Por ser un tema que puede
generar hipersensibilidades, de entrada, confieso que realizo esta reflexión
con mucho respeto y tratando de ser lo más objetivo posible.
En la antigüedad, en sus
orígenes, la democracia fue definida como “El gobierno del pueblo” donde
todos tenían la posibilidad de expresar libremente su opinión, con restricción
a las mujeres y obviamente excluyendo a los esclavos del momento.
El origen de la democracia en Atenas fue un proceso complejo
y dinámico, marcado por conflictos sociales, reformas políticas y la
participación de figuras clave que lucharon por la libertad y la igualdad. La
democracia ateniense, con sus virtudes y defectos, se convirtió en un modelo
para la historia occidental, inspirando a movimientos democráticos en todo el
entorno. Su legado sigue siendo una fuente de inspiración para la lucha por la
democracia y la justicia social.
La palabra democracia proviene de las palabras griegas “demos”,
es decir, las personas, y “kratos” que significa poder; por lo que la
democracia pueda ser definida como “el poder del pueblo”: una forma de gobernar que depende de
la voluntad del pueblo.
La democracia ateniense era un sistema de gobierno en el que todos los ciudadanos
varones podían asistir y participar en la asamblea que gobernaba la
ciudad-estado. Se
trataba de una forma de gobierno democrática en la que el pueblo o "demos"
tenía un poder político real.
La democracia griega se fundamenta en dos principios básicos:
la igualdad de derechos y la igualdad de
palabra para todos los ciudadanos. El órgano soberano era una asamblea constituida por todos
los ciudadanos: no hay más gobernantes que los mismos gobernados.
La democracia ateniense se caracterizaba por un gobierno formado por una asamblea, un consejo y
tribunales, la participación en la asamblea estaba limitada a los varones
adultos libres.
Se partía del principio de hacer cumplir la voluntad de la
mayoría, de modo que el mayor número de ciudadanos se beneficiara con las
decisiones tomadas.
Hoy por hoy se presenta un fenómeno que está trastocando e
impidiendo el cumplimiento del precepto anterior. Con la visibilización de los
distintos tipos de minorías étnicas, de preferencias sexuales, de género,
religiosas, políticas, entre otras muchas, la sociedad se ha venido
arrinconando con un proceso que por “tratar de relacionarse con justicia con
las minorías”, muchas veces se sacrifica el interés general, el de las
mayorías, por el de las minorías, con lo cual yo personalmente estoy en
desacuerdo.
Lo que debe hacerse es buscar el bien común, el alto interés
general, el de las mayorías, respetando y tratando de manera equitativa a
las minorías, pero sin invertir el orden de los valores y de las cosas,
teniendo presente que la equidad completa no es posible.
La visibilización de las minorías en la mayoría de las veces
se hace presentándolas como víctimas, lo cual puede ser cierto en algunos
casos, pero no es la generalidad.
La victimización lleva al sentimiento de culpa del otro y es ahí
donde comienza el desbarajuste y el torpedeo a los principios fundacionales de la
democracia.
Si en algún caso la toma de decisiones que favorece a las
mayorías afecta de alguna manera a cierta minoría específica, pues deben
buscarse e implementarse los mecanismos de compensación respectivos, sin
impedir el desarrollo de las decisiones tomadas.
Las relaciones entre los humanos son complejas per se
y por eso debe existir la voluntad política y el pensamiento ético, moral y
legal para generar la mezcla óptima de condiciones para tratar el buscar el
bien común.
Desde las épocas de Solón, de Pericles, de Sócrates, de
Platón, de Aristóteles, pasando por San Agustín y Santo Tomás de Aquino,
rescatando los aportes de los Enciclopedistas y todos los miembros insignes que
aportaron a la Ilustración, sin dejar de mencionar a Voltaire, Locke, Thoreau,
Rawls y otros muchos, se está discutiendo la mejor manera de hacer de la vida
de los hombres, una existencia digna, con deberes y con derechos para poder
vivir en sociedad.
Las cosas hay que llamarlas por su nombre y hay que asumir el
costo de defender posturas. De no hacerlo, caeremos en un flojera intelectual y
política que llevará al deterioro y, por qué no, al colapso de ideas, conceptos
e instituciones que, sin ser palabra ni obra de Dios, han permitido que los
humanos podamos vivir juntos, construyamos civilizaciones y aún hoy continuemos
siendo la especie dominante.
Hoy se habla de la crisis de los relatos. Es posible que los
relatos no estén en crisis, sino que no somos capaces de entenderlos,
aplicarlos y defenderlos en su verdadera esencia.
Sin embargo, los relatos pueden ser repensados, ajustados,
modificados y también, por qué no, pueden aparecer nuevos relatos que reflejen
los cambios de la realidad en que nosotros los humanos nos desenvolvemos.
Los desarrollos tecnológicos como la computación cuántica, la
realidad virtual y la inteligencia artificial, abren las puertas de mundos
desconocidos, así como la probabilidad creciente de que no estemos solos en el
universo, lo cual debe generar, indiscutiblemente, la desaparición y la
aparición de algunos relatos y la adecuación de nuestro comportamiento como
humanos.
Sin desfallecer, tratemos de fortalecer al hombre, al humano,
a la humanidad y al humanismo.