El título de esta columna,
refleja mi desazón, mi impotencia y casi que mi resignación al ver en el día a
día que este pueblo ladino y mediocre que es el colombiano, –con un ADN
ensuciado y contaminado por los conquistadores y los colonizadores
de otras épocas–, dando una enorme muestra de impasividad, insensibilidad y de
incivilización, es uno de esos que se ha acostumbrado a que los más terribles
aconteceres, actuaciones y realizaciones de los humanos se den en nuestro país
con una frecuencia, una impunidad y una pasividad que desborda todos los
parámetros imaginables y por imaginar.
No hemos podido asimilar,
reconocer y respetar nuestra enorme diversidad en todos los frentes, desde la
biodiversidad, la topografía y la multiculturalidad proveniente de las variadas
etnias que hoy habitamos este territorio privilegiado por la providencia.
Y es que como se dice
parroquialmente, cuando un suceso se vuelve repetitivo, entonces comienza a ser
reconocido como parte del paisaje, como algo común al cual nos hemos
acostumbrado sin medir las consecuencias de nuestra complicidad y alcahuetería
casi siempre silenciosa, acomodada, cómplice y escurridiza.
El hecho de que tengamos y
reclamemos leyes para todo a sabiendas de que no se van a cumplir y que a
partir del principio de que hecha la ley hecha la trampa, nos demuestra
y nos evidencia lo farisea que es nuestra idiosincrasia, plasmada en nuestra
sociedad. Y con el perdón de todos, que ahora no me vayan a salir con aquello
de que “los buenos somos más”, pues eso es simplemente un cliché y un eslogan
que solo sirve de consuelo para los pobres de espíritu.
El esforzado equilibrio que
buscamos para mantenernos entre lo legal y lo ilegal, ya hace parte de nuestra
cultura –algunos la han bautizado con el nombre de la cultura del más vivo–
y muchas veces se premia o se mira con algún nivel de admiración a aquel que se
sabe que está por fuera de la ley, pero consigue poder político, económico o
social precisamente por estar fuera de la ley.
Nos acompaña una pléyade de
abogados ilustres y no tan ilustres que saben cómo no dejar prosperar las
diferentes investigaciones a partir del manejo apropiado de los procedimientos
establecidos, jugando al “vencimiento de términos” para poder burlar y
escabullirse de la justicia en favorecimiento de sus clientes.
Aparecen los vergonzantes de
oficio cuya labor es manejar y divulgar mediante eufemismos lingüísticos los
crímenes, los abusos, los escándalos, los robos, los malos manejos y
comportamientos de los atarvanes de turno.
El irrespeto al derecho a la
vida, honra y bienes de los ciudadanos comunes es el pan de cada día en el país
del Sagrado Corazón y consideramos que, si hablamos de “derechos humanos”, por
el solo hecho de usar el término, la cosa queda arreglada. ¡Ahí estamos
pintados!
Los niños son ultrajados,
vejados, abandonados, vendidos y comprados rompiendo por siempre sus
potenciales proyectos de vida.
Las mujeres son irrespetadas, maltratadas,
usadas como mercancía, violadas, acosadas y asesinadas, tratando de mermar el
impacto de estas acciones cobijándolas bajo el apelativo de feminicidio.
Los jóvenes son retenidos,
secuestrados, coaccionados y forzados a trabajar en “ejércitos, bandas, combos
y grupos delincuenciales de todo tipo”.
La ciudadanía del común es irrespetada,
intimidada, extorsionada, robada, abusada, explotada y desplazada bajo los ojos
temerosos, impávidos e impotentes de todos, incluidas las autoridades.
Existen compatriotas
estigmatizados, discriminados, segregados, excluidos y relegados.
El ciudadano casi siempre es mal
atendido por funcionarios públicos –con las honrosísimas excepciones que se dan
en cualquier actividad humana– que están para servir y no para hacerle favores
a nadie. Su salario se paga con nuestros impuestos. Las filas, el papeleo, los
trámites inocuos, las autenticaciones, el no uso intensivo de la tecnología, la
mala preparación o incapacidad e incompetencia del funcionario público que
llega al cargo como pago a un favor político, es otro tipo de violencia que
padecemos todos, que, a su vez, promueve la corruptela.
