Por José Alvear Sanín
Quienes quieran creer, después de los
resultados del “proceso de paz con las FARC”, que el actual con el ELN es una
“negociación”, tienen que ser, primero, tontos, o, segundo, cómplices.
Con el antecedente del “acuerdo final” entre
Timo y Santos, es imposible que alguien de buena fe pueda pensar que esos seis
años de conversaciones en La Habana hayan sido cosa distinta de un simulacro de
negociación, cuando lo que se hizo fue engañar al país mientras se fortalecía
la subversión, se debilitaban las defensas, se adormecía la opinión con la
promesa de la paz, preparándola para tragar los sapos y culebras de las 316
páginas en las que se detallaba la entrega de buena parte de la institucionalidad
a la guerrilla narco-chavista y a sus mentores intelectuales e ideológicos en
Bogotá.
El resultado de la refrendación expedita y
espuria (fast-track) del tal “acuerdo final” fue la aceptación, por
parte de la clase política, del “Gobierno de transición”, la JEP, la Comisión
de “la Verdad”, la entrega de ingentes recursos del presupuesto al Secretariado
y la toma de los mecanismos electorales.
El resultado inevitable de tanta torpeza fue la
elección de Petro, cuya mayoría se logró con el constreñimiento electoral en la
más remota periferia cocalera y con el muñequeo de la Registraduría.
A partir de agosto 7 de 2022, quien ejerce el Gobierno
viene conquistando el poder político paso a paso y sin retroceder jamás, indemne
frente a sus inconcebibles, intolerables y cotidianos escándalos familiares y
políticos...
Una vez conquistado el poder político en las
elecciones de 2022, falta cambiar el modelo económico y social. De eso se trata
con el ELN, nada más ni nada menos.
Con la experiencia del anterior simulacro,
ahora se hace creer al país que hay una dificilísima negociación entre Gobierno
y ELN, la guerrilla más radical, extremista e inflexible, además, de corte
pol-potiano.
En vez de aceptar la falacia de que hay
“negociación”, hay que reconocer que tanto el Gobierno como el ELN son actores
dirigidos dentro del principio del internacionalismo proletario, desde La
Habana, por el movimiento comunista clandestino que allí tiene su jefatura
continental.
La farsa avanzará hasta que, en la correlación
de fuerzas, la ventaja del Gobierno permita firmar el “acuerdo vinculante” con
el ELN, sin temor de reacción eficaz por parte de sectores castrenses ni de
movimientos cívico-militares.
A pesar de la tan cacareada “congelación” del
proceso con el ELN, preparatoria de nuevas concesiones del gobierno a esos
subversivos, el Comité de Participación Ciudadana (dominado ampliamente por
organizaciones comunistas de fachada), sigue preparando el “acuerdo vinculante”,
que ha de sustituir la Constitución con la mera firma de Petro y de Eliécer
Herlindo, sin necesidad de plebiscito, referendo ni refrendación parlamentaria,
como se convino entre Petro y el ELN, en presencia del jefe de ambos grupos,
Raúl Castro, en La Habana, el 9 de junio de 2023.
La tal congelación es otro distractor
mediático, destinado a una opinión estólida que anhela lo que llaman paz pero
que solamente es entrega.