José Alvear Sanín
¿Para dónde vamos?, es el interrogante que se hacen los
colombianos desorientados mientras marchan hacia el abismo.
Para responder esa angustiosa cuestión es indispensable
conocer la matriz funcional de la revolución. Quienes ignoran lo que es el
comunismo, y aquellos que creen que desapareció con la caída del Muro, están
condenados a una creciente perplejidad, de la que solo saldrán cuando ya todo
esté perdido.
Para esclarecer la situación, transcribimos el muy
desconocido Catecismo de un revolucionario, Sergei Netchaev, aterrador
manual[1]
que me sigue estremeciendo a pesar de los muchísimos años que han pasado desde
que lo leí por vez primera.
No es este el momento para contrastar las vidas y
actuaciones del iracundo padre del anarquismo, Mijail Bakunin (1814-76) y de su
discípulo Sergei Netchaev (1847-1882), autores de sendos catecismos, siendo
el del primero un largo texto de 55 páginas, farragoso, ilusorio y
bobalicón, mientras que el del segundo, de 26 concisos párrafos, está signado
por el más crudo pragmatismo para la creación de un nuevo arquetipo, el
revolucionario –frío, impasible, insensible, carente de todo sentimiento moral,
religioso, patriótico, familiar; cruel y fanático–, que se constituye en eficaz
máquina de muerte y destrucción, motivada únicamente por el odio, de donde
deriva todo goce.
No han faltado quienes digan que ese Catecismo es
apócrifo, ni los que recuerden las desautorizaciones (de dientes para afuera,
según las conveniencias y circunstancias) de Bakunin, Marx, y aun de Lenin,
pero este último siempre lo reconoció entre sus inspiradores.
Recordemos La premisa fundamental de Netchaev (punto 4°): “Para
un revolucionario es moral todo lo que contribuya al triunfo de la revolución,
e inmoral y criminal todo lo que la obstaculiza”, que se convirtió en la
máxima fundante del leninismo.
Por la excepcional influencia de Netchaev en la praxis, por
oposición a la simulación virtuosa del comunismo, invitamos a leer el breve y
atroz Catecismo, que da la clave del pensamiento y de la actuación,
entre otros, de Petro, para que se sepa lo que nos espera si no detenemos la
acción revolucionaria del fanático y obcecado psicópata que tiene la misión de
destruir a Colombia, porque para él la Constitución y la ley son apenas
expresiones para desorientar y conseguir objetivos políticos y publicitarios inmediatos.
Para él, “el fin justifica los medios”, lo que se logra con la
combinación de todas las formas de lucha, empezando por la mentira,
Catecismo de Netchaev: reglas
en las que debe inspirarse el revolucionario
Actitud
del revolucionario hacia sí mismo
1.
El revolucionario es un hombre condenado. No tiene intereses, ni negocios, ni
sentimientos, ni ataduras, ni pertenencias, ni siquiera un nombre. Todo en él
está absorbido en un solo interés, un solo pensamiento, una sola pasión: la
revolución.
2.
Dentro de lo más profundo de su ser, el revolucionario ha roto –y no sólo con
palabras sino también con hechos– todos los lazos con el orden civil y el
conjunto del mundo civilizado, con todas las leyes, los decoros y las convenciones
generalmente aceptados de este mundo. Es para este un enemigo implacable, y si
continúa viviendo en él es sólo para destruirlo mejor.
3.
El revolucionario desprecia todo adoctrinamiento y rechaza las ciencias
apacibles, dejándola para las generaciones futuras. No conoce más que una
ciencia: la ciencia de la destrucción. Es por esto, y sólo por esto, que
estudia la mecánica, la física, la química y tal vez la medicina. Es por esto
que el revolucionario estudia día y noche la ciencia vital — los hombres, la
naturaleza, las características y las circunstancias del presente orden social,
en todos los niveles posibles. El objetivo es uno solo: la destrucción más
rápida y segura de este sistema asqueroso.
4.
El revolucionario desprecia la opinión pública. Desprecia y odia todos los
motivos y manifestaciones actuales de la moral pública. Para un revolucionario
es moral todo lo que contribuye al triunfo de la revolución. Inmoral y criminal
todo lo que la obstaculiza.
5.
El revolucionario es un hombre condenado. Sin piedad hacia el Estado y en
general hacia toda la sociedad instruida, no debe esperar a su vez que ellos
tengan piedad hacia él. Entre ambos hay una guerra, secreta o abierta, pero
permanente e implacable de vida o muerte. El revolucionario debería estar
preparado todos los días para la muerte. Debe acostumbrarse a resistir la
tortura.
6.
Severo consigo mismo, debe ser duro con los demás. Todos los sentimientos
blandos que estropean, como el parentesco, la amistad, el amor, la gratitud, e
incluso el honor, deben ser sofocados por la fría y única pasión de la causa
revolucionaria. Para él no hay más que una sola alegría, un solo consuelo, una
sola satisfacción: el éxito de la revolución. Día y noche no debe tener más que
un pensamiento, un solo objetivo: la destrucción despiadada. Aspirando fría e
infatigablemente a ese objetivo, siempre tiene que estar dispuesto a perecer y
a destruir con sus propias manos todo lo que obstaculice su consecución.
