Espero amable lector que
considere que el título de esta columna es demasiado fuerte o que encierra un
contenido en verdad terrible.
Pues efectivamente, esa es mi intención.
Gracias a un muy querido amigo
me he aproximado hace ya varios años a un sitio web llamado Kiosko donde
se encuentran los titulares de los principales periódicos del mundo
clasificados por día, continente y país.
Ahora bien, la dramática
realidad mundial que se presenta todos los días, llena y saturada de
conflictos, de tragedias ambientales, de guerras, de violación de derechos
humanos, de casos de corrupción, entre otros variados atentados contra la
humanidad, se asemeja al contenido de nuestros noticieros televisivos, donde un
poco más del 80 % de las noticias y del tiempo invertido son nefastas en el ámbito
local, regional, nacional, continental y planetario, quedando por rescatar
únicamente las secciones de deportes y de farándula para acabarnos de
idiotizar.
Una reflexión especial es que
parece ser que a los espectadores ese es el tipo de noticias que les gusta para
satisfacer su morbo, lo cual se refleja en un mayor o menor ranking de
audición.
Otro dilecto amigo ha sostenido
desde hace ya varios años, que el llamado “proyecto humano”
definitivamente ha fracasado y que vamos hacia nuestra propia desaparición. Me
he resistido a la idea, pero debo confesar que cada vez me quedo con menos
argumentos para tratar de mantener al menos viva la esperanza de que aún
estamos a tiempo de recomponer nuestro accionar, vivir más civilizadamente y
respetar a la naturaleza en su conjunto.
Otra postura es que no debemos
pedirle peras al olmo y reconocer de una vez por todas que el ADN humano es
imperfecto y lo que sucede y las acciones que realizamos es lo que los humanos normalmente
debemos hacer, sin posturas axiológicas ni pretensiones desmesuradas como
especie, en teoría, superior.
Sin colocarme a favor o en
contra de los actores que hoy pelean en Gaza, lo que como humano me estremece
es que desde hace casi medio año nos estamos acostumbrando a que diariamente se
cumpla la cuota de varios centenares de muertos, casi todos civiles, y el resto
de la humanidad no dice ni hace nada.
Esa pasividad, ese desinterés,
esa impotencia o ese importaculismo nos convierte a todos, sin
excepción, en cómplices y en seres amorales.
Lo más grave es que un conflicto
es reemplazado por otro en términos de divulgación y de interés de los grandes
poderes, lo cual hemos evidenciado con la guerra entre Rusia y Ucrania que ya
cumplió su primer año y que parece que va para largo.
Ni que decir del sainete
colombiano de la denominada “paz parcial” y ahora de la renombrada “paz
total” y del absoluto “desastre social”.
Nos hemos acostumbrado a que
diariamente haya muertos por masacres o al detal: líderes sociales, integrantes
de la fuerza pública, reinsertados, indígenas, mujeres, turistas, todo tipo de
ciudadanos que caen asesinados ante los diferentes tipos de violencia, víctimas
de desplazamiento, migrantes e inmigrantes… y todo tan normal. Todo se ha
convertido en un simple y frio dato estadístico.
¿Y dónde están los líderes nacionales
e internacionales y las instituciones multilaterales creadas para preservar la
paz previniendo las guerras?
En cuanto a los líderes, estos
ya no existen. Siendo respetuosos, pero claros, ¿Quién le para bolas a los
débiles llamados del Papa que hoy por hoy tienen una fuerza proporcional a su
débil semblante? ¿Quién sabe siquiera como se llama el secretario general de la
ONU? –Entidad absolutamente anacrónica que ha debido ser transformada o
suprimida desde la caída del muro de Berlín, pero que hoy solo hace muy bien el
papel de zombi–¿Y los Estados Unidos? ¿Y la Comunidad Europea? ¿Y los líderes
de las otras religiones? ¿Y China? ¿Y cualquiera que tenga un ápice de
sensibilidad humana y compromiso con la humanidad?
Las Instituciones multilaterales
se han convertido en un nido de burócratas que, como las personas inútiles,
hacen mucho bombo, se creen muy importantes pero sus posturas y sus posiciones
son carentes de manera absoluta de la suficiente “fuerza testicular” para
asumir posiciones y compromisos como diría nuestro expresidente Julio César
Turbay Ayala, expertos en pasar de agache, en dejar constancia y eventualmente en
firmar algún acuerdo de carácter paliativo.
Pues bien, cada uno hace los
cálculos milimétricos que les permite conservar o dilatar la pérdida de sus
grandes, medianos, pequeños o aparentes poderes temporales, mostrando un
abierto egoísmo y una absoluta miopía geopolítica y geoeconómica, pues de
pronto nos quedamos sin planeta y sin habitantes a quienes dominar y explotar, y
ahí sí, todos, a comer estiércol.
Mientras tanto la sociedad civil
se ha inventado marchas, conciertos, ayunos, ritos y encuentros todos llenos de
simbolismo que finalmente, de no tener la suficiente difusión y continuidad, no
alcanzan siquiera a ser reconocidos y no sirven como expresiones y
manifestaciones de presión ante los tomadores de decisiones, que de manera
displicente las observan a distancia.
La historia nos muestra que una
época de estabilidad y bonanza es reemplazada por una época de turbulencia y
zozobra y finalmente por una época de caos, todo, como un sinfín, posiblemente
para poder volver a empezar, lo cual nos muestra que, en el momento actual,
“vamos viento en popa hacia la deriva”.
Siendo así, la historia de la
humanidad se puede entender y visualizar como una noria.
¡Qué cansancio!
¡Pobrecitos los que vienen!