Por: José Leonardo Rincón, S. J.
En esta tribuna semanal les he contado entre finales
del año pasado y lo que va corrido de este que he celebrado dos efemérides
realmente significativas en mi vida: los 50 años de haber entrado en contacto
con los jesuitas y los 30 de mi servicio ministerial como presbítero. Dos
vocaciones que le han dado sentido a mi vida y que han contribuido
indudablemente a mi felicidad y realización como persona y como profesional, si
cabe este término.
Y es que aunque dos terceras partes de mi vida he estado trabajando en el mundo de la educación y de liderazgos de orden administrativo, misiones apostólicas donde también me he sentido muy contento y pleno y donde se han obtenido logros importantes, en realidad lo que me hace sentir muy jesuita y muy sacerdote son dos experiencias de estar con la gente: dar Ejercicios Espirituales y celebrar los sacramentos, porque no hay nada más bello que ver cómo el Espíritu Santo actúa en las personas y como la fe se celebra en comunidad.
De los primeros, razón tenia San Ignacio cuando alguna vez dijo, palabras más, palabras menos, que “todo lo mejor que yo puedo dar son los Ejercicios Espirituales” porque ah experiencia para maravillosa y fuera de serie, una vivencia profundamente existencial que uno quisiera viviera la gente. ¡Cuánto bien ha hecho, cuantas transformaciones, cuán positivos efectos! Después puedo contarles más en detalle porqué la fascinación por ellos.
Y de mi trabajo pastoral me fascina, les decía, la celebración de los sacramentos que gracias a haber recibido el del orden sacerdotal puedo dispensar y en concreto:
El bautismo, cuando padres y padrinos saben a qué se comprometen con sus hijos e ideal cuando el niño, joven o adulto es consciente de lo que está haciendo.
- La eucaristía como celebración de la común-unión en común-unidad, fiesta,
memorial, Palabra de vida, banquete, oración en todas sus expresiones.
- La reconciliación, porque en medio de la propia fragilidad ser puente
para la misericordia es motivo de profundo consuelo.
- El matrimonio, cuando no es mero protocolo de tradición, sino cuando es
dejar que el Dios Amor permee y nutra el amor de pareja para siempre.
- La extremaunción, como consuelo que tonifica y fortifica en horas
difíciles, cuando todo pareciera el final pero que puede tornarse en remedio
que sana y genera paz profunda.
No hablo del sacramento de la confirmación porque está reservado, como el del orden sacerdotal, para el obispo y nunca he sido delegado para ello, pero me encanta como sacramento de madurez cristiana porque al recibirlo, como nos decían de niños, nos hace soldados de Cristo, esto es, cristianos militantes
y no solo de carnet. Por lo pronto sólo decir que, si
uno es cura, es con la gente y para la gente.