7.
La naturaleza verdadera del revolucionario excluye todo romanticismo, toda
sensibilidad, entusiasmo o exaltación. Excluye incluso el odio y la venganza
personal. La pasión revolucionaria se vuelve algo común, y en cada instante
debe estar unida a un cálculo frío. Siempre y en todas partes el revolucionario
no debe seguir sus impulsos personales sino los que son de interés general para
la revolución.
Actitud
del revolucionario hacia los camaradas revolucionarios
8.
Amigo y buena persona para un revolucionario sólo puede ser aquel que ha
declarado con hechos que es un revolucionario al igual que él. La medida de la
amistad, la lealtad y otros deberes hacia tal camarada estará determinada
únicamente por el grado de utilidad que tenga él en la práctica de la
revolución destructiva total.
9.
Resulta superfluo hablar de solidaridad entre revolucionarios: en ella descansa
toda la fuerza de la causa revolucionaria. Los camaradas revolucionarios que
poseen el mismo grado de entendimiento y pasión revolucionarias deben, en la
medida de lo posible, discutir en común todas las cuestiones importantes y
resolverlas por unanimidad. Pero en lo que concierne a la ejecución del plan
concebido, cada uno debería confiar sólo en sí mismo. En la realización de una
serie de acciones destructivas cada uno debe operar por sí mismo y buscando
consejo y ayuda de sus camaradas sólo cuando esto sea necesario para el éxito.
10.
Cada camarada debe tener bajo control a algunos revolucionarios de segundo o
tercer orden, es decir, no enteramente dedicados. A estos debe considerarlos
como una parte del capital revolucionario común, puesto a su disposición. Debe
gastar su parte del capital con mesura y siempre tratando de extraer de ella el
máximo beneficio. Él mismo debe considerarse como capital, condenado a gasto
para el festejo de la causa revolucionaria. Sólo se puede disponer de dicho
capital con el consentimiento de toda la asociación completamente dedicada.
11.
Cuando un camarada se meta en problemas, y haya que decidir si salvarlo o no,
el revolucionario no debe tener en consideración los sentimientos personales,
sino solamente el beneficio de la causa revolucionaria. Por tanto, debe
sopesar, por un lado, el beneficio traído por el camarada y, por el otro, el
gasto de las fuerzas revolucionarias necesarias para salvarlo, eligiendo
entonces lo que tenga mayor peso.
Actitud
del revolucionario hacia la sociedad
12.
La adopción de un nuevo miembro, manifestado no sólo con palabras sino con
hechos, la asociación no puede decidirla sino por unanimidad.
13.
El revolucionario sólo se introduce en el Estado, en las clases privilegiadas y
en el llamado mundo civilizado, y vive dentro de ellos, con el único propósito
de su más completa y rápida destrucción. No es un revolucionario si compadece
algo de este mundo, si es capaz de vacilar ante la exterminación de las
situaciones, las relaciones o cualquier hombre que pertenezca a este mundo (en
el que todos y todas las cosas deben serle igualmente aborrecibles).
Tanto
peor para él si conserva relaciones de parentesco, amistad o amor; no es un revolucionario
si estas son capaces de detenerle la mano.
14.
Con el propósito de la destrucción despiadada, el revolucionario puede, y de
hecho a menudo debe, vivir en una sociedad, simulando ser lo que no es. Los
revolucionarios deben penetrar en todas partes, en todas las clases medias o
altas: en el almacén del comerciante, en la iglesia, en la mansión del
aristócrata, en el mundo burocrático, militar o de la literatura, en la Tercera
División [policía secreta], e incluso en el Palacio de Invierno.
15.
La totalidad de esta sociedad asquerosa deberá ser dividida en varias
categorías. La primera categoría es la de aquellos que están sin demora
condenados a muerte. La asociación hará listas de tales condenados tomando en
cuenta su relativo daño potencial para el éxito revolucionario, de manera que
los números anteriores sean borrados antes que los siguientes.
16.
La elaboración de dicha lista, y para establecer el orden que sigue, no debe
guiarse por la maldad personal del hombre, ni siquiera el odio, que este
inspire en la asociación o el pueblo.
Esa
maldad y ese odio pueden ser útiles incluso parcialmente, contribuyendo a la
excitación de una revuelta popular. Deberá guiarse más bien por el grado de
utilidad que su muerte podrá producir a favor de la causa revolucionaria. De
esta manera, deben ser asesinadas ante todo aquellas personas que sean
especialmente dañinas para la organización revolucionaria, con una muerte tan
súbita y violenta que provoque el mayor temor al gobierno, sacudiendo su fuerza
al privarle de sus líderes más enérgicos e inteligentes.
17.
