viernes, 11 de agosto de 2023

Abandonemos nuestros errores históricos

Luis Alfonso García Carmona
Por: Luis Alfonso García Carmona

Se atribuye a Cicerón la conocida frase de que “Los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla”.

Desgraciadamente, Colombia es un típico ejemplo de las naciones que parecen haber olvidado la suya, pues cada vez reincidimos en los fatídicos errores que nos han sumido en el estado de descomposición integral que padecemos.

1. La violencia

Desde que nos independizamos de la corona española, nos convertimos en enemigos de nuestros propios compatriotas, merced a la lujuria por el poder. Los partidos, al servicio de la codicia, se enfrascaron en fratricidas guerras civiles y en una cruel violencia que duró hasta el siglo XX. Con el acuerdo denominado “Frente Nacional” se logró poner fin a este fanatismo estéril. No obstante, este remanso de paz no fue duradero, pues pronto, con el advenimiento del comunismo y la aparición de las guerrillas, patrocinadas principalmente por la dictadura cubana, surgió “la lucha de clases”, en cuyo nombre se instauró en nuestra patria el más sanguinario y cruel terrorismo que hayamos conocido.

Dos bastiones se opusieron al asalto al poder que pretendía el marxismo-leninismo: de un lado, nuestra institución familiar, que ha mantenido las tradiciones espirituales de nuestro pueblo y, del otro, el patriotismo de la fuerza pública, que durante 6 décadas ha ofrecido el sacrificio de la vida e integridad personal de sus soldados y policías para defender la soberanía de la Nación y garantizar la seguridad de su población.

Somos el único país del mundo donde ha fracasado la guerrilla con más recursos a su alcance (el producto de la cocaína, el negocio más rentable de la tierra), en un territorio montañoso y selvático propicio para la “guerra de guerrillas”, y con el apoyo de países vecinos que le han servido de refugio (Venezuela, bajo la tiranía de Chávez y Maduro, y Ecuador en la administración de Correa).

En lugar de proteger esos magníficos bastiones, se ha plegado nuestra clase política ante la izquierda radical para atacar la institución de la familia, mediante normas a favor de la ideología de género, el aborto, la corrupción de los menores y la educación orientada hacia el materialismo marxista. Igualmente, se implantó la política de desmantelamiento progresivo de la fuerza pública, llegando al recorte del presupuesto necesario para subsistir, a la decapitación masiva de la cúpula militar, al acuartelamiento de los efectivos para impedirles actuar, al secuestro y la pública inmolación de soldados y policías con la aquiescencia del Gobierno, y a la equiparación de los militares y policías con los tenebrosos narco-terroristas de las FARC.

Por el contrario, los “capos” de la droga son premiados con impunidad y protección, y a los cabecillas de los grupos guerrilleros se les otorga la investidura de parlamentarios y el disfrute del enorme presupuesto aprobado para sus actividades mediante el espurio acuerdo de La Habana.

Ahora, ante la indiferencia de la llamada “oposición constructiva”, se dedica el Gobierno de turno a armar irregulares e inconstitucionales colectivos denominados “gestores de paz”, “guardias campesinas o indígenas”, “primeras líneas”, que no son otra cosa que milicias  para sustituir a la legítima fuerza pública.

2. El narcotráfico

El ilícito comercio de estupefacientes se ha convertido en la más depredadora actividad delictiva, ya que, además de ser el combustible de las guerrillas, ha contaminado todos los estamentos sociales del país, corrompiendo a funcionarios de todas las ramas del poder y sentando un pésimo precedente para nuestra juventud: Que el crimen sí paga y que el dinero fácil sustituye al trabajo y al esfuerzo personal.

El crecimiento del cultivo y la exportación de cocaína solamente pudo detenerse bajo la administración del presidente Álvaro Uribe Vélez. Según informe de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (Unodc), las hectáreas sembradas de coca eran 62.000 en 2010, “el nivel más bajo de cultivo de coca en lo que va corrido de siglo”. ¿Qué pasó en las administraciones de Santos y Duque? Se suspendió la fumigación aérea con glifosato y el bombardeo de campamentos y laboratorios, se prohibió la extradición de los narcotraficantes, se establecieron subsidios a los cocaleros y se consideró el narcotráfico como delito conexo al delito político. La Unodc registró 204.000 hectáreas sembradas con coca en 2021, récord histórico hasta esa fecha, con un incremento del 229% sobre la cifra de 2010. La proyección para 2023 es que tengamos 300.000 hectáreas de coca, ya que continúan vigentes los beneficios a los cocaleros y la falta de acción preventiva del Gobierno, y, gracias a “la paz total”, tanto el ELN como los carteles de la droga recibirán todo el apoyo a su ilícito negocio.

3. La corrupción

Es un mal endémico que todos los políticos se comprometen a combatir mientras buscan el apoyo del electorado. Pero es lo cierto que cada vez el mal crece a pasos agigantados y ha invadido todos los niveles del Estado y todas las ramas del poder.

Sin embargo, los votantes siguen eligiendo candidatos que luego de ser elegidos, son protagonistas de sonados escándalos.

Nada hemos hecho para modificar nuestro sistema político diseñado para favorecer estas corruptas prácticas.

La norma que permitió las listas abiertas en los candidatos a corporaciones públicas dio a los partidos políticos la naturaleza de empresas electoreras: Se asocia un grupo de amigos e inversionistas para la conquista de un trocito del poder. Al conquistarlo, premian a los inversionistas que sufragaron la campaña con contratos donde la corrupción se lleva la tajada más apetitosa.

No existen normas que exijan un estudio minucioso de los antecedentes penales y disciplinarios de los aspirantes a ser elegidos. Tampoco se establecen requisitos mínimos de estudios que permitan un ejercicio idóneo de sus funciones.