Y es que debemos además
reconocer que padecemos diferentes tipos de violencia que son ejecutadas por
victimarios que doblegan a sus víctimas.
Considero que no nos falta si no
la violencia de tipo religioso –y los invito a tocar madera– para completar la
colección o la muestra general de nuestras violencias en el orden político,
económico, social, ideológico y ambiental entre otras tantas.
La violencia rampante es
incubada, desarrollada y potenciada silenciosamente por la corrupción extrema,
los distintos negocios ilegales y la desbordada impunidad.
En un remedo de democracia como
el nuestro, donde no se han definido ni se tienen claros los “objetivos nacionales”,
donde no se ha definido el tipo de ciudadano que se quiere tener para poderlo
educar, sin partidos políticos serios, con gobiernos compartidos entre los
ostentadores temporales del poder y la mal llamada oposición –en un contubernio
y un concubinato oscuro que les hace mutuamente responsables, mutuamente
cómplices–, con un aparato de justicia inoperante que tiene el récord mundial
de impunidad, con un andamiaje económico que privilegia sus intereses y solo
participa como crítico tímido ante las medidas de cualquier Gobierno que los
pueda afectar de algún modo (¿Cuántos proyectos de ley han presentado a través
de nuestra historia los gremios económicos sectoriales y sub sectoriales? ¿Las cámaras
de comercio? ¿Las universidades? ¿Las ONG? ¿Otros actores sociales?), es
ingenuo pensar que las cosas mejoren de alguna manera ante tamaña dejadez y
displicencia.
La corrupción se presenta en
todos los niveles de las organizaciones públicas y privadas y en todos los
poderes del Estado y del sector privado, pues como dice Sor Juan Inés de la
Cruz: “O cuál es de más culpar, aunque cualquiera mal haga: la que peca por
la paga, ¿o el que paga por pecar?”.
Es inadmisible, inaceptable e
imperdonable que en los círculos más altos del poder se presenten malos
manejos, escándalos, robos o tráfico de influencias, a pesar de que se les
califique delicadamente como delincuentes de cuello blanco.
Ante la corrupción deben existir
responsables y considero que son aquellos quienes nombran a los distintos
funcionarios, pues se delegan funciones no responsabilidades.
En reciente entrevista el premio
Nobel de Economía James Robinson –coautor del libro “Por qué fracasan los
países” – lanza reflexiones como estas: “Me encanta Colombia, pero es
una tragedia”. Y para que la cosa sea más preocupante, “Colombia
ha estado muy mal gobernada, de manera complaciente, durante 200 años”.
Y lo malo es que todos lo
sabemos y nos damos cuenta, y todos, sin excepción, no nos comprometemos a refundar
este país, pues hemos llegado a un punto en que hablar de reformas es politiquero,
insuficiente y miope.
En los albores de un nuevo año,
hablaremos como siempre del salario mínimo, de la inflación, del valor del
dólar, de la cuesta de enero, de las
lista de útiles escolares, de la subida de precios, del escándalo de turno –que
pareciera ser que tienen frecuencia semanal–, de otro caso de la justicia que
no llega a nada por vencimiento de términos, de una nueva escalada terrorista,
de múltiples asesinatos y masacres de colombianos todos, soldados, policías,
guerrilleros, paramilitares, ladrones, civiles, narcotraficantes y delincuentes
de todos las pelambres.
Al hacer la evaluación del año
compararemos con el anterior y los rubros tenidos tradicionalmente en cuenta serán
y son el número de atentados terroristas, la cantidad de masacres, los
asesinatos de líderes sociales de todo tipo, el número de secuestros, el número
de extorsiones, el número de robos comunes, las hectáreas sembradas de coca,
las marchas de protesta, las tomas de pueblos, los desplazamientos, el tiempo
que pasan ciertos grupos de indígenas ocupando espacios públicos denunciando y
reclamando promesas pactadas siempre incumplidas, así como los transportadores
que ya saben cómo paralizar y chantajear a todo un país ante la mirada plácida
e impotente de gobiernos y gobernantes tibios.