La segunda categoría estaría compuesta de aquellas personas a quienes se les
concede temporalmente la vida, a fin de que sus acciones brutales conduzcan al
pueblo a la revuelta inevitable.
18.
La tercera categoría pertenece al conjunto de bestias altamente posicionadas o
de individuos que no tienen gran inteligencia ni energía, pero disponen de
riqueza, relaciones, influencia y poder. Es preciso explotarlos de todas las
maneras posibles; enredarlos, confundirlos y conocer, hasta donde sea posible,
sus secretos más sucios con el fin de esclavizarlos. Su poder, influencia,
relación, riqueza y fuerza podrían llegar a ser un tesoro inagotable y de gran
ayuda para muchas empresas revolucionarias.
19.
La cuarta categoría está compuesta por los funcionarios ambiciosos y los
liberales de diversos matices. El revolucionario puede conspirar en sus
programas, pretendiendo que los sigue ciegamente; pero a la vez los debes poner
bajo su control, tomar todos sus secretos, comprometerlos al máximo, a fin de
que la salida les sea imposible, y creen confusión dentro del Estado.
20.
La quinta categoría consta de doctrinarios, conspiradores y revolucionarios que
ociosamente hablan en los círculos políticos o sobre el papel.
Es
preciso impulsarlos, arrastrarlos constantemente a hacer declaraciones
concretas y peligrosas, de lo que resultará la muerte de la mayoría, pero se
generarán unos cuantos revolucionarios reales.
21.
La sexta categoría es especialmente importante: la de las mujeres, que estarán
repartidas en tres tipos principales.
Primero,
las vacías, estúpidas y desalmadas, que pueden ser utilizadas de la misma
manera que la tercera y cuarta categoría de los hombres.
Después,
las apasionadas, dedicadas, talentosas, pero no propiamente de las nuestras, ya
que no poseen todavía una comprensión revolucionaria real, práctica y austera. Estas
deben ser utilizadas como los hombres de la quinta categoría.
Por
último, están las mujeres que están completamente de nuestro lado, es decir,
aquellas que han aceptado nuestro programa y están plenamente dedicadas a él.
Ellas son nuestras camaradas, y deberemos considerarlas como nuestro tesoro más
preciado sin cuya ayuda sería imposible triunfar.
Actitud
de la asociación hacia el pueblo
22.
La asociación no tiene ningún otro objetivo que la liberación completa y la
felicidad de las masas, es decir, del pueblo trabajador. Pero, convencido de
que esta liberación y el cumplimiento de esta felicidad sólo son posibles por
medio de una revolución popular totalmente destructiva, la asociación
contribuirá con todos sus medios y fuerzas al desarrollo e intensificación de
todas las penas y males, hasta agotar finalmente la paciencia del pueblo y
quede entonces conducido a un levantamiento general.
23.
Por revolución popular la asociación no entiende un movimiento regulado según
el modelo clásico occidental: un movimiento que siempre se detiene
respetuosamente ante la propiedad y ante las tradiciones del orden social de la
así llamada civilización y de la moralidad. Tampoco entiende por revolución una
forma que hasta ahora se ha limitado en todas partes a deponer una forma
política para reemplazarla por otra y a intentar crear un llamado Estado
revolucionario. Sólo puede ser benéfica para el pueblo una revolución que
destruya de raíz todo componente del Estado y que suprima todas las tradiciones
estatales, las clases y el orden mismo en Rusia.
24.
La asociación no tiene, por lo tanto, ninguna intención de imponer desde arriba
una nueva organización para el pueblo. La organización futura crecerá, sin
duda, desde el movimiento popular y desde la vida; pero esta es tarea de las
generaciones futuras. Nuestra tarea es la destrucción apasionada, completa,
generalizada y despiadada.
25.
Por lo tanto, para movernos más cerca del pueblo, es preciso aliarse primero
con aquellos elementos de la vida popular que desde la fundación de las fuerzas
estatales de Moscú no han dejado de protestar, no sólo con palabras sino con
hechos, contra todo aquello que está directa o indirectamente relacionado con
el Estado: contra la nobleza, contra la burocracia, contra el clero, contra el
mundo gremial y contra los kuláks explotadores. Aliémonos con el mundo de los
bandidos audaces, los únicos y verdaderos revolucionarios en Rusia.
26.
Unir este mundo en una sola fuerza invencible destructiva: tal es el objetivo
de nuestra organización, nuestra conspiración, nuestra tarea.
* Título
original de este escrito, redactado en el verano de 1869 en Ginebra y publicado
en 1871 como manifiesto de la sociedad secreta Naródnaya Rasprava.
Ante traducciones tan defectuosas y hechas a partir de otras igual de
defectuosas distintas al ruso, decidí consultar directamente la versión en tal idioma para
mejorar los conceptos. (Ver en:
https://artilleriainmanente.noblogs.org/?p=145)
[1] En la
actuación de Netchaev y su círculo se inspiró Dostoievsky para su novela Demonios
(1871), llevada magistralmente al cine por Andrzrej Wajda en 1888, con el
título Les posedés