Por Pedro Juan González Carvajal
Es lamentable, pero se ha vuelto reiterativo el
hecho de que una serie de noticias que destacan eventos propios de la
interacción humana en su esfuerzo constante por sobrevivir y defender sus
intereses, se hayan vuelto parte del paisaje por el hecho de que son
reincidentes en el tiempo, aun cuando obviamente cambian los actores.
¿A quién sorprende la noticia de una nueva
masacre en una escuela de los Estados Unidos o en que algún individuo entra a
cualquier establecimiento y dispara de manera indiscriminada matando a personas
que por casualidad estaban en ese lugar?
¿A quién sorprende el llamado periódico del
Papa con respecto a la imperiosa necesidad de orar por la paz mundial?
¿A qué se deberá que en la India ocurren frecuentemente
los más numerosos y trágicos accidentes ferroviarios por choque entre trenes?
¿A quién sorprende una nueva declaración
incendiaria de Donald Trump apelando a su estrategia nacionalista?
¿Es verdaderamente novedosa la divulgación
recurrente de noticias en Colombia con respecto a nuevos feminicidios?
¿A quién sorprende un nuevo escándalo por
corrupción en Colombia?
¿A quién sorprende una nueva manifestación
pública en Francia defendiendo los derechos asistencialistas previamente
obtenidos?
¿Nos causa sorpresa un nuevo derrame de
petróleo en alguna parte de nuestros mares u océanos?
¿Es novedosa la noticia de la intensa sequía en
algunos países de África?
¿Es acaso novedosa la noticia de la aparición
de incendios forestales cada verano en California y en algunos lugares de Canadá
y Chile?
¿Causa sorpresa algún nuevo despropósito del Gobierno
nicaragüense contra miembros de la oposición?
¿Nos sorprenderá que en la época de huracanes
del segundo semestre haya alguna tragedia en Norteamérica?
¿Causa algún escozor el anuncio de Corea del
Norte de que hará pruebas con misiles que atraviesen los cielos de Corea del
Sur y de Japón?
¿Tendrá algo de novedoso las declaraciones del Gobierno
norteamericano sobre acciones a tomar en la frontera con México?
¿Genera algún interés la noticia de que China
realiza maniobras militares cerca de Taiwán?
¿Genera alguna expectativa el hecho de que se
reinicien las conversaciones de paz entre el Gobierno colombiano y las llamadas
“Disidencias”?
¿Si es novedosa la noticia de la muerte de un
niño Wayuu por desnutrición?
¿A quién sorprende la noticia de un nuevo caso
de pederastia?
¿A quién sorprende que permanentemente los
organismos multilaterales modifiquen la expectativa de crecimiento de los
países?
¿A quién sorprende el hecho de que ante un
nuevo asesinato de un líder social en Colombia se convoque a un consejo
extraordinario de seguridad y se inicien Investigaciones exhaustivas?
¿A quién sorprende en Colombia que los casos
más sonados de la justicia se cierren por vencimiento de términos o simplemente
no avancen?
¿A quién sorprende que la Selección Colombiana
de Fútbol de cualquier categoría juegue bien pero nunca gane nada?
¿A quién sorprende que para las elecciones de alcaldes
y gobernadores en Colombia aparezcan docenas de candidatos absolutamente
desconocidos y sin ninguna experiencia?
¿A quién sorprende las tragedias que ocurren
por el intenso invierno o por el intenso verano generados por el llamado cambio
climático?
¿A quién sorprende que se lesionen James
Rodríguez o Jerry Mina?
¿A quién sorprende que siga creciendo la
inflación en Argentina?
¿A quién sorprenden las amenazas permanentes de
Putin?
Y estos son solo unos simples ejemplos.
Hemos llegado a un punto de saturación
informativa y de displicencia generalizada que ha conllevado a que el tropel de
acontecimientos haga parte de una rutina insulsa que nos mantiene enterados,
pero no informados y menos comprometidos.
La relación entre el hombre, lo humano, la
humanidad y el humanismo, han venido cayendo, como conceptos, en una crisis
profunda que nos está llevando a una crisis moral y ética sin precedentes y a
una angustia existencial generalizada.
Es otro de los sinos de nuestro tiempo.