Habrá que pensar seriamente en
el instrumento de la desobediencia civil.
Ahora bien, como no hay nada
nuevo en nuestro país, les comparto, para recordar, un par de canciones de las
llamadas “canciones protesta” que describen a la perfección el caos y la
ridiculez de lo que es Locombia.
¡Qué gran pesar!
Letra de “Mi
país” de Ana y Jaime, Pablus Gallinazus
Con un poco de humor
vamos a reír de la situación, de
nuestro país
con un poco de humor y un
pañuelo en la mano
vamos a
reír de la situación de mi país.
Ni grande ni chico es mi país
se habla el español, se come
maíz
así adivina
tú, adivina tú cuál es mi país.
Hay diez policías, por cada
estudiante
y hay un estudiante, por mil
ignorantes
así adivina
tú, adivina tú cuál es mi país.
Con un poco de humor sigue la
pista dos
las señoras de aquí se dividen
en dos
las señoras, "señoras"
y las que no lo son
las señoras “señoras”, van a
mercar
y las que
no lo son les venden su pan.
Así adivina
tú, adivina tú cuál es mi país.
Con un poco de humor sigue la
pista tres
los señores de aquí se dividen
en tres
los señores
“señores”, los apenas señores y usted.
Los primeros "are
living" en el barrio de moda
los segundos habitan, casas de
clase dos
y los últimos “últimos”, los que
nunca lo son
son los que
hacen las casas, canciones y cosas para los otros dos.
Así adivina
tú, adivina tú cual es mi país.
Y si no adivinas por qué sos así
de seguro somos del mismo país
pues mi país, mi país, mi país,
mi país, mi país,
mi país, mi
país; es tu, es tu país.
Letra de “Así
es mi pueblo” de Luis Gabriel
La fiesta va a empezar
y el pueblo canta y baila sin
parar
mi pueblo se ha quedado sin
pescado
y la carne
en el mercado racionada está.
Los cerdos y gallinas van de
huelga
los borrachos van de juerga
y los niños a rezar
a prisa, a
prisa, el cura llama a misa.
Las comadres con sus suegros
todos con vestidos negros se
apresuran por llegar
Y yo que ando sin trabajo con el
pelo alborotado
me voy al parque a observar a
las gentes de un partido
de los
hombres oprimidos que todo van a cambiar.
Con mentiras y un camino de
promesas, cuentos chinos
porque todo siempre igual
yo me miro los bolsillos y no
encuentro cigarrillos
ni dinero
pa comprar.
Y cazando mariposas me río de
todas las cosas y me olvido de fumar
mi pueblo a fiestas va y solo
así se olvida de llorar
llega un hippie mal parado, ¿marihuana?
de aquel
lado, al final de la manzana la conseguirá.
Pero anda con cautela o el
maestro de la escuela te la va a robar
¡¿Oh qué veo?! es un lindo bomboncito,
y que hermoso su ombliguito ¿para quién será?
Para aquel
que está en la onda, fuma yerba, no se baña, y que viaja sin andar.
Ya los cachos de las reses se
han perdido
hoy los llevan los maridos de mi
gran ciudad
y ellos miran sus vecinos, pero
nunca el mal camino
han seguido
de verdad.
Beber, cantar, bailar, mi pueblo
así se olvida de llorar
un señor de traje verde con su
mazo causa-estragos
ha venido malgeniado, y me la
quiere velar
pues piensa
que soy un vago, sin papeles, y varado y me le voy a escapar.
Hasta pronto amigos míos,
y recuerden en que lío me ha
metido esta canción
que canté sobre mi pueblo sin yo
hablarle mal a nadie,
y de nadie
hablar yo mal.
La fiesta
acabó ya y el pueblo se olvidó de llorar.
Con prudente optimismo, les
deseo un buen año 2025.