Quiero compartir con ustedes dos
pensamientos de dos ilustres analistas con respecto a algunos de los
principales flagelos que afectan hoy en día a la democracia en el planeta.
Pareciera ser que a muchos
humanos les aterra la realidad y prefieren vivir entre mentiras e ilusiones y
por ello siguen como los borregos, a los lobos que han sabido reconocer,
identificar y explotar sus miedos.
Para
Sebastián Endara, “La anocracia es un sistema de Gobierno ambiguo. Fluctúa
entre posiciones autoritaristas y pseudodemocráticas, que incluye cambios
abruptos en el liderazgo y la agenda política del partido o movimiento de Gobierno.
Esto
puede desembocar en la constitución de regímenes de alta incertidumbre social
que funcionan a partir de reglas democráticas, pero en un contexto de debilidad
institucional extrema que intenta corregirse a través de una gobernanza
despótica, lo que a su vez genera algunas taras como: la cleptocracia (el
manejo del poder basado en el robo), el nepotismo (el privilegio de familias y
familiares en cargos públicos –de libre remoción–) y el clientelismo (la
tendencia a favorecer a determinados grupos políticos y sociales sin una clara
explicación de sus razones, pero con el objetivo de ampliar el apoyo o respaldo
de estos beneficiarios al Gobierno), lo que genera redes para el manejo
monopólico del poder y que, en consecuencia, el Estado se convierta en un botín
político electoral, impidiendo que se generen diálogos y consensos abiertos y
democráticos entre contrarios, y menos la continuidad en lo que deberían ser
las políticas de Estado, sino que predomine la imposición, la manipulación, o
la invalidación de los opositores dentro de atmósferas semidemocráticas.
Muchos
analistas ven en los sistemas anocráticos una suerte de sistemas funcionales a
los denominados regímenes pretorianos, donde ciertos estamentos de poder como
el militar, podrían acrecentar su influencia política interna debido a la
supuesta cercanía de probables estallidos sociales y la pérdida del
ordenamiento instituido, devenidos del rechazo generalizado a un régimen inepto
y corrupto. Si bien el pretorianismo fue un término originalmente ligado a la
influencia política interna de la fuerza militar en un país, la anocracia, que
no necesariamente usa de manera recurrente la intimidación, puede igualmente
ser funcional para producir una ampliación de beneficios políticos en otros
ámbitos de poder, como el económico, un efecto acariciado por el
neoliberalismo.
En
definitiva, la anocracia no es democracia, pero podría ser el eufemismo para
denominar a pseudodemocracias con “Gobiernos de mierda” (Pinker, S. 2012.
Los ángeles que llevamos dentro. Paidós).
Por su parte, Manuel Humberto Restrepo Domínguez habla sobre la mentira
política como un ataque a la democracia.
“Hasta hace poco algunos jefes
políticos tradicionales se reclamaban amos y señores, ahora son simplemente
señores, no necesitan dar órdenes, porque con el peso del tiempo y la
persistencia en su manera de mentir quieren parecer modernos y no amos
medievales. Ahora comunican recomendaciones, con trinos y entrevistas sus
verdades a medias, útiles para confundir y desviar la atención de los grandes
problemas del país, resumidos en desigualdad y exclusión. Estos jefes ocultan
la verdad al pueblo y, según ellos, lo hacen para protegerlo de que caiga en el
vacío u otras manos y guiarlo hacia su salvación. Para ellos la mentira
política es «el arte de hacer creer al pueblo falsedades saludables con vistas
a un buen fin» (Swift, J. El arte de la mentira política). Estos jefes, actúan
como si fueran la medida de todo y se creen facultados para orientar el destino
del país. Creen que el pueblo no tiene derecho a la verdad, ni la justicia, ni
tampoco a poseer bienes, tierras y derechos.
Ridiculizan a la verdad como
bien público y riqueza saludable y colectiva y la asumen como su propiedad
privada, que no puede ser tocada, buscada y menos publicada. El NO del
plebiscito en contra de la paz, recogió los sucesivos antecedentes de evidentes
mentiras políticas del poder hegemónico del siglo XXI, y cerró un ciclo que
incluía los falsos positivos (imprescriptibles crímenes de lesa humanidad), las
falsas desmovilizaciones de paramilitares, los falsos atentados al presidente,
la impunidad a altos funcionarios del Estado y otros que fueron traducidos a
simples escándalos mediáticos, que sirvieron para bloquear la justicia y
promover el anuncio de catástrofes posibles que vendrían, que sirvieron para
atemorizar a la gente común con un futuro sombrío, del que hacen creer que es
preferible el irremediable y trágico presente al futuro incierto. A las madres
de jóvenes ejecutados sistemática y extrajudicialmente, se les quiso convencer de
que la muerte de sus hijos había sido para mejor y a las víctimas del
desplazamiento, que era preferible ser desterrados que asesinados.
