Luis Alfonso García Carmona
Con frecuencia se
preguntan algunos compatriotas ¿cómo fue que llegamos a esta horrorosa
situación que vivimos? Y la respuesta al interrogante se queda en banalidades
subjetivas o en personalizadas incriminaciones contra quienes han sido nuestros
rivales políticos. Somos, en general, proclives a cargar la culpa a los demás
en lugar de estudiar racional y objetivamente las causas que han lanzado el
país a este generalizado fracaso.
Si en algo ha sido
útil el régimen actual de la extrema izquierda es que nos ha mostrado lo que
sucede a las democracias cuando no cumplen a cabalidad con su deber de brindar
instituciones que permitan el crecimiento económico de la mayoría de la
población en lugar del enriquecimiento de las castas que por décadas han
detentado el poder. Nos ha enseñado que el sistema democrático exige ajustes
para evitar los abusos contra los más vulnerables. Nos ha recordado que no se
puede aprovechar indefinidamente del poder sin exponer al país a caer en las
garras del comunismo, maestro en el arte de prometer lo que no va a cumplir y
experto en utilizar todas las formas de lucha para llegar al poder y luego
perpetuarse en su ejercicio con ayuda del fraude y el terrorismo.
Ya habíamos observado
con todo detalle en este mundo globalizado lo que ocurrió en Cuba, Venezuela y
Nicaragua pero, muy orondos y despreocupados, nos decíamos ”eso a nosotros
no nos va suceder”. Pues sucedió y
lo peor está por venir. Todavía, como en la “patria boba”, algunos compatriotas
insisten en que todo se solucionará en las próximas elecciones porque nuestras
instituciones no permitirán un nuevo fracaso. Tonterías. No hay la menor
posibilidad de que los candidatos y sus caciques renuncien a la posibilidad de
llegar a la Presidencia y no se dará esa quimera de la unión antipetro.
Se presentarán por su cuenta por el sistema de firmas pues ya los partidos
recibieron la extremaunción y cada uno obtendrá su cuotica de votos.
Lo de las tales
instituciones no deja de ser otro embeleco. Basta con repasar quién o quiénes
controlan el Congreso, las cortes, los entes de control los institutos
descentralizados, las empresas que manejan los macro presupuestos.
Y nadie se atreve
a hablar del fraude que se repetiría, corregido y aumentado, en caso de que
peligre la candidatura de Petro o de quien este señale. Si en el Gobierno de
transición se rompieron todas las reglas de la decencia y no se permitió ni
recuentos de votos, ni investigaciones del fraude, ni repetición de votaciones
en las mesas cuestionadas, ¿qué pasará ahora con todo el poder en la mano y sin
nadie que controle?
La solución es
simple pero su implementación requiere un titánico y heroico esfuerzo. Traigo a
colación, del excelente libro “¿Por qué fracasan los países?”, (Daron
Acemoglu y James A. Robinson):
“Las
instituciones económicas dan forma a los incentivos económicos: los incentivos
para recibir una educación, ahorrar e invertir, innovar y adoptar nuevas
tecnologías, etcétera. Las instituciones políticas de una nación determinan la
capacidad de los ciudadanos de controlar a los políticos e influir en su
comportamiento. Esto, a su vez, determina si los políticos son agentes (aunque
sea imperfectos) de los ciudadanos, o si son capaces de abusar del poder que se
les confía o que han usurpado, para amasar sus propias fortunas y seguir sus
objetivos personales en detrimento de los de los ciudadanos.”
En la práctica, si
queremos pasar del fracaso al éxito, basta con implementar lo que algunos de
los países más ricos (Singapur, Taiwán, Nueva Zelanda, Corea del Sur) ya han
hecho y les ha permitido pasar rápidamente de la pobreza a la riqueza. Para
lograrlo requieren contar con instituciones económicas abiertas al progreso de
todos los ciudadanos y no al servicio de unos pocos. La conformación de estas
instituciones, así como los demás planes y programas del Gobierno dependen de
los políticos que conquisten el poder.
Estamos en el
momento oportuno para dar el viraje de 180 grados que salvará al país. No
podemos consentir que continúe la destrucción y, sobre todo, la descomposición
moral, que nos viene recetando la extrema izquierda. Tampoco podemos retornar a
los sempiternos vicios que nos han conducido a esta monumental crisis.
Unámonos sí, pero
no para escoger otro representante de las castas políticas que hasta aquí nos
trajeron. La unidad debe ser alrededor de programas, empezando por la
reconstrucción nacional después del desastre de la administración petrista.
No repitamos los errores del pasado, escogiendo candidatos por miedo a otros
peores o por recomendación de los desacreditados caudillos de siempre. Y, lo
más importante, no escojamos nombres sino programas. Lo que necesita el país no
es más de lo mismo sino una fuerza renovadora de los buenos contra los malos. Por
sus hechos, conoceréis a los malos, como lo enseña la palabra evangélica.