Por: Luis Alfonso García Carmona
Desafiando los
pronósticos preelectorales, el pueblo colombiano convirtió unas simples
elecciones regionales en el más contundente plebiscito en contra del oprobioso
régimen del camarada Petro y sus secuaces. A partir del 28 de octubre un nuevo
poder surgió en Colombia: una fuerza cívica, independiente, pacífica y
democrática, para reemplazar los desuetos y desacreditados partidos políticos.
No deja de ser
significativo que para nada intervino la dirigencia política en esta hazaña
democrática. Los partidos políticos con mayor representación parlamentaria
(Liberal, Conservador, La U) se han aliado con el régimen para aprobarle sus
proyectos (reforma laboral, reforma pensional y reforma al sistema de salud) a
cambio de lo que eufemísticamente llaman la “mermelada”, que no es otra cosa
que un vil soborno. El jefe del liberalismo anunció que trabajará para que
Petro termine su mandato, no obstante, el clamor popular para que sea declarado
indigno y depuesto de su cargo, por indignidad denunciada ante la Comisión de
Acusaciones de la Cámara. Esta legítima acción prevista en la Constitución, ha
sido olímpicamente ignorada por los caudillos políticos, con las honrosas excepciones
de Andrés Pastrana y Enrique Gómez. Otros ocultan su colaboracionismo con el
régimen bajo la máscara de la “oposición constructiva”, que a la postre
conducirá a la aprobación de los proyectos del petrismo.
Esa carencia de
oposición política fue ampliamente superada por la voluntad soberana del pueblo
que, en forma espontánea y libre, votó por quienes expusieron discursos contra
el tirano comunista y sus programas depredadores de nuestra cultura
democrática. Recordé las mágicas palabras de ese gran estadista, Charles de
Gaulle: “El
pueblo llano tiene reflejos sanos. Percibe dónde están los intereses del país.
No suele equivocarse.”
Era
el general un adalid de la democracia, de la cual predicaba: “Para mí la democracia es exactamente lo mismo
que la soberanía nacional. La democracia es el Gobierno del pueblo por el
pueblo, y la soberanía nacional es el pueblo ejerciendo su soberanía sin trabas»
(Conferencia, Londres, 27 de mayo de 1942). Mucho debemos imitar de su legado,
después de la fatídica experiencia del “robo” perpetrado en el plebiscito que
rechazó el infame Acuerdo de La Habana y de la cobarde indiferencia de las
autoridades frente al fraude que permitió el asalto al poder por parte de la
izquierda radical en junio del 2022.
Por supuesto, la
izquierda procura, con la colaboración de los beneficiarios de “la mermelada”,
hacer nugatoria la victoria democrática sobre las propuestas del totalitarismo
de izquierda. Ya se habla de un gran acuerdo nacional, que insuflará un
“segundo aire” al agónico régimen y garantizará a la corrupta clase política
seguir detentando su cuota de poder. No caigamos de nuevo en la ingenuidad de
creer que por ese camino saldremos del oscuro abismo de violencia, corrupción y
envilecimiento que padecemos. En su momento, como si viviera hoy, advirtió el
citado estadista francés: “«[…] muchos
profesionales de la política […] no
pueden resignarse a ver al pueblo ejercer su soberanía sin intermediarios suyos
[…]». Chocó el general con esa casta dirigente que quería perpetuar
el sistema de partidos y asambleas sin reformarlo realmente.
Como lo vislumbraba De
Gaulle, para alcanzar la libertad, la justicia social y el bien público, es
necesario defender la soberanía y la independencia nacional. La soberanía se
defiende levantándonos contra la intromisión de organismos internacionales en
nuestros asuntos internos y contra la actividad proselitista de colectivos
criminales como el Foro de Sao Paulo en el que militan terroristas enemigos de
nuestra nación.
“La
naturaleza de una civilización —decía de Gaulle— es la que se construye en torno a una
religión. Nuestra civilización es incapaz de construir un templo o una tumba.
Se verá obligada a encontrar su valor fundamental, o se descompondrá»
(3 de junio de 1956). Tenemos que reaccionar contra la destrucción de nuestras
creencias mediante la acción depredadora del marxismo-leninismo, que ha puesto
en marcha la destrucción de nuestra cultura para construir sobre sus ruinas el mandato
del totalitarismo comunista.
La gestión pública debe
enmarcarse en un Estado fuerte y limitado, moderno y técnico, cuyas
instituciones estén al servicio del individuo. No hay lugar para la debilidad
del Estado frente al crimen, la corrupción, el terrorismo o el narcotráfico. El
aparato estatal debe estar acorde en la moderna tecnología para servir de forma
idónea al bien común. Tampoco se debe tolerar el desorbitado crecimiento
burocrático que agota los recursos y priva a la población de los más elementales
servicios. Prima, sobre el capricho del gobernante, la obligación de proveer al
bien común integral de los pobladores como personas humanas con necesidades
espirituales y materiales.
Reconoce el general la
importancia de la economía, como un medio para acceder a un fin superior, como
el bien común. Pero rechaza cualquier sistema que considere la economía como un
fin en sí misma, sea el capitalismo salvaje o el colectivismo totalitario
comunista o socialista. Cree, por lo tanto, en la primacía de la persona humana
sobre la economía, la técnica y cualquier sistema doctrinario. Cabe entre
nosotros esta reflexión para empeñarnos en un crecimiento económico que permita
la dignificación del empleo, la multiplicación de oportunidades para la fierza
laboral y la atención de las personas más vulnerables.
Fue el amor por la
Patria una de las grandes pasiones de este ejemplar estadista. Lo retratan sus
propias palabras: “Cada pueblo
es diferente de los demás, incomparable, inalterable, afirmaba
de Gaulle. Debe seguir siendo
él mismo, tal como su historia y su cultura lo han hecho, con sus recuerdos,
sus creencias, sus leyendas, su fe, su voluntad de construir su futuro (…) Los
nacionales son los que sirven a su nación. Respetando a los demás. Somos
nacionales. ¡Es natural que los pueblos sean nacionales! ¡Todos los pueblos lo
son! […] Es sirviendo a su país como mejor se sirve al universo; las más
grandes figuras del panteón universal fueron ante todo grandes figuras de sus
países».
Repasar este invaluable
legado histórico y doctrinario, encontraremos los colombianos sabias
admoniciones que nos permitan encontrar salidas a nuestra deplorable situación
política.
Estructurar una nueva
fuerza con postulados que sean un dique de contención al desmoronamiento moral
de nuestra amada Patria es el prioritario compromiso de quienes amamos esta
tierra natal y queremos lo mejor para sus hijos.