viernes, 27 de diciembre de 2024

De cara al porvenir: qué pesar, pero ya nos acostumbramos...

Pedro Juan González Carvajal
Pedro Juan González Carvajal

El título de esta columna, refleja mi desazón, mi impotencia y casi que mi resignación al ver en el día a día que este pueblo ladino y mediocre que es el colombiano, –con un ADN ensuciado y contaminado por los conquistadores y los colonizadores de otras épocas–, dando una enorme muestra de impasividad, insensibilidad y de incivilización, es uno de esos que se ha acostumbrado a que los más terribles aconteceres, actuaciones y realizaciones de los humanos se den en nuestro país con una frecuencia, una impunidad y una pasividad que desborda todos los parámetros imaginables y por imaginar.

No hemos podido asimilar, reconocer y respetar nuestra enorme diversidad en todos los frentes, desde la biodiversidad, la topografía y la multiculturalidad proveniente de las variadas etnias que hoy habitamos este territorio privilegiado por la providencia.

Y es que como se dice parroquialmente, cuando un suceso se vuelve repetitivo, entonces comienza a ser reconocido como parte del paisaje, como algo común al cual nos hemos acostumbrado sin medir las consecuencias de nuestra complicidad y alcahuetería casi siempre silenciosa, acomodada, cómplice y escurridiza.

El hecho de que tengamos y reclamemos leyes para todo a sabiendas de que no se van a cumplir y que a partir del principio de que hecha la ley hecha la trampa, nos demuestra y nos evidencia lo farisea que es nuestra idiosincrasia, plasmada en nuestra sociedad. Y con el perdón de todos, que ahora no me vayan a salir con aquello de que “los buenos somos más”, pues eso es simplemente un cliché y un eslogan que solo sirve de consuelo para los pobres de espíritu.

El esforzado equilibrio que buscamos para mantenernos entre lo legal y lo ilegal, ya hace parte de nuestra cultura –algunos la han bautizado con el nombre de la cultura del más vivo– y muchas veces se premia o se mira con algún nivel de admiración a aquel que se sabe que está por fuera de la ley, pero consigue poder político, económico o social precisamente por estar fuera de la ley.

Nos acompaña una pléyade de abogados ilustres y no tan ilustres que saben cómo no dejar prosperar las diferentes investigaciones a partir del manejo apropiado de los procedimientos establecidos, jugando al “vencimiento de términos” para poder burlar y escabullirse de la justicia en favorecimiento de sus clientes.

Aparecen los vergonzantes de oficio cuya labor es manejar y divulgar mediante eufemismos lingüísticos los crímenes, los abusos, los escándalos, los robos, los malos manejos y comportamientos de los atarvanes de turno.

El irrespeto al derecho a la vida, honra y bienes de los ciudadanos comunes es el pan de cada día en el país del Sagrado Corazón y consideramos que, si hablamos de “derechos humanos”, por el solo hecho de usar el término, la cosa queda arreglada. ¡Ahí estamos pintados!

Los niños son ultrajados, vejados, abandonados, vendidos y comprados rompiendo por siempre sus potenciales proyectos de vida.

Las mujeres son irrespetadas, maltratadas, usadas como mercancía, violadas, acosadas y asesinadas, tratando de mermar el impacto de estas acciones cobijándolas bajo el apelativo de feminicidio.

Los jóvenes son retenidos, secuestrados, coaccionados y forzados a trabajar en “ejércitos, bandas, combos y grupos delincuenciales de todo tipo”.

La ciudadanía del común es irrespetada, intimidada, extorsionada, robada, abusada, explotada y desplazada bajo los ojos temerosos, impávidos e impotentes de todos, incluidas las autoridades.

Existen compatriotas estigmatizados, discriminados, segregados, excluidos y relegados.

