José Leonardo Rincón, S. J.
En
Colombia poco, casi nada, sabemos de Centroamérica. Es una región prácticamente
desconocida. Cuando miramos hacia el norte lo hacemos de México hacia arriba, a
lo sumo Panamá y si acaso Costa Rica. De modo que de los otros países a duras
penas las noticias: que el dictador Ortega en Nicaragua, que Bukele en El
Salvador, que el ron Zacapa de Guatemala es muy bueno, pero de Honduras o Belice,
la Honduras Británica, como se le llamaba, pocón, pocón.
Pues
yo mismo no había tenido pretexto alguno para venir por estos lares. Excepto en
Costa Rica y Nicaragua, ya había estado en los otros países y siempre resulté
sorprendido. Uno tiene a veces imaginarios reducidos o apocados de estas
naciones y resulta que como en todas partes hay gente bella y acogedora, ancestros
indígenas, pueblos de mucha religiosidad popular, artesanos y artistas de
variado colorido, también desarrollo y progresos evidentes y claro, como en
toda Latinoamérica, una similitud muy grande en muchas cosas, la mayoría de las
cosas con lastres problemáticos: abismos sociales, inequidad y pobreza por
doquier, politiquería, corrupción…
Por
las horas de llegada y salida en el moderno aeropuerto de Palmerola, no hubo
manera de disfrutar mucho el entorno. El viaje de más de dos horas hasta el
lugar de reunión me dejó entre extenuado y medio muerto. Vine a una reunión
continental de la CLAR, Confederación Latinoamericana de Religiosos, una
entidad presidida por la joven, bella e inteligente hermana Liliana Franco,
colombiana, religiosa de la Orden de Nuestra Señora o Compañía de María, las
mismas que dirigen los tradicionales colegios de La Enseñanza, quien además es de
las pocas mujeres que participan en el Sínodo con voz y voto.
En
la reunión somos 60 personas de 22 conferencias de religiosos. No pudieron
estar de Haití y Nicaragua (ya podemos deducir por qué). Dentro del grupo
estamos cuatro jesuitas: dos que son provinciales presidentes de Perú y
Colombia, un teólogo chileno que funge como tal en el equipo asesor de
presidencia y el suscrito como miembro del Consejo Económico. Hombres y
mujeres, maduros y jóvenes, con hábitos o sin ellos, muy distintos todos, representan
los 150 mil religiosos sacerdotes, hermanos o religiosas que hay en Latinoamérica.
También está el obispo secretario general del CELAM y por supuesto que un grupo
valioso de laicos en tareas de apoyo.
A
pesar del avejentamiento de las comunidades religiosas, la escasez de
vocaciones y un cúmulo de problemas que se presentan en cada país, llama
muchísimo la atención la alegría, el dinamismo entusiasta, la esperanza puesta
en Dios, la fe celebrada con fidelidad creativa y la mística que se le pone a
la causa. Se respira fraternidad, se expresa con facilidad el afecto, admira el
compromiso con las misiones apostólicas tan plurales que tenemos en la Iglesia
y la formación recibida puesta al servicio de las tareas entre manos.
Regreso
a Colombia sin conocer mucho de este pequeño país de no más de 10 millones de
habitantes. No podía quedarme más tiempo. Eso sí, he disfrutado su gastronomía
con tortillas y frijoles, sus paisajes secos golpeados por el fenómeno del niño,
hasta la visita de un pequeño zorro que vino a ver cómo estaba y lo más
interesante: la sencillez y el calor humano de sus gentes. ¡Saludos desde
Honduras!