oficio, y adopten este plan salvador para Colombia que
vendrá después de despojar al camarada del poder que usurpó por la indolencia
de varias generaciones de dirigentes.
No perdamos más
tiempo en teóricas disquisiciones, ni en discusiones ideológicas. En ocasiones
como esta los países tienen que actuar con pragmatismo, abandonar las
diferencias adjetivas que nos separan y concentrarnos en dilemas fundamentales:
regeneración o catástrofe, como diría Núñez.
No los invito a una
fácil tarea: primero hay que derrotar a la izquierda radical y tramposa
incrustada en el poder y en muchos sectores de la vida nacional. Y luego, habrá
que tomar drásticas decisiones que la débil y taimada clase política ha
sido incapaz de adoptar para erradicar la violencia, el narcotráfico, la
corrupción, y para sanear nuestra democracia, nuestra justicia, nuestra
educación.
Papel preponderante
en esta honda transformación deben jugar el sector económico, los trabajadores
que ahora tienen un oscuro porvenir y los veteranos de la fuerza pública,
en cuya formación siempre han primado los valores de respeto a Dios, amor a la patria
y defensa de la constitucionalidad.