José Alvear Sanín
Después de cada escándalo y de cada macroacto
de corrupción Petro se fortalece. No han pasado 15 días desde las revelaciones
de Olmedo y Sneyder sobre el destino parlamentario de fondos de la UNGRD para
impulsar el programa de Gobierno, cuando Petro consigue, de un Congreso venal,
plegable y desvergonzado, nada menos que la reforma pensional (que expropia los
ahorros de 18 millones de colombianos), la educativa (para debilitar la
educación privada y potenciar la indoctrinación marxista) y la jurisdicción
agraria (para facilitar la reforma rural expropiatoria). Y como si fuera poco,
también puede eliminar la autonomía universitaria...
Las cifras del desfalco en la UNGRD reveladas
hasta ahora son de magnitud galáctica, cerca del billón de pesos — aunque otros
hablan de dos billones—. Sin contar con lo que puede haberse hecho en los
ministerios, esto solo ya permite a Colombia saltar muchos lugares para
competir, gracias al Gobierno del cambio, por uno de los primeros puestos en el
escalafón mundial de la corrupción.
A juzgar por esas cifras escandalosas la
mermelada ya no es cosa de milloncitos, sino de miles de millones para cada uno
de los congresistas, magistrados y periodistas, que hacen posible la marcha
cada vez más acelerada hacia el abismo: los unos, aprobando reformas tóxicas;
los segundos, prevaricando, y los últimos, ocultando, desinformado y
tergiversando.
El régimen —aunque aún quedan vestigios de
actuación legítima— está muy cerca de convertirse en un sistema cerrado en el
que todas las acciones legales de los conciudadanos están condenadas al
fracaso, porque los funcionarios en los órganos del poder están conjurados, por
acción o por omisión, al servicio de la revolución.
Cuando todos los débiles obstáculos al plan
revolucionario desaparezcan: 1. con la constituyente, 2. con los textos
vinculantes redactados por el Comité Nacional de Participación para entrar en
vigor a partir del “acuerdo de paz” con el ELN; y 3, con la reelección de
Petro, Colombia replicará la tragedia de Venezuela.
Si el país no reacciona desde ahora con la
mayor energía, caerá en el agujero negro de revolución, miseria, opresión y
hambre, durante largos años.
Es tan horrible pensar en eso que se prefiere
confiar en un esplendoroso triunfo electoral en 2026, aunque Petro ya haya
entregado la mayor parte del territorio al ELN, las FARC y los carteles, y
aunque la Registraduría esté bien preparada para unos cómputos a la Tibisay.
Por su preparación, experiencia e información,
los seis colombianos que mejor conocen lo que significa la revolución comunista
son Álvaro Uribe, Andrés Pastrana, César Gaviria, Iván Duque, Germán Vargas
Lleras y Enrique Gómez Martínez.
Salvo ocasionales y escasas declaraciones de
algunos de ellos sobre actos irresponsables de Petro, en general permanecen al
margen de la lucha, siguen separados por rencillas, diferencias e intereses,
mientras Petro avanza sin real oposición política hacia donde quiere llegar.
El país, en cambio, exige la unión de todas las
fuerzas democráticas y la aparición de un líder indiscutible para dar —y ganar—
la batalla por el poder, ¡desde ahora!
Esos seis grandes jefes tienen que reunirse
para convenir las bases de la necesaria unificación de todas las fuerzas
democráticas bajo un líder único.
El cumplimiento de esa obligación política y
moral no da espera.
Todos ellos son eximios conductores. El país
les ha dado mucho y ahora les pide grandeza y desprendimiento para la
conformación de un movimiento eficaz de recuperación del Estado de derecho y la
democracia. Pero si prefiriesen seguir dentro de sus menoscabadas clientelas,
el país jamás podrá perdonarlos y los tendríamos que considerar como los
principales responsables de la tragedia venidera.