Por: Luis Alfonso García Carmona
A nadie con sus
cinco sentidos se le escapa el radical cambio de la opinión colombiana con
respecto al tema político, producido tan solo en unos pocos meses.
Hasta hace poco,
las grandes masas de electores, arteramente manipuladas por los medios de
comunicación y por el socialismo nacional e internacional, parecían clamar por
el etéreo ideal del “cambio”, sin saber a ciencia cierta en que consistiría el
tal cambio.
En el corto plazo
de 18 meses, transcurrido desde la toma fraudulenta del poder por la coalición
que defiende la implantación del “socialismo del siglo XXI”, más conocido como
“castrochavismo”, desapareció el espejismo del “cambio” y masivamente, a través
de las encuestas, de las marchas callejeras y de los gritos de “Fuera, Petro,
fuera” en los espectáculos deportivos, se palpa un viraje de 180º en la opinión
de los colombianos.
¿Cuál es, entonces,
el hilo conductor de este nuevo proceso de opinión?
Si nos atenemos al
resultado de los comicios territoriales celebrados en el mes de octubre, en los
que fueron derrotadas las aspiraciones de los candidatos partidarios del
presidente Petro y de la coalición gobernante, se puede inferir que el pueblo
votó contra Petro, básicamente. Esto no significa que esa votación pueda ser
capitalizable por los dirigentes de partidos no partícipes de la coalición petrista,
ya que no existe una verdadera oposición política al Gobierno. La oposición ha
surgido por fuera del espacio de influencia de la casta política, en las
calles, plazas y estadios, de manera espontánea o promovida por grupos cívicos
y asociaciones de veteranos.
Lo cierto es que el
colombiano promedio está más que harto de las falsas promesas del socialismo
que predica una cosa y hace lo contrario desde el Gobierno. Pero también está
desengañado de las clases políticas, que se ufanan de sus supuestas críticas al
régimen, pero hacen fila para recibir su “plato de lentejas” a cambio de sus
votos para aprobar los proyectos gubernamentales. O, en forma inexplicable, se
sientan con el sátrapa a negociar la salvación de los proyectos en que el
régimen está interesado, en lugar de defender la Constitución, la seguridad y
la democracia que a diario son vulneradas por el narco-petrismo.
Como consecuencia
de la coyuntura que vivimos, el “leitmotiv” de las masas ha dejado de
ser la pertenencia a determinada agrupación política o el seguimiento de
abstractas ideologías poco inteligibles. El colombiano promedio quiere
soluciones prácticas a sus necesidades:
*Seguridad en su
persona y en sus bienes.
*Tranquilidad para
desarrollar su emprendimiento o ejercer su actividad laboral.
*Seguridad social
sostenible.
*Oportunidades de
empleo digno y justamente remunerado.
*Un Estado
eficiente, manejado transparentemente, sin corrupción.
*Una economía en
crecimiento que ofrezca oportunidades a las nuevas generaciones.
*Una educación que
forme buenos ciudadanos y los prepare para los retos tecnológicos.
*Eliminación del
narcotráfico, la impunidad y el terrorismo
Todo ello requiere
una reforma sustancial a nuestra democracia para eliminar la influencia del
dinero en las votaciones, un sistema de meritocracia para garantizar la
eficiencia del Estado, severas normas para castigar la corrupción y el desgreño
administrativo, y una reforma a fondo de nuestra desacreditada administración
de justicia.
En suma: eficiencia
y pragmatismo antes que politiquería y corrupción.