José Leonardo Rincón, S. J.
Es claro que no puedo hablar desde la experiencia de padre de familia, pero si desde la de hijo y por lo que le he escuchado a mis familiares y amigos que sí lo han sido.
Recuerdo a algún compañero de colegio hace muchos años, cuando tuvo su primer hijo, contarme verdaderamente emocionado lo que significaba ser papá: una experiencia indescriptible por lo maravillosa. Imagínense lo que me cuentan las mamás, algo todavía más trascendental y cualitativamente superior. Porque, claro, una cosa es aportar la primera cuota y, otra, asumir nueve meses la responsabilidad directa de llevar dentro de sí otro ser, fruto de su ser. Otra cosa.
Entonces, es ahí donde uno trata de entender a las mamás y esa misteriosa conexión que se genera con los hijos. Por eso, uno jocosamente afirma que las mamás son brujas, porque lo saben todo, lo intuyen de una, tienen olfato para saber cómo está uno, se las pillan a la primera. Mejor sería decir que nos tienen conectados vía Wifi: si se está triste, si se está enfermo, si se tiene algún problema, ellas ya lo saben, con solo mirarlo a uno, con ver cómo actúa... quizás no digan nada, pero lo saben todo. Con razón los hijos calaveras, las ovejas negras, son sus predilectos.
Almorzando estos días con un amigo que tuvo su hijo gravemente enfermo, me decía que se sentía morir, que actuaba como un zombi, que no tenía cabeza para nada distinto, mientras estuvo en esa situación. Se entiende en ese instante lo que un hijo significa para los padres. Y uno como educador entiende también por qué algunos papás se enceguecen y no quieren ver que sus hijos, perfectos para ellos, se equivocan, la embarran y necesitan ser corregidos o sancionados. Les duele en el alma, pero solo los que teniendo distancia crítica saben que precisamente por ese amor que les tienen deben educarse, aceptan esas necesarias reprimendas como verdaderas oportunidades de crecimiento.
Con razón también los padres que pierden un hijo en un accidente, o por una enfermedad o por lo que sea, se sienten morir, se les acaba la vida, nunca parecen recuperarse y superar la prueba. También conozco muchos y dolorosos casos. No es para menos: son parte de su ser, de sus entrañas, cuerpo de su cuerpo, sangre de su sangre.
Tener un hijo sin duda alguna es una bendición y saberlo educar como debe ser, mejor todavía. Finalmente, uno es producto de esa formación que recibe en el hogar y en la escuela. Esos primeros años son definitivamente claves y eso, en buena medida, señala el rumbo. Porque hay amor, porque los hijos son lo mejor que puede pasar, precisamente por eso, hay que educarlos como se debe. Será la mejor inversión a futuro. No lo duden.