Por José Leonardo Rincón, S. J.
Año
Nuevo, vida nueva. Hay pilas recargadas, renovado entusiasmo, creatividad a
todo vapor, muchos ánimos, deseos de cambiar, afán de estrenar, listados de
propósitos por cumplir… en fin. Como alguna vez dije por aquí, no hay mayor
diferencia, estrictamente hablando, entre un primero de enero y un primero de
abril o primero de octubre, pero culturalmente, psicológicamente, anímicamente,
sí la hay. Es como si todo volviera a comenzar, como si efectivamente todo
fuese nuevo.
En
algunas instancias institucionales también hay renovaciones y cambios. Estamos
estrenando alcaldes, gobernadores, concejales y diputados. Da consuelo y
entusiasma ver cómo estos personajes llegan a sus nuevos retos, gracias a la
elección popular, con ganas de cumplir lo prometido en campaña. Dicen: seremos
austeros, no utilizaremos escoltas, no usaremos vehículos asignados, etc. En Argentina
el presidente Milei recortó de tajo no sé cuántos ministerios dizque porque
todo eso era burocracia innecesaria. Hay buenas intenciones.
Sin
embargo, en algunos de estos casos, hay también una serie de signos o síntomas reveladores
que agobian a algunos y que genialmente se han denominado como el síndrome de
Adán que, dicho brevemente, se resume en esta sentencia: “Antes de mí no
hubo nadie”. Claro que Adán tuvo
razón, pero nosotros no. En nuestros puestos, responsabilidades y cargos, antes
de nosotros, siempre ha habido alguien. Un alguien que seguramente también tuvo
buenas intenciones, sueños, proyectos. Un alguien que como humano que es, tan
humano como nosotros, seguramente también se equivocó en algunas cosas, no en
todo, o sea que hizo cosas buenas. Cosas que deberían conservarse, mantenerse.
Mas
los afectados con el síndrome, que en medicina se define como enfermedad, con
el cuento de que “escoba nueva barre bien”, llegan “tumbando y capando”,
a acabar con todo, a arrasar con todo, a descalificar y despotricar, como si fueran
genios que estuvieran recreando el mundo. Grave cosa porque no solo ignoran una
historia, una trayectoria, sino que, al pretender partir de cero, fácilmente
destruyen lo que tomó tiempo construir, hacen reprocesos y generan costos y
sobrecostos enormes. En el ámbito nacional la cosa es dramática porque no hay
políticas de Estado, sino caprichosas decisiones de gobiernos de turno. El
ciclo se repite cada vez que hay relevos y cambios, en un eterno y escabroso “déjà
vu”.
Sería
más honesto y provechoso felicitar y reconocer todo lo bueno que se ha hecho
por los predecesores, consolidar y fortalecer lo realizado y, por supuesto,
corregir lo que ha estado mal o ha sido deficiente y avanzar, siempre
construyendo. Ésta sería una actitud inteligente, positiva, constructiva. Es
verdad que no “todo tiempo pasado fue mejor” pero también es verdad que
no todo ha sido un desastre. No es profesional responsable, ni habla bien de la
situación, ni es de confiar, que se pretenda hacer “borrón y cuenta nueva”.
Adán solo fue uno. Por más que queramos ser tan originales, en realidad somos
sucesores y continuadores. Así son las cosas.