viernes, 28 de julio de 2023

Volver a Leticia

José Leonardo Rincón Contreras
José Leonardo Rincón, S. J.

Para quienes vivimos en la zona andina, la Amazonia es un cuarto de mapa nacional, lejana, selvática, inhóspita. No falta razón. El pulmón del mundo no es fácilmente asequible. Esa es su debilidad y también su fortaleza. Orgullosamente colombiana en realidad, salvo los fenómenos de corrupción que a todos nos agobia, es un remanso de paz.

Había estado en 2016 pero la encontré muy distinta, más evolucionada. En aquella ocasión, un viaje de carácter más académico universitario no me permitió conocerla mejor y menos aún, disfrutarla. Entre el refugio del hotel, reuniones y un único viaje al Perú contiguo, no me dejó recorrerla tampoco. Quizás tenía miedos infundados producto de leyendas e historietas, cargadas de imágenes de un río profundo que no deja ver su otra orilla, plagado de caimanes al acecho en sus riberas, serpientes enormes llamadas anacondas, pirañas voraces que pueden comérselo a uno en par segundos, jaguares agazapados en las ramas de los árboles, arañas gigantes que intimidan…

No más bajarse del avión totalmente repleto (así son los 3 vuelos diarios desde la capital) y queda uno fascinado con la nueva infraestructura del aeropuerto Alfredo Vásquez Cobo, así llamado para rendir homenaje a quien fuera ministro de Defensa durante la guerra con Perú, precisamente para salvar a Leticia y lo que conocemos como el trapecio amazónico, del dominio vecino. A la Colombia de aquellos años le recortaron un enorme pedazo de tierra que se extendía a buena parte de lo que es hoy Brasil y Perú, acostumbrados como estábamos a perder soberanía (Panamá, por ejemplo). Por suerte, en la triple frontera hoy hay un ambiente de camaradería y hermandad no más pasar una calle con Tabatinga - Brasil o cruzar el río y estar en Santa Rosa - Perú.

Todo es cerca en Leticia y aunque es la flamante capital del departamento del Amazonas, en realidad tiene una población cercana a los 45 mil habitantes. Gracias al río y su excelente navegabilidad, nuestra ciudad más meridional, sobrevive. El comercio con los vecinos, quienes se proveen principalmente de Manaos, le permite a uno encontrar de todo allí. Desde el interior colombiano realmente sería imposible: ni por tierra, ni fluvialmente. Y por aire las cosas elevan su valor. Con todo, me llamó la atención ver muchos vehículos con placas de varias ciudades nuestras. ¿Cómo llegaron allí? Tuvo que ser por barco dando la gran vuelta o por avión. No se explica de otra manera.

Estuve visitando a monseñor Quintero, su obispo, y en algún momento nos encontramos con misioneros de otras comunidades: capuchinos, de Yarumal y de Guadalupe. Debo confesar que su vocación es admirable y aunque las condiciones de hoy día son mucho mejores que las que les tocó a los primeros que por allá llegaron, no dejan de ser difíciles. Los jesuitas tuvimos allí una pequeña comunidad que no pudo mantenerse por falta de sujetos. ¿Cuándo vuelven los jesuitas?, me preguntaron. No sé, la verdad. El cuidado de la Amazonia es hoy día una opción eclesial, pero todavía para nosotros sigue siendo distante, misteriosa, aún por descubrir y valorar. Nos tocará cuidarla de verdad, porque es una reserva natural para que este mundo pueda sobrevivir. Esa es su incalculable riqueza, de modo que volver a Leticia es todo un reto.