José Alvear Sanín
Nada más alejado de la verdad que la lectura
que se quiere hacer de las marchas del 21 de abril como protesta frente a las
“reformas” de Petro.
¡No y no! Más
de dos millones de colombianos gritamos ¡fuera Petro!, ¡fuera Petro! Jamás
dijimos que quisiéramos ser oídos para que se enderezase o corrigiese el rumbo:
Nuestros gritos no pudieron ser más claros: Los colombianos queremos la salida
del inicuo individuo que está destruyendo nuestro país.
La inmediata reacción de dicho sujeto fue
demeritar el alcance del rechazo ciudadano con burletera grosería sobre ciertas
“clases dominantes”, como si su gobierno hubiese llenado a Colombia de
desagradecidos millonarios. La respuesta de Petro, entonces, está formada por
chascarrillos y vulgaridades muy propias de su fondo rastrero, vengativo y
procaz.
Sin embargo, es bien posible que pasadas
algunas horas se decida por alguna farsa (“escucha”, “diálogo” y “acercamiento”)
con los partidos alcahuetas y los congresistas logreros, embadurnados de
mermelada, que vienen disfrutando del simulacro democrático en que se ha
convertido la política, donde el escándalo diario se tolera y el prevaricato
permanente impide actuar a las “sólidas instituciones” que dizque van a impedir
el autogolpe y la repetición, en nuestro país, de la tragedia de Venezuela.
Al igual que en las pasadas elecciones para
gobiernos locales, el pueblo fue superior a sus dirigentes, y con estas
inmensas marchas espontáneas rechazó al déspota, manifestando, sin lugar a duda,
que nada quiere diferente de sacar a Petro del poder, porque si él continúa en
la casa de Nariño el país se pierde. El asunto es muy sencillo: Petro o
nosotros, sin términos medios, componendas o convenios, como quieren los
políticos.
Tenemos que darnos cuenta de que a medida que
aumenta su desprestigio, crece su poder. Nunca ha estado más fuerte que en los
últimos días. Tan pronto la corte-sana le entregó la fiscalía, pudo destruir en
cuestión de horas el sistema de salud; y dos días después de las marchas, el
Senado le entrega el sistema pensional, como si el pueblo no hubiera
manifestado su rechazo a esta y las demás locuras que propone para seguir demoliendo
el modelo económico y social del cual depende el régimen de libertades
ciudadanas.
A lo anterior se suma el tema de la correlación
de fuerzas, porque en pocos meses entrarán a operar los 100.000 jóvenes de paz
de los colectivos petristas. Y nadie sabe en cuántos efectivos se han
incrementado las guerrillas, las guardias campesinas y cimarronas, en las
últimas 24 horas.
El gobierno sabe lo que piensa el pueblo, pero
si la voluntad de este es desconocida nuevamente por los estamentos políticos y
judiciales, vendrá la toma totalitaria del Estado.
Lo de menos es que Petro esté loco o enfermo,
porque lo que lo hace terrible y temible es su capacidad como habilísimo
operador revolucionario, motivado por un fanatismo comunista inflexible,
dogmático e incorregible. Sabe cómo ganar tiempo, mientras nuestros políticos,
en general, lo único que saben es cómo ganar millones.
Por esa razón, lo único que en Colombia no se
consigue ahora con descuentos es el soborno. El precio de la mermelada sube
diariamente porque hay quién lo pague sin regatear.
Mientras una tesorería de más de un billón
diario siga en poder de quien sabe cómo usarla, no es momento para el
esperanzado optimismo, en vez de pasar a la acción inmediata y eficaz.
***
Después de las marchas, Petro reitera que no se
hará reelegir en el 2026. Probablemente esa declaración tenga la misma solidez
y veracidad de aquella que hizo ante notario en el sentido de que nunca
convocaría una constituyente.
Ojalá, el 1ro de mayo, frente a una
plaza colmada de mingas y clientelas fletadas, no se repita la convocatoria a
una constituyente como la que prometió en su momento, en acto tumultuario,
Maduro, enterrador de la libertad venezolana.