José Alvear Sanín
La
horrorosa transmisión del “consejo de ministros” de 6 horas, para la evacuación
verbal del jefe de la banda presidencial, con limitadas intervenciones de sus
secuaces, deja en claro varias cosas:
1. Que
su permanencia en el poder depende de la silenciosa “lealtad” de su principal
cómplice, ahora # 2 del régimen.
2. Que
es tan escandalosa la presencia de ese sujeto, que hasta algunos del “gabinete”
dicen que no pueden sentarse en la misma mesa que él, aunque han aceptado
colaborar con alguien aun peor, porque el exembajador es un corderito al lado
del otro consumidor del mismo estimulante.
3. Que
no habrá renuncias en la primera fila, porque volver al Transmilenio después de
gustar las mieles del poder no interesa a ninguno de los ineptos badulaques que
ahora ocupan todos los cargos importantes (y proficuos) del Estado.
Un
país sacudido por los hechos del Catatumbo, después de 29 meses de diario
escándalo, fue convocado a presenciar el body language, acompañado del
albañal oratorio de un individuo en mora del examen psiquiátrico que puede
conducirlo del lugar equivocado donde se desempeña, al sitio de reposo que su
salud aconseja.
Pero
no pasó nada...
Seguimos
en lo mismo...
Actualmente,
una mayoría optimista mira hacia las elecciones de 2026, con la esperanza de
que cese la horrible noche, olvidando que la pesadilla será cada día peor a
medida que se acerquen los comicios. Pero no faltan los pesimistas, que temen
que docenas de candidatos sin prontuario elijan al de la maquinaria, la mafia,
las guerrillas, el billete y hasta los algoritmos, si la Registraduría también
cae.
También
hay un sector, minoritario hasta ahora, que podríamos llamar realista, que,
analizando las mas recientes alocuciones y visajes de Petro, teme que este dé
el golpe de Estado definitivo porque, a lo del Catatumbo, fríamente calculado
para sellar la alianza militar Petro-Maduro, pueden seguir otras tres o cuatro
confrontaciones para encender el país por todos los costados.
En
ese posible escenario podría Petro asumir todos los poderes para “salvar el
país, las instituciones y la democracia”, con el cierre del Congreso y la
sumisión de las Cortes, como lo han hecho tantos dictadores que en el mundo han
sido.
Si,
por un lado, nunca un gobierno comunista ha entregado voluntariamente el poder,
por otro, la psicología de Petro no es la de alguien que se canse del uso
ilimitado del avión, de la diaria atención a sus dichos, de la inevitable
aparición cotidiana en todos los medios y del placer inefable de dañar,
destruir y corromper...
¡En
fin, sigue el baile en la nave que se hunde!