Por José Leonardo Rincón, S. J.
Para los que no saben y para a los que ya se
les olvidó, les recuerdo que estaremos descansando este puente gracias a que,
hasta la ley Emiliani, hoy viernes se celebraba, no la fiesta, sino la
solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. Una celebración que litúrgicamente
sigue estando ahí, pero civilmente está prácticamente olvidada.
Lo curioso es que, en Colombia, en el abultado
calendario de días festivos, no estaba catalogada como fiesta religiosa, aunque
lo fuera, sino como fiesta patria. ¿La razón? Desde 1902, concluida la guerra
así llamada de Los Mil Días, nuestro país, por ley de la República, se consagró
al corazón de Cristo para dar gracias por la paz que finalmente se había
logrado. De ahí que llamásemos a estas tierras “el país del Sagrado Corazón”. Obligaba
al presidente asistir a una ceremonia religiosa en la que con una fórmula de oración
particular renovaba la consagración de nuestra nación al Sagrado Corazón.
Parecieran haber cambiado los tiempos después
de 121 años, pero uno va a ver y no ha sido mucho. Otrora fue una guerra
fratricida entre liberales y conservadores, culmen de los agarrones que venían
dándose desde la segunda mitad del siglo XIX. Rojos y azules parecían
irreconciliables por sus posturas políticas y también religiosas, confrontación
explícita que se prolongó, a pesar del armisticio, hasta poco más de la mitad
del siglo XX con el Pacto de Benidorm que dio origen al famoso Frente Nacional.
En realidad, un acuerdo donde cayeron en cuenta de que eran los mismos con las
mismas, que en vez de pelear lo que tenían era que alternarse el poder entre los
dos y no dejar que terceros o extraños pretendieran morder parte de la torta ya
repartida.
La polarización de hoy día ya no es entre azules
y rojos, sino entre derechas e izquierdas, así, en plural, aunque en realidad
haya muchos más matices o, si se quiere, facciones o posturas ideológicas. El
panorama es más complejo. No tengo claro qué tanto interés exista por buscar el
bien común por encima de los particulares intereses. No sé si se busca el poder
porque realmente se quieren reformas sociales o porque hay una corrupción
galopante y voraz. Tengo serias dudas sobre una sincera voluntad de paz que va
en contravía del lucrativo negocio de la guerra. Sospecho seriamente de nuestra
ingenuidad política que cual columpio se mueve de aquí para allá, impulsada alegremente
por un juego desgastante y letal que está acabando con nuestro país.
Hemos abandonado principios y valores. Hablar
de la importancia nuclear de la familia suena anacrónico y conservador. Apostarle
en serio a una educación de calidad no es un interés prioritario. Ver cómo se
derrumba la institucionalidad por culpa de funcionarios nefastos es apenas
comparable con una buena saga de Netflix. Abocados al caos y al desastre en
medio de este canibalismo político, si no le ponemos punto final a este correr
desbocadamente hacia el precipicio, si no lo arreglamos nosotros y pronto, seremos
pasto de terceros que sí sabrán sacar provecho de nuestra sobrada estupidez.
El pobre Libertador se revuelca en su sepulcro porque
no han cesado los partidos y no se ha consolidado la unión. Su ambicioso
proyecto de constituir la unidad nacional no ha logrado darse. Y el pobre Jesús
que entregó alma, vida y corazón para salvarnos y mostrarnos el camino de la
verdadera felicidad, por meterse de redentor lo traspasaron en su costado… ¡Sagrado
Corazón de Jesús!, dame un corazón semejante al tuyo. ¡Ay Sagrado Corazón de
Jesús!, en vos confío.
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