La clase política, de carrera en
los partidos, salvo mínimas excepciones, usa la mentira como principio,
estrategia y valor. Rechaza la verdad y miente para sostener su poder. Sustraen
las mentiras a cualquier verificación o refutación y logran diversificar los
temores por la tragedia que podría ocurrir si no aceptan que solo ellos podrán
remediarlas o impedirlas. Es común oír que llamen buen político, al más diestro
en el arte del engaño, al artista de la ilusión, la prestidigitación y el
espejismo, que con perfección lleva cada historia al límite de lo creíble,
calcula la mentira, la sopesa, la dosifica. El «buen político» de hoy, es
totalmente contrario a lo que debiera ser, se burla de la ética y destroza la
política. Es el que mejor miente, el cínico, el cafre. Este político en singular
promueve al sistema de la mentira, que para su reproducción incuba y mantiene a
prueba (in situ y de facto), hechos y marañas de corrupción. Cuando este
político dice defender lo público es porque está defendiendo lo privado y
cuando señala un crimen ajeno es para ocultar el que él mismo ha cometido.
El sistema social colombiano,
forjado entre mentiras, le enseñó al pueblo a creérselas. La masa de crédulos
está creada y dispuesta a repetir, diseminar, difundir y distribuir por canales
y redes las falsas noticias y anuncios y extenderá la mentira como si dijera su
propia verdad, porque no tiene la menor duda de la casa matriz que produce
mentiras de prueba y mentiras de verdad. Unas sirven para dilatar rápidamente
algo que puede crearle problemas al sistema político manipulado por ellos y las
otras sirven para garantizar la gobernabilidad por un tiempo prolongado. En
estos días un ejemplo es que como mentira de prueba el fiscal general dijo que
habría un atentado contra el presidente si cumplía la palabra de ir al lugar en
que lo esperan los indígenas y la mentira de verdad fue dicha por el jefe del
partido de Gobierno, que señaló con odio que los indios pueden ser masacrados
por terroristas.
El sistema social forjado entre
mentiras y cebado con clientelismo y corrupción, está probado y le permite
apartar de la vida política, primero a todos sus adversarios y después a
aquellos de los suyos, de quienes tenga alguna sospecha de que pueden ser
sinceros, éticos u honestos o que logren el éxito político, no basados en la
mentira, si no en la verdad. De los jefes políticos, hoy solo señores, ya no
amos, nunca podrá beber la democracia real, ni llamarse políticos a secas,
siempre tendrán la mancha de ser los responsables de la mentira que mata y
produce daño y destrucción. Judicialmente hoy estos señores tienen bufetes
disponibles para pasar factura. Son supuestos defensores de la moral
(cuestionados moralmente) o doctos en leguleyismo exacerbado, a la manera del
emblemático doctor Mata, que con artimañas y mentiras vendió la idea del hombre
respetable, del que finalmente se supo que su título de abogado era falso y su
riqueza la había robado a las víctimas que defendía.
Cuando el político del sistema
se descarrila y «pierde prestigio» es porque «se advierte que al soltar una
mentira se sonroja, pierde la compostura o falla en algo exigido, entonces debe
ser excluido y declarado incapaz». El principio nodal del poder sostenido con
falsedades es hacer de la mentira una obligación y producir mentirosos
imperturbables. Así funciona la clase política, que engaña para tratar de
volver al espíritu de guerra, para desgracia del país entero, de su democracia
y de sus anhelos de paz, de diálogos abiertos y de convivencia pacífica. Sin
embargo, hay que advertir que hay cientos de ejemplos de que la mentira no es
eterna y que, por tal razón, los jefes políticos no pueden hacer creer que la
historia no cambia o que la verdad nunca triunfa. Deben saber que medio país
duda y está cansado de odios y mentiras y que más temprano que tarde llegará a
poner su lógica de verdad por encima de la mentira y de los mentirosos,
adalides de la manipulación y la falsedad, que serán los primeros derrotados.
La verdad y la justicia conducen a la paz y la tranquilidad, la mentira a la
muerte”.
Lamentablemente, nosotros en
Colombia no estamos exentos de padecer estos flagelos. Me supongo que
prohombres como Voltaire, John Locke, Rawls y Thoreau, entre otros tantos, no
están pudiendo descansar en paz.