martes, 29 de octubre de 2024

De cara al porvenir: la dictadura de las minorías

Pedro Juan González Carvajal
Pedro Juan González Carvajal

Por ser un tema que puede generar hipersensibilidades, de entrada, confieso que realizo esta reflexión con mucho respeto y tratando de ser lo más objetivo posible.

En la antigüedad, en sus orígenes, la democracia fue definida como “El gobierno del pueblo” donde todos tenían la posibilidad de expresar libremente su opinión, con restricción a las mujeres y obviamente excluyendo a los esclavos del momento.

El origen de la democracia en Atenas fue un proceso complejo y dinámico, marcado por conflictos sociales, reformas políticas y la participación de figuras clave que lucharon por la libertad y la igualdad. La democracia ateniense, con sus virtudes y defectos, se convirtió en un modelo para la historia occidental, inspirando a movimientos democráticos en todo el entorno. Su legado sigue siendo una fuente de inspiración para la lucha por la democracia y la justicia social.

La palabra democracia proviene de las palabras griegas “demos”, es decir, las personas, y “kratos” que significa poder; por lo que la democracia pueda ser definida como el poder del pueblo: una forma de gobernar que depende de la voluntad del pueblo.

La democracia ateniense era un sistema de gobierno en el que todos los ciudadanos varones podían asistir y participar en la asamblea que gobernaba la ciudad-estado. Se trataba de una forma de gobierno democrática en la que el pueblo o "demos" tenía un poder político real.

La democracia griega se fundamenta en dos principios básicos: la igualdad de derechos y la igualdad de palabra para todos los ciudadanos. El órgano soberano era una asamblea constituida por todos los ciudadanos: no hay más gobernantes que los mismos gobernados.

La democracia ateniense se caracterizaba por un gobierno formado por una asamblea, un consejo y tribunales, la participación en la asamblea estaba limitada a los varones adultos libres.

Se partía del principio de hacer cumplir la voluntad de la mayoría, de modo que el mayor número de ciudadanos se beneficiara con las decisiones tomadas.

Hoy por hoy se presenta un fenómeno que está trastocando e impidiendo el cumplimiento del precepto anterior. Con la visibilización de los distintos tipos de minorías étnicas, de preferencias sexuales, de género, religiosas, políticas, entre otras muchas, la sociedad se ha venido arrinconando con un proceso que por “tratar de relacionarse con justicia con las minorías”, muchas veces se sacrifica el interés general, el de las mayorías, por el de las minorías, con lo cual yo personalmente estoy en desacuerdo.

Lo que debe hacerse es buscar el bien común, el alto interés general, el de las mayorías, respetando y tratando de manera equitativa a las minorías, pero sin invertir el orden de los valores y de las cosas, teniendo presente que la equidad completa no es posible.

La visibilización de las minorías en la mayoría de las veces se hace presentándolas como víctimas, lo cual puede ser cierto en algunos casos, pero no es la generalidad.

La victimización lleva al sentimiento de culpa del otro y es ahí donde comienza el desbarajuste y el torpedeo a los principios fundacionales de la democracia.

Si en algún caso la toma de decisiones que favorece a las mayorías afecta de alguna manera a cierta minoría específica, pues deben buscarse e implementarse los mecanismos de compensación respectivos, sin impedir el desarrollo de las decisiones tomadas.

Las relaciones entre los humanos son complejas per se y por eso debe existir la voluntad política y el pensamiento ético, moral y legal para generar la mezcla óptima de condiciones para tratar el buscar el bien común.

Desde las épocas de Solón, de Pericles, de Sócrates, de Platón, de Aristóteles, pasando por San Agustín y Santo Tomás de Aquino, rescatando los aportes de los Enciclopedistas y todos los miembros insignes que aportaron a la Ilustración, sin dejar de mencionar a Voltaire, Locke, Thoreau, Rawls y otros muchos, se está discutiendo la mejor manera de hacer de la vida de los hombres, una existencia digna, con deberes y con derechos para poder vivir en sociedad.

Las cosas hay que llamarlas por su nombre y hay que asumir el costo de defender posturas. De no hacerlo, caeremos en un flojera intelectual y política que llevará al deterioro y, por qué no, al colapso de ideas, conceptos e instituciones que, sin ser palabra ni obra de Dios, han permitido que los humanos podamos vivir juntos, construyamos civilizaciones y aún hoy continuemos siendo la especie dominante.

Hoy se habla de la crisis de los relatos. Es posible que los relatos no estén en crisis, sino que no somos capaces de entenderlos, aplicarlos y defenderlos en su verdadera esencia.

Sin embargo, los relatos pueden ser repensados, ajustados, modificados y también, por qué no, pueden aparecer nuevos relatos que reflejen los cambios de la realidad en que nosotros los humanos nos desenvolvemos.

Los desarrollos tecnológicos como la computación cuántica, la realidad virtual y la inteligencia artificial, abren las puertas de mundos desconocidos, así como la probabilidad creciente de que no estemos solos en el universo, lo cual debe generar, indiscutiblemente, la desaparición y la aparición de algunos relatos y la adecuación de nuestro comportamiento como humanos.

Sin desfallecer, tratemos de fortalecer al hombre, al humano, a la humanidad y al humanismo.