Luis Alfonso García Carmona
Es el momento para
recordar que, desde la llegada de la extrema izquierda al poder, mediante la
mentira, la compra de votos, el ingreso ilícito de dineros a la campaña y el
fraude cometido con softwares que no permitían auditoría ni revisión de
los resultados en los escrutinios informáticos, ha venido creciendo en Colombia
el rechazo de la opinión pública al régimen espuriamente elegido.
Dicho rechazo se
fue convirtiendo, primero en indignación, y luego en una sensación de
impotencia, ante el abuso del poder traducido en el desmonte de la Fuerza
Pública, la milicianización del país, el blindaje al narcotráfico, la impunidad
en beneficio del terrorismo y la delincuencia, y el asalto a los recursos del
Estado a través de la corrupción y de las reformas a los sistemas de salud y
pensiones.
Paralelamente a las
expresiones masivas de quienes gritan “Fuera, Petro” en toda reunión
multitudinaria, muchos colombianos, civiles y veteranos de las Fuerzas Armadas,
hemos venido conformando grupos de trabajo para derrocar al
guerrillero-presidente por los medios que autoriza nuestro sistema democrático
y buscando la solución definitiva a la crisis generalizada que azota al país
bajo el yugo del régimen castro-chavista.
Son muchos los
compatriotas que se nos han acercado para preguntarnos cuál es el líder capaz
de orientar este movimiento de resistencia y de llegar a la Presidencia para,
desde allí, poner en marcha la reconstrucción nacional que nos devuelva la
ética, la transparencia, la justicia, la seguridad, la dignidad de la persona
humana frente a los abusos del poder, la protección de nuestros bienes, la
oportunidad para trabajar y mejorar nuestro nivel de vida, y el derecho a que
se respete nuestro derecho a elegir libremente y sin trampas a nuestros
gobernantes.
Hemos mantenido la
tesis de que antes de pensar en el nombre de quien deba conducir esta batalla
frente a las fuerzas del mal, debemos analizar sus programas. No podemos
equivocarnos como en el pasado, cuando elegíamos al candidato que nos
recomendaban los caciques políticos, sin conocer la veracidad de su programa de
gobierno.
Los fracasos a los
que esta práctica nos ha conducido nos han enseñado a desconfiar de nuestra
obsoleta clase política, responsable por activa o por pasiva de la crisis de la
que ahora nos lamentamos. No en vano, los partidos políticos y el Congreso son las
instituciones que arrojan la mayor desfavorabilidad y la menor credibilidad en
todas las encuestas de opinión.
Gracias a la
misericordia divina, todo el trabajo realizado y los sufrimientos que hemos
padecido no han sido en vano. Los ideales a los que venimos aspirando, así como
los programas necesarios para reconstruir los daños que viene causando el
mandato de la izquierda, están claramente consignados en el programa de acción
que propone el nuevo candidato a los colombianos, el empresario antioqueño Santiago
Botero Jaramillo.
Tuvimos la fortuna
de poder asistir a la conferencia dictada por el nuevo candidato en el Club
Unión de Medellín el pasado 12 de noviembre. Destacamos del citado evento lo
siguiente: 1) Las acertadas y eficaces soluciones presentadas para dar solución
a los problemas que más afectan a los colombianos; 2) El espíritu de
transparencia, deseo de servir y fe en sí mismo que irradian del expositor; 3)
Los valores espirituales, el carácter y el carisma que caracterizan al
candidato; 4) El fervoroso entusiasmo que su propuesta levantó en un selecto
grupo de asistentes que tuvimos la oportunidad de opinar e indagar sobre cada
una de los temas expuestos, y 5) La confianza que tanto el candidato como su
plan de acción generaron en el auditorio.
Como expresó uno de
los asistentes a la conferencia, “estamos muy seguros al acompañar a Santiago
en su campaña, porque ha escogido como socio al mejor de todos. Dios, nuestro
Señor”. Complementa este pensamiento, el filósofo Jacques Maritain:
“Pero,
cuanto más violentamente intenso se manifieste el poder del mal, tanto más
débiles en duración histórica serán sus mejoras internas y el vigor vital
conseguido por un Estado al emplear semejante poder.”