Un Estado de manera tradicional
se reconoce cuando tiene un territorio sobre el cual se alberga una población
y sobre la cual se tiene y se ejerce poder.
La más elemental de las
obligaciones de un Estado –en caso de existir–, es mantener presencia y control
sobre la totalidad del territorio a su cargo, ya sea terrestre, marítimo, aéreo
o atmosférico.
Desde hace varios decenios la
zona del Catatumbo al Norte del Departamento del Norte de Santander está
dominado y controlado por grupos insurgentes que cada que a bien tienen,
atacan, secuestran, extorsionan, masacran y dejan la reputación de las Fuerzas
Armadas y de Policía por el suelo, así como de los gobiernos enclenques de cada
época, afectando de manera inmisericorde la vida de los habitantes y pobladores
vecinos, y sacrificando vanamente a nuestros policías y soldados.
Cualquier argumentación que hoy
se dé por parte del Gobierno o de los altos mandos militares es inocua e
insuficiente ante los resultados inexistentes que se tienen y la realidad que
lamentablemente se vive.
La falta de interés, de
estrategia, de capacidad, de recursos o de voluntad hace que nuestros soldados
y policías se conviertan en carne de cañón, y la población, en una ciudadanía
dominada por el miedo y la incertidumbre.
Cada que pasa un evento trágico,
la primera medida tradicional –más para dejar constancia que cualquier otra
cosa– es citar o convocar a un consejo de seguridad al más alto nivel en
el cual nunca ha pasado nada ni ha salido una solución… Además, se
piensa, se anuncia y se decreta tardíamente el “Estado de conmoción interior”
al que no hay que darle muchas vueltas para justificarlo ante las evidencias
palmarias, pero de agilidad y premura, para expedir los decretos respectivos, poco.
Catatumbo, Tibú y Aguachica,
entre otros varios municipios, tristemente se han convertido en “pedazos de
Colombia” que no pertenecen a Colombia.
La Segunda División del Ejército
Nacional tiene su sede principal en Bogotá y una sede alterna en Bucaramanga. La
Trigésima Brigada, orgánica de la Segunda División del Ejército Nacional está
ubicada en la ciudad de Cúcuta. Con toda la fortaleza del espíritu sugiero que ambas
comandancias sean trasladadas inmediatamente para el epicentro del conflicto,
Catatumbo, y que sea lo que Dios quiera, pues si seguimos administrando los
operativos desde las capitales de los departamentos, jamás se van a conseguir
resultados positivos y seamos claros: los datos y la realidad matan a los
relatos, a las justificaciones y a las buenas intenciones.
Las guerras irregulares
tienen sus propios códigos y requieren sus propias estrategias.
Otra medida es establecer la Ley
Marcial en la zona y nombrar un gobernador militar.
¿O vamos a seguir haciendo
más de lo mismo esperando resultados distintos?
Con espejismos como los de “Colombia
potencia mundial de la vida” y expresiones como “Expandir el
virus de la vida por las estrellas del universo”, no vamos a poder
engañar ni a propios ni extraños, y mucho menos cuando se les ocurra anunciar
con bombos y platillos que “Catatumbo es la capital nacional de la paz”.
No nos crean tan pendejos. Lo de
la “Paz Total” que todos nos soñamos y nos merecemos, se ha convertido
en un embeleco irrealizable si no se atacan de manera continua en el tiempo,
como verdadero Proyecto Nacional, las causas estructurales de la
pobreza, la desigualdad, la injusticia y la iniquidad histórica que como lastre
nos viene pesando desde el mismo día de la mal llamada independencia.
Otra situación, por ahora no tan
caótica en términos de guerra, pero que cada vez está más cerca de explotar, es
la que se observa en territorios olvidados como Chocó y La Guajira, sin
mencionar aquellos departamentos tradicionalmente relegados como los que
configuran nuestra Amazonía y nuestra Orinoquía.
¡Nos quedó grande la
grandeza!
O nos ponemos serios y
refundamos este engendro de Estado que hoy tenemos, o preparémonos y no
nos asustemos ni nos sorprendamos cuando esto se salga de madre y quedemos
reducidos a territorios convertidos abiertamente en zonas de combate.
¿Es este futuro el que queremos
para nuestros sucesores? ¿Esta es la herencia, la mal llamada Patria, que les
dejaremos como legado?
Si es así, pues entonces
declaremos abiertamente que las últimas generaciones hemos sido generaciones
perdidas, a las cuales ha de juzgar la historia por acción, por inacción,
por complicidad o por omisión.