José Alvear Sanín
Es muy difícil entender
cómo Colombia, un gran país a pesar de sus carencias, ha caído en las garras de
un individuo de los peores antecedentes morales y penales —desequilibrado,
ignorante y perverso—, que en escasos 24 meses ha destruido eficazmente buena
parte del tejido económico y legal del Estado, preparando para el país un
futuro comparable al de Venezuela...
Lo que no suele
considerarse es que Petro y su banda son apenas peones dentro de la ejecución
de un designio estratégico minuciosamente ejecutado a lo largo de, por lo
menos, medio siglo, por sus verdaderos autores y gestores, al servicio del
partido comunista clandestino.
No existe revolución
espontánea, sea la francesa, la rusa, o la abortada del “estallido social”,
preludio de la llegada de Petro al Gobierno.
La diferencia que aporta
el Foro de Sao Paulo a la praxis revolucionaria para la toma súbita, sangrienta
y totalitaria del poder, consiste en privilegiar la erosión paulatina de las
instituciones, sobre la fracasada acción violenta.
Lo anterior no elimina
el principio de la combinación de todas las formas de lucha. Así, hemos visto
cómo las guerrillas, incapaces de triunfar militarmente, mediante acuerdos
falaces llegan a una desmovilización aparente, a la que sigue una fragmentación
táctica, como estamos viendo con la farsa letal de la “paz total”.
La precisión con la que
se sigue el plan de demolición indica que Petro sigue instrucciones, porque él
no es un estratega ni un pensador, puesto que solo tiene tiempo para fulminar
docenas de trinos y otras estupideces, para incontables y absurdos viajes y
para el disfrute de su agenda privada en largas ausencias.
Aunque destruir es
fácil, la demolición del modelo político y económico, guardando un aparente
orden constitucional, exige un movimiento continuo, a la vez sigiloso y
presuroso, que implica una dirección permanente, coherente y eficaz, muy
alejada de la improvisación alocada de un individuo gárrulo y descobalado.
¿Quiénes, entonces,
gobiernan efectivamente a Colombia?
Desde hace algún tiempo
se habla del Deep State, el Estado profundo, constituido por el núcleo
que ejerce verdaderamente el poder desde una impenetrable sombra.
Con la creación de un
partido revolucionario profesional, Lenin introduce en la historia regímenes
totalitarios, irreductibles y permanentes. Antes de él, las revoluciones eran
transitorias y efímeras. Después de él son estructurales y permanentes, y de ella
solo salen los países cuando el Deep State se ve obligado a cambiar el
modelo, pero conservando la dictadura, como ha ocurrido en Rusia, China y Vietnam,
con diferencias desde luego, mientras Cuba y Norcorea se aferran al estalinismo
radical.
El partido, más que por
un líder vitalicio, único e incuestionable, es dirigido por un grupo anónimo,
omnipotente, inapelable y despótico.
En Colombia opera lo
que podríamos llamar un Politburó, que planifica, dirige, coordina y
ordena todo lo conducente al objetivo: la revolución...
Ese grupo, o Estado
mayor (General Stab), diseñado por Lenin siguiendo las premisas de Vom
Kriege, obra de Karl von Clausewitz sobre la planeación militar, está
constituido por un número muy reducido de personas que trabajan año tras año,
todos los días, para alcanzar el objetivo, mientras las fuerzas democráticas
tienen directores efímeros, ocasionales, y muchas veces improvisados, sin mayor
versación en la ciencia política ni conocimiento de las estrategias de sus
oponentes.
En 1946 se interrogó al
jerarca nazi Ernst Kaltenbrunner sobre la toma del poder. ¿Cómo había sido
posible que un pequeño grupo de fanáticos se hubiera apoderado de un gran país?
Su respuesta fue que, mientas el Gobierno tenía innumerables problemas qué
resolver, ellos tenían solo uno: cómo adueñarse del Estado. Eso vale también
para el comunismo tropical, cuya finalidad es una sola, ya conseguida en buena
parte en Colombia.
No creo equivocarme si
pienso que el Politburó colombiano está constituido por cinco expertos: el
embajador de Cuba en Bogotá, un habilísimo jurista, un militar renegado, un
publicista genial y un cura apóstata. No conozco, obviamente, sus nombres, pero
“por sus frutos los conoceréis”.
Quien quiera ignorar,
dentro de la “corrección política”, la existencia de un partido comunista
clandestino y de un plan revolucionario en acción permanente, no puede entender
la dinámica política que nos conduce al abismo.
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Presentamos a Rafael
Nieto Loaiza nuestra sincera condolencia por la desaparición de su padre,
Rafael Nieto Navia, ilustre profesor, internacionalista, y comentarista siempre
lúcido sobre los grandes temas colombianos.