Por José Alvear Sanín*
El pasado 29 de
octubre, 9 de cada 10 votantes se manifestaron en contra de un gobernante
indigno, porque se dieron cuenta de su desequilibrio, depravación, perversidad,
incompetencia, y de la obsesión ideológica con la que conduce al país,
deliberadamente, al caos económico, social y político, previo a la
transformación de Colombia en otra Venezuela.
Aquí hubo votación,
pero no elecciones, porque, aunque Petro contabilizó 8 millones menos de votos
que los que tuvo hace 15 meses, la totalidad del establecimiento político se
hizo de la vista gorda para no versen obligados a exigir el cumplimiento de la
Constitución, con la remoción inevitable del presidente, si se cumplen las
leyes.
Si elegir es escoger,
los políticos no aceptaron el cambio que los ciudadanos exigieron por la vía
electoral, y, por tanto, el Gobierno, a pesar del repudio total, puede seguir
avanzando con la eliminación del sistema eficaz de salud, la expropiación del
ahorro pensional y de los fundos productivos, la desaparición de la libertad
laboral, la consolidación del narcotráfico y la demolición de las industrias
energéticas.
Todo lo anterior sucede
velozmente, en un país donde cada mañana una nueva porción del territorio se
entrega a las milicias narco-comunistas y a las guardias campesinas, mientras,
a través del acuerdo vinculante con el ELN, llega dentro de pocos meses el
modelo alternativo colectivista y sangriento del peor grupo leninista radical,
después del cual ya nunca volverá a haber votaciones libres y auténticas.
Cualquier “acuerdo
nacional” con Petro es letal, porque mientras el Congreso esté dominado por una
mayoría venal y fluctuante, que vota en función de sobornos cada vez más
elevados, el futuro del país no es otro distinto de la anarquía que precede al
caos, la revolución y la muerte.
La ley inexorable de la
vida exige la renovación generacional. Por esa razón ha llegado el momento de
que los viejos dirigentes den un paso al costado y el país se dote de líderes
en sintonía con el pueblo, para dar la batalla definitiva por la libertad.
Decir esto es duro pero necesario.
Hay, por fortuna,
personajes que puedo citar por orden alfabético, como María Fernanda Cabal,
Hernán Cadavid, Alejandro Char, Andrés Forero, Carlos Fernando Galán, Federico
Gutiérrez, Francisco José Lloreda, Rafael Nieto Loaiza, Miguel Uribe Turbay y
Juan Zuluaga, listos y maduros ya para relevar a quienes deben pasar de ser actores
grandes y respetados, a consejeros, porque ha llegado el momento de detener,
con un esfuerzo juvenil supremo y definitivo, las fuerzas macabras que nos
llevan al abismo.