El ciudadano casi siempre es mal atendido por funcionarios públicos –con las honrosísimas excepciones que se dan en cualquier actividad humana– que están para servir y no para hacerle favores a nadie. Su salario se paga con nuestros impuestos. Las filas, el papeleo, los trámites inocuos, las autenticaciones, el no uso intensivo de la tecnología, la mala preparación o incapacidad e incompetencia del funcionario público que llega al cargo como pago a un favor político, es otro tipo de violencia que padecemos todos, que, a su vez, promueve la corruptela.

Y es que debemos además reconocer que padecemos diferentes tipos de violencia que son ejecutadas por victimarios que doblegan a sus víctimas.

Considero que no nos falta si no la violencia de tipo religioso –y los invito a tocar madera– para completar la colección o la muestra general de nuestras violencias en el orden político, económico, social, ideológico y ambiental entre otras tantas.

La violencia rampante es incubada, desarrollada y potenciada silenciosamente por la corrupción extrema, los distintos negocios ilegales y la desbordada impunidad.

En un remedo de democracia como el nuestro, donde no se han definido ni se tienen claros los “objetivos nacionales”, donde no se ha definido el tipo de ciudadano que se quiere tener para poderlo educar, sin partidos políticos serios, con gobiernos compartidos entre los ostentadores temporales del poder y la mal llamada oposición –en un contubernio y un concubinato oscuro que les hace mutuamente responsables, mutuamente cómplices–, con un aparato de justicia inoperante que tiene el récord mundial de impunidad, con un andamiaje económico que privilegia sus intereses y solo participa como crítico tímido ante las medidas de cualquier Gobierno que los pueda afectar de algún modo (¿Cuántos proyectos de ley han presentado a través de nuestra historia los gremios económicos sectoriales y sub sectoriales? ¿Las cámaras de comercio? ¿Las universidades? ¿Las ONG? ¿Otros actores sociales?), es ingenuo pensar que las cosas mejoren de alguna manera ante tamaña dejadez y displicencia.

La corrupción se presenta en todos los niveles de las organizaciones públicas y privadas y en todos los poderes del Estado y del sector privado, pues como dice Sor Juan Inés de la Cruz: “O cuál es de más culpar, aunque cualquiera mal haga: la que peca por la paga, ¿o el que paga por pecar?”.

Es inadmisible, inaceptable e imperdonable que en los círculos más altos del poder se presenten malos manejos, escándalos, robos o tráfico de influencias, a pesar de que se les califique delicadamente como delincuentes de cuello blanco.

Ante la corrupción deben existir responsables y considero que son aquellos quienes nombran a los distintos funcionarios, pues se delegan funciones no responsabilidades.

En reciente entrevista el premio Nobel de Economía James Robinson –coautor del libro “Por qué fracasan los países” – lanza reflexiones como estas: “Me encanta Colombia, pero es una tragedia”. Y para que la cosa sea más preocupante, “Colombia ha estado muy mal gobernada, de manera complaciente, durante 200 años”.

Y lo malo es que todos lo sabemos y nos damos cuenta, y todos, sin excepción, no nos comprometemos a refundar este país, pues hemos llegado a un punto en que hablar de reformas es politiquero, insuficiente y miope.

En los albores de un nuevo año, hablaremos como siempre del salario mínimo, de la inflación, del valor del dólar,  de la cuesta de enero, de las lista de útiles escolares, de la subida de precios, del escándalo de turno –que pareciera ser que tienen frecuencia semanal–, de otro caso de la justicia que no llega a nada por vencimiento de términos, de una nueva escalada terrorista, de múltiples asesinatos y masacres de colombianos todos, soldados, policías, guerrilleros, paramilitares, ladrones, civiles, narcotraficantes y delincuentes de todos las pelambres.

Al hacer la evaluación del año compararemos con el anterior y los rubros tenidos tradicionalmente en cuenta serán y son el número de atentados terroristas, la cantidad de masacres, los asesinatos de líderes sociales de todo tipo, el número de secuestros, el número de extorsiones, el número de robos comunes, las hectáreas sembradas de coca, las marchas de protesta, las tomas de pueblos, los desplazamientos, el tiempo que pasan ciertos grupos de indígenas ocupando espacios públicos denunciando y reclamando promesas pactadas siempre incumplidas, así como los transportadores que ya saben cómo paralizar y chantajear a todo un país ante la mirada plácida e impotente de gobiernos y gobernantes tibios.

