Por Pedro Juan González Carvajal
Ha tomado fuerza en los últimos tiempos el
nomenclar o denominar los grandes retos que asumimos y nos imponemos los
humanos alrededor de dos o tres palabras que tienen fuerza y retumban ante su
lectura o enunciación.
Ejemplos de lo anterior son: “Transformación digital”,
“Reconversión industrial”, “Reforma agraria”, “Incubación de empresas”,
“Revolución en marcha”, entre otras tantas.
En el caso de la Transformación digital se ha
dado por sentado que todos lo reconocemos y lo entendemos, pero personalmente pienso
que no.
En primer lugar, es conveniente conocer como
concepto reciente que es, el significado de transformación digital. Por transformación
digital no se entiende tener presencia online ni la aplicación de las nuevas
tecnologías en las empresas. Es decir, transformación digital no es igual a digitalización.
Hablamos de un término más amplio que implica un
cambio en la mentalidad en las compañías que afecta a todos los departamentos;
una nueva cultura organizacional que brinda nuevas oportunidades de cambios y
crecimiento en las empresas en un mercado globalizado y de máxima competencia.
La transformación digital implica un cambio
cultural y estratégico que afecta a toda la organización y sus públicos de
interés. Es el proceso de cambio, para competir con empresas nativas digitales que
ponen al cliente en el centro de su organización y simplifican el trabajo.
Desde la otra orilla del río, la transformación
digital no es página web, ni APP y RRSS, ni CRM, ni big data, ni tecnología.
Digitalizar por sí solo no es transformación
digital.
Definir y optimizar procesos, simplificar,
homogenizar, estandarizar, tener políticas claras y objetivos contundentes, así
como indicadores para propiciar un adecuado seguimiento, todo esto centrado en
el cliente y en la actividad comercial y de ventas, hacen de la transformación
digital un vehículo, si no para lograr una transformación cultural
organizacional, sí para actualizar y refrescar su postura ante las nuevas
realidades globalizantes que se ven afectadas por la volatilidad, la
incertidumbre, la complejidad y la ambigüedad que caracterizan estos tiempos.
Por ahora el desarrollo tecnológico es imparable,
hemos logrado realizaciones inimaginables, pero lamentablemente estos logros no
han sido suficientes para impulsar una cultura de la equidad y de la justicia
social.