viernes, 12 de enero de 2024

Síndrome de Adán

José Leonardo Rincón Contreras
Por José Leonardo Rincón, S. J.

Año Nuevo, vida nueva. Hay pilas recargadas, renovado entusiasmo, creatividad a todo vapor, muchos ánimos, deseos de cambiar, afán de estrenar, listados de propósitos por cumplir… en fin. Como alguna vez dije por aquí, no hay mayor diferencia, estrictamente hablando, entre un primero de enero y un primero de abril o primero de octubre, pero culturalmente, psicológicamente, anímicamente, sí la hay. Es como si todo volviera a comenzar, como si efectivamente todo fuese nuevo.

En algunas instancias institucionales también hay renovaciones y cambios. Estamos estrenando alcaldes, gobernadores, concejales y diputados. Da consuelo y entusiasma ver cómo estos personajes llegan a sus nuevos retos, gracias a la elección popular, con ganas de cumplir lo prometido en campaña. Dicen: seremos austeros, no utilizaremos escoltas, no usaremos vehículos asignados, etc. En Argentina el presidente Milei recortó de tajo no sé cuántos ministerios dizque porque todo eso era burocracia innecesaria. Hay buenas intenciones.

Sin embargo, en algunos de estos casos, hay también una serie de signos o síntomas reveladores que agobian a algunos y que genialmente se han denominado como el síndrome de Adán que, dicho brevemente, se resume en esta sentencia: “Antes de mí no hubo nadie”.  Claro que Adán tuvo razón, pero nosotros no. En nuestros puestos, responsabilidades y cargos, antes de nosotros, siempre ha habido alguien. Un alguien que seguramente también tuvo buenas intenciones, sueños, proyectos. Un alguien que como humano que es, tan humano como nosotros, seguramente también se equivocó en algunas cosas, no en todo, o sea que hizo cosas buenas. Cosas que deberían conservarse, mantenerse.

Mas los afectados con el síndrome, que en medicina se define como enfermedad, con el cuento de que “escoba nueva barre bien”, llegan “tumbando y capando”, a acabar con todo, a arrasar con todo, a descalificar y despotricar, como si fueran genios que estuvieran recreando el mundo. Grave cosa porque no solo ignoran una historia, una trayectoria, sino que, al pretender partir de cero, fácilmente destruyen lo que tomó tiempo construir, hacen reprocesos y generan costos y sobrecostos enormes. En el ámbito nacional la cosa es dramática porque no hay políticas de Estado, sino caprichosas decisiones de gobiernos de turno. El ciclo se repite cada vez que hay relevos y cambios, en un eterno y escabroso “déjà vu”.

Sería más honesto y provechoso felicitar y reconocer todo lo bueno que se ha hecho por los predecesores, consolidar y fortalecer lo realizado y, por supuesto, corregir lo que ha estado mal o ha sido deficiente y avanzar, siempre construyendo. Ésta sería una actitud inteligente, positiva, constructiva. Es verdad que no “todo tiempo pasado fue mejor” pero también es verdad que no todo ha sido un desastre. No es profesional responsable, ni habla bien de la situación, ni es de confiar, que se pretenda hacer “borrón y cuenta nueva”. Adán solo fue uno. Por más que queramos ser tan originales, en realidad somos sucesores y continuadores. Así son las cosas.