Por: Luis Alfonso García Carmona
Asistimos en
Colombia al desmoronamiento de una cultura vinculada a los valores judeo -
cristianos, al respeto por la dignidad del hombre, su libertad y sus derechos fundamentales
y a la defensa de la familia tradicional, como núcleo esencial de la sociedad.
Actúa la camarilla
gobernante en consonancia con su funesta ideología marxista - leninista. Parte
de la base de que es preciso destruir nuestra cultura, nuestros principios
democráticos, la institución de la familia, para construir una nueva cultura
sobre las ruinas de lo existente. Es, ni más ni menos, lo que el comunismo
enseña y práctica.
La llegada de la
camarilla de extrema izquierda al poder por medios fraudulentos ha significado
la culminación de un proceso de manipulación de masas, cumplido a espaldas del
pueblo, con la complicidad de una corrupta clase política, entregada al
usufructo del poder, olvidando su compromiso con el bien común de los
gobernados.
¿Cómo olvidar el
“raponazo” del Gobierno de Santos –con la complicidad de las mayorías
parlamentarias y la Corte Constitucional– al pueblo que rechazó en el
plebiscito de 2016 el humillante acuerdo de La Habana? Luego vino el Gobierno “de
transición” (debería llamarse “de traición”), con el que se protocolizó la
entrega del país al movimiento castro-chavista que pretende convertirnos en
otro país esclavo del Socialismo del siglo XXI.
Se cumple, en
consecuencia, con el objetivo revolucionario, sin que la clase dirigente se dé
por enterada. Si repasamos los discursos de los aspirantes a ser elegidos en
las próximas elecciones regionales, no encontramos alusión alguna a la
desintegración cultural que cumple a sus anchas el tiránico régimen petrista.
Como el avestruz,
los dirigentes de los partidos políticos esconden sus cabezas, mientras el
régimen construye, a través de la Comisión Nacional de Participación, las
propuestas con carácter “vinculante” elaboradas por 74 recalcitrantes
comunistas y 6 representantes de los gremios, que se convertirán en normas
constitucionales sin participación del pueblo ni del Congreso. Todo, en nombre
del supremo pretexto de hacer la paz con el ELN.
Tampoco reaccionan
estos representantes del “centrismo” y de los discursos “políticamente
correctos” ante la conformación de colectivos de sicarios armados bajo el
remoquete de “gestores de paz”, o “guardias campesinas”, con los cuales se
reemplazarán las legítimas fuerzas del Estado, el Ejército y la Policía
Nacional.
Urge la
conformación de una gran fuerza comprometida en el rescate de nuestra identidad
perdida en manos de una fracasada clase política.
Debemos construir
de nuevo un “nosotros”, compuesto por quienes creemos que el Estado debe
garantizar a todos los ciudadanos el derecho a la vida y a la seguridad, en vez
de promover la impunidad y la promoción del narcotráfico.
Un “nosotros” que
propugne por el respeto a las decisiones democráticas del pueblo y proscriba
para siempre el fraude electoral, la compra de votos y la coacción por medio de
la fuerza a los electores.
Un “nosotros” que
fomente el crecimiento económico, promueva el empleo digno, reduzca el tamaño y
costo del Estado, establezca incentivos a la industria nacional y a los
empresarios del campo.
Un “nosotros” que
proteja nuestras familias, eliminando el adoctrinamiento en las tesis marxistas
y en la ideología de género, y adoptando una legislación acorde con nuestra
tradición cristiana y de respeto a la dignidad humana.
Construyamos un
“nosotros” para que los gobernantes busquen el bien común, moral,
intelectual y material, de los asociados y no su propio beneficio.
Seamos parte de un
“nosotros” que ponga en práctica el amor fraternal con nuestro prójimo y
atienda sus necesidades de salud, de bienestar y de desarrollo para atender a
sus propias necesidades y las de su familia.
Es el momento de
recuperar nuestra tradicional identidad que la camarilla en el poder pretende
arrebatarnos mediante la degradación de las costumbres, la impunidad con el
crimen, el abuso del poder, la mentira, la violencia, la inmoralidad y la
destrucción de nuestro patrimonio moral.