jueves, 9 de noviembre de 2023

De Gaulle en Colombia

Luis Alfonso García Carmona
Por: Luis Alfonso García Carmona

Desafiando los pronósticos preelectorales, el pueblo colombiano convirtió unas simples elecciones regionales en el más contundente plebiscito en contra del oprobioso régimen del camarada Petro y sus secuaces. A partir del 28 de octubre un nuevo poder surgió en Colombia: una fuerza cívica, independiente, pacífica y democrática, para reemplazar los desuetos y desacreditados partidos políticos.

No deja de ser significativo que para nada intervino la dirigencia política en esta hazaña democrática. Los partidos políticos con mayor representación parlamentaria (Liberal, Conservador, La U) se han aliado con el régimen para aprobarle sus proyectos (reforma laboral, reforma pensional y reforma al sistema de salud) a cambio de lo que eufemísticamente llaman la “mermelada”, que no es otra cosa que un vil soborno. El jefe del liberalismo anunció que trabajará para que Petro termine su mandato, no obstante, el clamor popular para que sea declarado indigno y depuesto de su cargo, por indignidad denunciada ante la Comisión de Acusaciones de la Cámara. Esta legítima acción prevista en la Constitución, ha sido olímpicamente ignorada por los caudillos políticos, con las honrosas excepciones de Andrés Pastrana y Enrique Gómez. Otros ocultan su colaboracionismo con el régimen bajo la máscara de la “oposición constructiva”, que a la postre conducirá a la aprobación de los proyectos del petrismo.

Esa carencia de oposición política fue ampliamente superada por la voluntad soberana del pueblo que, en forma espontánea y libre, votó por quienes expusieron discursos contra el tirano comunista y sus programas depredadores de nuestra cultura democrática. Recordé las mágicas palabras de ese gran estadista, Charles de Gaulle: “El pueblo llano tiene reflejos sanos. Percibe dónde están los intereses del país. No suele equivocarse.”

Era el general un adalid de la democracia, de la cual predicaba: “Para mí la democracia es exactamente lo mismo que la soberanía nacional. La democracia es el Gobierno del pueblo por el pueblo, y la soberanía nacional es el pueblo ejerciendo su soberanía sin trabas» (Conferencia, Londres, 27 de mayo de 1942). Mucho debemos imitar de su legado, después de la fatídica experiencia del “robo” perpetrado en el plebiscito que rechazó el infame Acuerdo de La Habana y de la cobarde indiferencia de las autoridades frente al fraude que permitió el asalto al poder por parte de la izquierda radical en junio del 2022.

Por supuesto, la izquierda procura, con la colaboración de los beneficiarios de “la mermelada”, hacer nugatoria la victoria democrática sobre las propuestas del totalitarismo de izquierda. Ya se habla de un gran acuerdo nacional, que insuflará un “segundo aire” al agónico régimen y garantizará a la corrupta clase política seguir detentando su cuota de poder. No caigamos de nuevo en la ingenuidad de creer que por ese camino saldremos del oscuro abismo de violencia, corrupción y envilecimiento que padecemos. En su momento, como si viviera hoy, advirtió el citado estadista francés: “«[…] muchos profesionales de la política […] no pueden resignarse a ver al pueblo ejercer su soberanía sin intermediarios suyos […]». Chocó el general con esa casta dirigente que quería perpetuar el sistema de partidos y asambleas sin reformarlo realmente.

Como lo vislumbraba De Gaulle, para alcanzar la libertad, la justicia social y el bien público, es necesario defender la soberanía y la independencia nacional. La soberanía se defiende levantándonos contra la intromisión de organismos internacionales en nuestros asuntos internos y contra la actividad proselitista de colectivos criminales como el Foro de Sao Paulo en el que militan terroristas enemigos de nuestra nación.

 La naturaleza de una civilización —decía de Gaulle— es la que se construye en torno a una religión. Nuestra civilización es incapaz de construir un templo o una tumba. Se verá obligada a encontrar su valor fundamental, o se descompondrá» (3 de junio de 1956). Tenemos que reaccionar contra la destrucción de nuestras creencias mediante la acción depredadora del marxismo-leninismo, que ha puesto en marcha la destrucción de nuestra cultura para construir sobre sus ruinas el mandato del totalitarismo comunista.

La gestión pública debe enmarcarse en un Estado fuerte y limitado, moderno y técnico, cuyas instituciones estén al servicio del individuo. No hay lugar para la debilidad del Estado frente al crimen, la corrupción, el terrorismo o el narcotráfico. El aparato estatal debe estar acorde en la moderna tecnología para servir de forma idónea al bien común. Tampoco se debe tolerar el desorbitado crecimiento burocrático que agota los recursos y priva a la población de los más elementales servicios. Prima, sobre el capricho del gobernante, la obligación de proveer al bien común integral de los pobladores como personas humanas con necesidades espirituales y materiales.

Reconoce el general la importancia de la economía, como un medio para acceder a un fin superior, como el bien común. Pero rechaza cualquier sistema que considere la economía como un fin en sí misma, sea el capitalismo salvaje o el colectivismo totalitario comunista o socialista. Cree, por lo tanto, en la primacía de la persona humana sobre la economía, la técnica y cualquier sistema doctrinario. Cabe entre nosotros esta reflexión para empeñarnos en un crecimiento económico que permita la dignificación del empleo, la multiplicación de oportunidades para la fierza laboral y la atención de las personas más vulnerables.  

Fue el amor por la Patria una de las grandes pasiones de este ejemplar estadista. Lo retratan sus propias palabras: “Cada pueblo es diferente de los demás, incomparable, inalterable, afirmaba de Gaulle. Debe seguir siendo él mismo, tal como su historia y su cultura lo han hecho, con sus recuerdos, sus creencias, sus leyendas, su fe, su voluntad de construir su futuro (…) Los nacionales son los que sirven a su nación. Respetando a los demás. Somos nacionales. ¡Es natural que los pueblos sean nacionales! ¡Todos los pueblos lo son! […] Es sirviendo a su país como mejor se sirve al universo; las más grandes figuras del panteón universal fueron ante todo grandes figuras de sus países».

Repasar este invaluable legado histórico y doctrinario, encontraremos los colombianos sabias admoniciones que nos permitan encontrar salidas a nuestra deplorable situación política.

Estructurar una nueva fuerza con postulados que sean un dique de contención al desmoronamiento moral de nuestra amada Patria es el prioritario compromiso de quienes amamos esta tierra natal y queremos lo mejor para sus hijos.