Pedro Juan González Carvajal
Con “bombos” pero sin “platillos”, se ha
anunciado la firma de un acuerdo de tregua, que no de paz, entre Israel
y Hamás, después de casi año y medio de guerra con un saldo de más de 50.000
muertos, que en el caso de la población civil de Gaza se asemeja más a un
inventario de muertos producto de un genocidio que a un saldo de muertos
producto de una guerra.
Personalmente como humano, me alegro de que
pare la barbarie, pero, sin ningún tipo de dudas, estoy absolutamente
convencido de que hasta que Palestina no tenga su propio territorio y sea
reconocido como Estado, lo único que se está haciendo es posponiendo un nuevo
conflicto, que aflorará bajo cualquier otra excusa, para poner de nuevo sobre
el tapete este problema milenario.
Entiendo también plenamente la posición de
Israel, un Estado rodeado de enemigos pero que lamentablemente tendrá que
aceptar más temprano que tarde la creación del Estado Palestino, ojalá en un
solo espacio territorial y no en dos porciones o franjas con está en la
actualidad, como lo son Gaza y Cisjordania.
¿Qué tipo de excusa dará origen al nuevo
conflicto por venir?
Primero, la hipersensibilidad de los actores,
el uno, Israel, un Estado formal y el otro, un grupo terrorista como Hamás, que
se ha autoproclamado como vocero de la causa Palestina dejando claro que una
cosa es el pueblo Palestino y otro el grupo Hamás.
Segundo, la desesperanza y las dificultades que
enfrentará el pueblo Palestino en los próximos años ante las dificultades en
las cuales van a vivir mientras se adelanta el proceso de reconstrucción de
todas sus infraestructuras.
Tercero, otro acto terrorista realizado por
cualquier bando en contra de los intereses de Israel y que inmediatamente será
asociado con los Palestinos o con la causa Palestina.
Cuarto, el conflicto y la rivalidad que en la
actualidad tienen Israel e Irán desde que se dio la Revolución Islámica y la
destitución en su momento del Sha. Recordemos que de aliados se convirtieron en
enemigos.
Quinto, los efectos que tengan los conflictos
que se den en países como Yemen, Siria, Irak, Libia, Líbano, Jordania u otros
que generen la reacción de sus aliados, quienes obviamente defenderán en
primera instancia y como motivación principal sus intereses.
Sexto, la postura que asuma el presidente Trump
a quien le importan poco los protocolos y parte como estrategia del pragmatismo
y el uso de la presión efectiva por encima de cualquier otra consideración.
Obviamente existirán otros escenarios de
variados tipos, por lo cual hay que estar sintonizado con los acontecimientos
del día a día.
Otro tema que no debe ser dejado a un lado, es
que alrededor de la reconstrucción de las diferentes infraestructuras de Gaza,
desde el momento del inicio del conflicto (o aún antes), los grandes monstruos
de la construcción ya tienen listas sus propuestas, en lo que se debería
entender como un gran negocio y no como un gran negociado.
Estamos pues ante una historia sin fin, donde
las evidencias han demostrado que, si no se toman decisiones de fondo, de raíz,
por las buenas o por las malas, donde ninguna de las dos estrategias ha
funcionado hasta la fecha, pues estaremos simplemente esperando que aparezca la
noticia del inicio de un nuevo conflicto, de magnitudes, impactos y efectos
colaterales obviamente insospechados.
Contra todos los pronósticos considero que el presidente
Trump puede pasar a la historia, si con su particular lógica y forma de ver el
mundo, se apersona del tema y convence por las buenas o por las malas a los
implicados para que de una vez por todas se tomen las decisiones que se deben
tomar.
Personalmente considero que, si lo anterior se
da, es un buen candidato a próximo Premio Nobel de la Paz.
Igualmente considero que la postura y la
posición asumida por Qatar, es de suma importancia y que con sus buenos oficios
puede al menos intentar lograr que un amplio y fuerte grupo o bloque de países
presionen a Israel, Irán y Turquía a que faciliten con grandeza la solución de
este conflicto, antes de que se convierta en el detonante que acabe de manera
directa con todos ellos y de manera indirecta y colateral, con el resto.
Incluyo a Turquía por el poder o el nivel de
influencia que tiene sobre la OTAN, ya que Turquía es el país que más bases
militares de la OTAN alberga en su territorio, haciendo que sus decisiones y
acciones internas, con gobiernos autoritarios, y externas, por ejemplo, contra
el pueblo Kurdo, no sean tenidas en cuenta en la dimensión que tienen por la
comunidad internacional.
Igualmente, actores principales como China y
Rusia, ambos con sus propios problemas, miran desde lejos esta situación y
mantienen prudente distancia mientras sus intereses no se vean afectados.
Para colmo de males, mientras sigamos
dependiendo hoy en día y por otro largo tiempo de los combustibles fósiles, el
petróleo y el gas seguirán siendo los ases que motiven todas las decisiones y
las acciones, así como el control o la seguridad de los lugares geográficos
terrestres y marítimos que en términos logísticos se requieren para mantener su
flujo normal.
Si es verdad que los actores involucrados
quieren al menos hacer respetar la tregua, deberán comportarse como “gato en
cristalería” o como “monje tibetano caminando sobre un delgado papel de arroz”,
pues este es un acuerdo que requiere de mucha filigrana para su concepción,
redacción y firma y mucho más para acatarse.
Por todo lo anterior, entre la tregua y la
paz, existe un verdadero abismo.