jueves, 13 de febrero de 2025

De cara al porvenir: qué vergüenza

Pedro Juan González Carvajal
Pedro Juan González Carvajal

Un Estado de manera tradicional se reconoce cuando tiene un territorio sobre el cual se alberga una población y sobre la cual se tiene y se ejerce poder.

La más elemental de las obligaciones de un Estado –en caso de existir–, es mantener presencia y control sobre la totalidad del territorio a su cargo, ya sea terrestre, marítimo, aéreo o atmosférico.

Desde hace varios decenios la zona del Catatumbo al Norte del Departamento del Norte de Santander está dominado y controlado por grupos insurgentes que cada que a bien tienen, atacan, secuestran, extorsionan, masacran y dejan la reputación de las Fuerzas Armadas y de Policía por el suelo, así como de los gobiernos enclenques de cada época, afectando de manera inmisericorde la vida de los habitantes y pobladores vecinos, y sacrificando vanamente a nuestros policías y soldados.

Cualquier argumentación que hoy se dé por parte del Gobierno o de los altos mandos militares es inocua e insuficiente ante los resultados inexistentes que se tienen y la realidad que lamentablemente se vive.

La falta de interés, de estrategia, de capacidad, de recursos o de voluntad hace que nuestros soldados y policías se conviertan en carne de cañón, y la población, en una ciudadanía dominada por el miedo y la incertidumbre.

Cada que pasa un evento trágico, la primera medida tradicional –más para dejar constancia que cualquier otra cosa– es citar o convocar a un consejo de seguridad al más alto nivel en el cual nunca ha pasado nada ni ha salido una solución… Además, se piensa, se anuncia y se decreta tardíamente el “Estado de conmoción interior” al que no hay que darle muchas vueltas para justificarlo ante las evidencias palmarias, pero de agilidad y premura, para expedir los decretos respectivos, poco.

Catatumbo, Tibú y Aguachica, entre otros varios municipios, tristemente se han convertido en “pedazos de Colombia” que no pertenecen a Colombia.

La Segunda División del Ejército Nacional tiene su sede principal en Bogotá y una sede alterna en Bucaramanga. La Trigésima Brigada, orgánica de la Segunda División del Ejército Nacional está ubicada en la ciudad de Cúcuta. Con toda la fortaleza del espíritu sugiero que ambas comandancias sean trasladadas inmediatamente para el epicentro del conflicto, Catatumbo, y que sea lo que Dios quiera, pues si seguimos administrando los operativos desde las capitales de los departamentos, jamás se van a conseguir resultados positivos y seamos claros: los datos y la realidad matan a los relatos, a las justificaciones y a las buenas intenciones.

Las guerras irregulares tienen sus propios códigos y requieren sus propias estrategias.

Otra medida es establecer la Ley Marcial en la zona y nombrar un gobernador militar.

¿O vamos a seguir haciendo más de lo mismo esperando resultados distintos?

Con espejismos como los de “Colombia potencia mundial de la vida” y expresiones como “Expandir el virus de la vida por las estrellas del universo”, no vamos a poder engañar ni a propios ni extraños, y mucho menos cuando se les ocurra anunciar con bombos y platillos que “Catatumbo es la capital nacional de la paz”.

No nos crean tan pendejos. Lo de la “Paz Total” que todos nos soñamos y nos merecemos, se ha convertido en un embeleco irrealizable si no se atacan de manera continua en el tiempo, como verdadero Proyecto Nacional, las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la injusticia y la iniquidad histórica que como lastre nos viene pesando desde el mismo día de la mal llamada independencia.

Otra situación, por ahora no tan caótica en términos de guerra, pero que cada vez está más cerca de explotar, es la que se observa en territorios olvidados como Chocó y La Guajira, sin mencionar aquellos departamentos tradicionalmente relegados como los que configuran nuestra Amazonía y nuestra Orinoquía.

¡Nos quedó grande la grandeza!

O nos ponemos serios y refundamos este engendro de Estado que hoy tenemos, o preparémonos y no nos asustemos ni nos sorprendamos cuando esto se salga de madre y quedemos reducidos a territorios convertidos abiertamente en zonas de combate.

¿Es este futuro el que queremos para nuestros sucesores? ¿Esta es la herencia, la mal llamada Patria, que les dejaremos como legado?

Si es así, pues entonces declaremos abiertamente que las últimas generaciones hemos sido generaciones perdidas, a las cuales ha de juzgar la historia por acción, por inacción, por complicidad o por omisión.