Todos los cargos públicos se proveen libremente sin consideración a la honestidad, conocimientos y experiencia del aspirante; sólo se tiene en cuenta su amistad con el que lo nombra o su identidad política con el grupo gobernante.

Hay demasiado libertinaje para la contratación “a dedo”, que permite otorgar contratos sin licitación o mediante procesos que no se ajustan a la legalidad.

Las contralorías regionales hacen parte de la corrupción, pues su designación depende de los grupos políticos dominantes que van a ser “controlados” por sus compañeros de equipo electoral. Debieran ser eliminadas.

Nuestro pecado en esta materia es por omisión. Mucho bla, bla y de aquello nada. Hay que cambiar todo el sistema de contralorías por unas auditorías privadas contratadas por licitación y unos zares anticorrupción con el exclusivo fin de recuperar las pérdidas que sufran los fiscos y promover las investigaciones penales contra los presuntos responsables.

4. El desconocimiento de la democracia y del estado de derecho

Ante la indiferencia de la sociedad, ha hecho carrera la viciosa práctica de desconocer la voluntad del pueblo. Para darle visos de legalidad al claudicante acuerdo de Santos con los narcoterroristas de las FARC se convocó a un plebiscito en 2016 para votar SÍ o NO a la refrendación popular del acuerdo. Para asegurarse de su aprobación, se rebajó el umbral requerido al ridículo porcentaje del 13% (4.536.992 votantes). La Corte Constitucional, al reglamentar el plebiscito dijo expresamente : “ …si el plebiscito no es aprobado, el efecto es la imposibilidad jurídica de implementar el Acuerdo Final…”.

Pues el pueblo mayoritariamente votó en forma negativa : 6.431.376 votantes que representaron el 50,21% de la votación. Además, 21.233.898 se abstuvieron de atender a la convocatoria del Gobierno para que concurrieran a dar su voto por el SÍ. En total, 27.665274 no apoyaron al Gobierno en ese humillante pacto.

Pero no se conformó el Gobierno farc-santista con la derrota y, mediante una proposición absolutamente inconstitucional aprobada en el Congreso, este sustituyó al pueblo soberano para dar al acuerdo la refrendación que se le había negado en el plebiscito.

No paró allí el puntillazo a la democracia, pues, a renglón seguido, la Corte Constitucional sentenció: “… tras la expresión ciudadana es legítimo que el proceso continúe y concluya en virtud de las competencias de una o más autoridades instituidas que le pongan fin…”

No se necesita ser un experimentado jurista para calificar este exabrupto como el más vituperable prevaricato en toda nuestra historia jurídica.

Sin que aquí pase nada, se modificó de manera ilegítima la Constitución y se volvió trizas el Estado de Derecho. ¿Por qué nos quejamos de lo que ahora nos pasa?

Igualmente sucedió con la última elección presidencial. Se denunciaron irregularidades en la contratación de empresas para asesorar a la Registraduría; se interpusieron miles de quejas por lo acontecido en la jornada electoral; se denunciaron los softwares adquiridos por la imposibilidad de verificar sus resultados; se solicitó recuento de votos en mesas donde se presentaron irregularidades. En suma, son las elecciones más cuestionadas de nuestra historia democrática, pero ni las autoridades electorales, ni el Gobierno, ni las entidades de vigilancia y control, permitieron una revisión para dar un mínimo de transparencia a la justa electoral.

Se comprobó, mediante una simple comparación matemática entre el tope de gastos fijado por la ley a las campañas y el monto ingresado a la campaña de Gustavo Petro, que este violó la ley al gastar más de lo autorizado. Esto, sin contar otros eventos conocidos con posterioridad, como el de los honorarios del asesor español que contrató cerca de 90.000 testigos electorales, o los 15.000 millones que confesó Benedetti haber recaudado para la campaña, o los millones que el hijo y la nuera del presidente ingresaron fraudulentamente a los fondos de la campaña. Es, a todas luces, una elección ilegítima que debe ser anulada de inmediato.

5. Enseñanzas de la historia

Este sucinto recuento de nuestros errores políticos nos debe imponer un cuestionamiento colectivo: si somos lógicos cuál debe ser nuestro propósito: ¿persistir en los errores que nos han conducido a la hecatombe que vive la patria en todos los órdenes, o, por el contrario, abandonar esas erróneas actitudes y empezar a reconstruir el país?

Sin lugar a duda, debemos ser conscientes de la necesidad de enmendar las equivocaciones cometidas y emprender de inmediato la tarea de derrocar el tiránico régimen que se ha tomado el poder en forma ilegítima. Tenemos el derecho a intentarlo a través del juicio político que otorga a los ciudadanos la facultad para destituir a quienes fueron elegidos con violación de la Constitución y la Ley.

Pero no nos es permitido dejar la nación al garete para volver a caer en otras deplorables situaciones como las que hemos atravesado.

Es necesario que nos unamos todos los que nos duele la patria en una gran fuerza, independiente de la corrupta clase política, para que corrijamos los defectos de nuestras instituciones e instauremos por fin la vigencia de la verdad, la justicia, el estado de derecho, la verdadera democracia, la familia como piedra angular de la sociedad, el respeto a la propiedad privada y a la libre empresa, la solidaridad con la fuerza pública, la fraternidad con la población más vulnerable, y el bien común integral como objetivo de la administración pública.

Son suficientes estas nobles causas para dejar atrás el egoísmo y el afán de protagonismo y que podamos unir nuestras voluntades los “colombianos al rescate” que Colombia reclama. Si lo logramos, nada ni nadie podrá derrotarnos.