Habrá que pensar seriamente en el instrumento de la desobediencia civil.

Ahora bien, como no hay nada nuevo en nuestro país, les comparto, para recordar, un par de canciones de las llamadas “canciones protesta” que describen a la perfección el caos y la ridiculez de lo que es Locombia.

¡Qué gran pesar!

Letra de “Mi país” de Ana y Jaime, Pablus Gallinazus

Con un poco de humor
vamos a reír de la situación, de nuestro país
con un poco de humor y un pañuelo en la mano
vamos a reír de la situación de mi país.

Ni grande ni chico es mi país
se habla el español, se come maíz
así adivina tú, adivina tú cuál es mi país.

Hay diez policías, por cada estudiante
y hay un estudiante, por mil ignorantes
así adivina tú, adivina tú cuál es mi país.

Con un poco de humor sigue la pista dos
las señoras de aquí se dividen en dos
las señoras, "señoras" y las que no lo son
las señoras “señoras”, van a mercar
y las que no lo son les venden su pan.

Así adivina tú, adivina tú cuál es mi país.

Con un poco de humor sigue la pista tres
los señores de aquí se dividen en tres
los señores “señores”, los apenas señores y usted.

Los primeros "are living" en el barrio de moda
los segundos habitan, casas de clase dos
y los últimos “últimos”, los que nunca lo son
son los que hacen las casas, canciones y cosas para los otros dos.

Así adivina tú, adivina tú cual es mi país.

Y si no adivinas por qué sos así
de seguro somos del mismo país
pues mi país, mi país, mi país, mi país, mi país,
mi país, mi país; es tu, es tu país.

Letra de “Así es mi pueblo” de Luis Gabriel

La fiesta va a empezar
y el pueblo canta y baila sin parar
mi pueblo se ha quedado sin pescado
y la carne en el mercado racionada está.

Los cerdos y gallinas van de huelga
los borrachos van de juerga
y los niños a rezar
a prisa, a prisa, el cura llama a misa.

Las comadres con sus suegros
todos con vestidos negros se apresuran por llegar
Y yo que ando sin trabajo con el pelo alborotado
me voy al parque a observar a las gentes de un partido
de los hombres oprimidos que todo van a cambiar.

Con mentiras y un camino de promesas, cuentos chinos
porque todo siempre igual
yo me miro los bolsillos y no encuentro cigarrillos
ni dinero pa comprar.

Y cazando mariposas me río de todas las cosas y me olvido de fumar
mi pueblo a fiestas va y solo así se olvida de llorar
llega un hippie mal parado, ¿marihuana?
de aquel lado, al final de la manzana la conseguirá.

Pero anda con cautela o el maestro de la escuela te la va a robar
¡¿Oh qué veo?! es un lindo bomboncito, y que hermoso su ombliguito ¿para quién será?
Para aquel que está en la onda, fuma yerba, no se baña, y que viaja sin andar.

Ya los cachos de las reses se han perdido
hoy los llevan los maridos de mi gran ciudad
y ellos miran sus vecinos, pero nunca el mal camino
han seguido de verdad.

Beber, cantar, bailar, mi pueblo así se olvida de llorar
un señor de traje verde con su mazo causa-estragos
ha venido malgeniado, y me la quiere velar
pues piensa que soy un vago, sin papeles, y varado y me le voy a escapar.

Hasta pronto amigos míos,
y recuerden en que lío me ha metido esta canción
que canté sobre mi pueblo sin yo hablarle mal a nadie,
y de nadie hablar yo mal.

La fiesta acabó ya y el pueblo se olvidó de llorar.

Con prudente optimismo, les deseo un buen año 2025.