José Leonardo Rincón, S. J.
El tiempo corre raudo: ya
estamos a mediados de febrero... y en esto se acaba el año. Es lo que
experimentamos nosotros, comunes mortales. También al presidente le corren los
términos de su mandato. Lo que fue, fue.
Si al presidente le va
bien al país le va bien. Así se expresó en su momento la axiomática sentencia
cuando asumió el poder. Y hoy pareciera constatarse lo contrario. Al presidente
no le está yendo bien luego al país tampoco le está yendo bien. Hay una sensación de frustración y fracaso. Él
mismo lo ha reconocido públicamente rodeado de sus ministros: de 195 promesas
no se han cumplido 146, es un balance dramático tras dos años y medio de
gobierno.
Después de largos años de
polarización política no se podía esperar otro resultado pues, así como se le
amargó al anterior presidente su mandato con la pandemia paralizante y el
violento estallido social, así también de implacable ha sido la oposición con
el actual gobernante: no ha habido un día tranquilo o de paz, el ojo por ojo y
el diente por diente han estado a la orden del día. No hay perdón, no hay
olvido. Sus icónicos líderes han sido cuestionados por la justicia misma. El
país, finalmente, es quien ha perdido estas batallas.
Nunca entendí como un
político que ha estado aspirando a la presidencia por décadas, llegue a la
misma y no tenga un equipo propio o cualificado para tomar las riendas del
Estado. Estamos en el Gobierno, pero no controlamos el Estado, lo confesó
tempranamente. La coalición romántica denominada Pacto Histórico no duró mucho
tiempo. El sueño del gobierno del amor era eso, un sueño. Los brillantes
ministros que lo acompañaron en su primer gabinete fueron relevados porque
quiso tener sólo gente de su confianza y comenzó un carrusel de medio centenar
de ministros que se fueron sucediendo unos tras otros sin pena ni gloria, más
bien con altos índices de mediocridad.
El Gobierno del cambio no
ha sido muy distinto de los que tanto cuestionó por años enteros. La
improvisación, la corrupción, los escándalos mediáticos, el manejo de un país
por Twitter generando crisis y debacles, una impuntualidad proverbialmente
irrespetuosa, el querer hacer todas las reformas al tiempo y chocarse con la
dura realidad de un Congreso acostumbrado a mermeladas y prebendas a cambio de
votos; agendas paralelas y ocultas, han sido entre muchos los males que lo han
agobiado.
La izquierda que tanto
tiempo aspiró y luchó por gobernar la República, cuando creyó tener el poder en
sus manos, ha perdido la ocasión única y feliz para haber demostrado con
exitosos logros que era posible acercarse a la utopía siempre manifiesta en sus
discursos populares. Muy probablemente, como un péndulo, será la derecha la que
vuelva al poder con el ánimo de enderezar lo torcido y retomar el poder perdido
por su misma culpa de haberse olvidado de un pueblo mayoritariamente pobre y
necesitado. Cuánta desazón suscita la oportunidad perdida, el sueño frustrado y
el comprobar que la clase política aparentemente tan distinta como fragmentada,
finalmente es la misma cosa.
El presidente tiene el sol
a sus espaldas y no veo que haga mucho esfuerzo por ajustar el rumbo. Puede
tener muy buenas intenciones, pero las cosas no le salen como tal vez quería.
Ya sabíamos que era un buen parlamentario, pero un deficiente administrador
público. No hubo nada que hacer cuando su contrincante finalista no era mejor,
así su discurso ramplón generara expectativas mesiánicas. Lástima que no
estemos mejor que antes. Por todos lados hay dolores de cabeza: El sector salud
más caótico, la educación en manos de un maleducado que acaba con el Icetex sin
saber que hacía parte de su cartera, unas relaciones internacionales ambiguas y
hasta contradictorias, un presupuesto con baja ejecución, un equipo de trabajo
que se canibaliza y destroza coordinado ahora por un troyano, en fin.
¿Será que hemos aprendido
la lección? No creo. Este país es de amnésicos que repiten una, dos, tres,
cuatro veces lo mismo y vuelve y juega. Ojo pues con las figuritas
efervescentes que prometen el oro y el moro, y aspiran sin saber el berenjenal
en el que han metido. Habrá que pensar mejor las cosas.