Por: Luis Alfonso García Carmona
Cuando una determinada situación llega
a su punto más crítico utilizamos esta metafórica expresión para significar que
hemos caído en el más profundo abismo. Y es, justamente, lo que estamos
viviendo en Colombia bajo el yugo de una izquierda radical, que ha iniciado en
forma apresurada el proceso de destrucción de lo existente y de
implantación del totalitarismo marxista.
No aciertan algunos compatriotas a
precisar las reales dimensiones del conflicto y, consecuentemente, buscan en
manidas y caducas prácticas electoreras, la solución a una hecatombe que
trasciende el espectro político.
Lo que nos tiene en el fondo del pozo
no es simplemente la derrota de unos partidos demoliberales y el triunfo de una
coalición de extrema izquierda. No, señores. Aquí lo que tenemos es la
imposición, a través del fraude y del abuso del poder, de una cultura
materialista, que pretende erradicar los valores que se identifican con
nuestra Nación y los principios de la civilización judeocristiana de la cual
formamos parte.
Sorprende que la representación
parlamentaria de los partidos tradicionales y otros grupos que se dicen
democráticos haya votado en masa un funesto Plan Nacional de Desarrollo donde
se entregan poderes casi omnímodos al sátrapa para continuar su perversa
gestión en favor de los criminales que apoyaron su candidatura, agudizar el
déficit fiscal, frenar el crecimiento económico, perseguir la libre empresa y
la propiedad privada, desmantelar las Fuerzas Militares y de Policía, incentivar
la corrupción, pauperizar a la población, sustituir la fuerza pública por
colectivos de vándalos con el apoyo estatal, blindar el negocio de la cocaína,
derrochar el presupuesto en gastos inútiles, y perpetuarse en el poder.
No obstante, las múltiples opiniones –con
argumentos de peso– en contra de las reformas a la salud, al sistema pensional
y a las normas laborales, insiste el guerrillero-presidente en su aprobación, amenazando
con una revolución si no son aprobadas, en una clara violación a la separación
de poderes que identifican al sistema democrático que dice acatar.
¿Cuál es, entonces, la propuesta de la
dirigencia política para salir de tan negra coyuntura? Convertir las próximas
elecciones regionales en un “referendo contra Petro”, saliendo a votar
por los candidatos que se dicen opuestos al régimen. ¿El colmo de la ingenuidad
o de la desvergüenza?
Dijimos que el conflicto que
atravesamos excede los límites del espectro político. Aquí se trata de
una batalla cultural entre quienes creemos que el poder debe ejercerse
para garantizar el bien común, y quienes se aprovechan del mismo para
pervertir a la sociedad y, de paso, llenarse sus bolsillos. Es un conflicto
entre quienes creemos en la verdad, la justicia, la dignidad de la persona
humana, la defensa de la familia, la protección a la vida de los asociados y a
sus bienes, el amor fraternal con los más vulnerables, de un lado y del otro,
los que gobiernan con la mentira, la impunidad para sus amigos delincuentes, el
odio de clases, el irrespeto con los derechos y libertades de los gobernados y
la explotación de los más bajos instintos para aferrarse al poder envilecedor.
Citando a Maritain “…pero
la victoria será fructífera únicamente a condición de abandonar las iniquidades
del pasado y volvernos decididamente hacia la justicia y la rectitud
política.”
Por lo tanto, nos está vedado caer de
nuevo en la corruptela y la ingenuidad que nos condujeron al actual estado de
cosas. Esa batalla cultural no puede librarse en unas elecciones regionales,
donde no existe una fuerza unificadora,
con una común ideología, que proponga candidatos coordinados por una jerarquía,
con un compromiso serio de rescatar al país de la perversión en que está sumido
y de sacar a los colombianos del oscuro abismo en el que hemos caído.
Si el problema excede los límites
políticos, somos cada uno de nosotros, los responsables de encontrar la luz al
final del túnel. Una asociación de voluntades, en la que estén representados
todos los oficios, las regiones, los grupos sociales activos como los veteranos
y las reservas activas que ya se han manifestado heroicamente. Pero también
los grupos provida, las madres (casadas o solteras), los desempleados, los
trabajadores del campo y las ciudades, los pensionados, los jóvenes que ven un
país sin futuro en manos de la izquierda, los millones de colombianos que se
manifiestan en las marchas de protesta contra el régimen. Por ello me permití
sugerir la creación de una amplia confederación de patriotas que
canalice la resistencia y adopte las estrategias necesarias para poner fin a
esta oscura etapa nunca vivida por nuestro pueblo.
Esta asociación de voluntades debe
proponerse dos objetivos: uno inmediato, que es el derrocamiento
del régimen por medios lícitos, no violentos. Ejemplo: apoyar en las calles
los juicios políticos iniciados contra el presidente y la vicepresidente,
suscribir los referendos contra las reformas propuestas por el régimen,
preparación de un grupo significativo de ciudadanos para las elecciones
presidenciales. Otro, a mediano plazo, que consiste en la planeación de
una gran tarea de reconquista cultural orientada al bien común de los
asociados, sobre unas bases comunes a los grupos involucrados. Tenemos que ser
capaces de construir una identidad colectiva, un “nosotros”, como lo ha
explicado Agustín Laje en su obra “La batalla cultural”, definido
por la adhesión a unos valores e instituciones genéricas que
significarían precisamente el rescate de nuestra cultura : lucha contra el
narcotráfico, contra el aborto, contra la ideología de género, contra la
corrupción, contra la impunidad; en términos proactivos, a favor de la
moralización de los partidos políticos, la seguridad de las personas y sus
bienes, la búsqueda del bien común, la dignidad de la persona humana, la
libertad y el respeto a los cultos religiosos, la defensa de la familia, el
crecimiento económico con justicia social, la pulcritud en el manejo de los
asuntos públicos, etc.
No faltará quien tache de difíciles
tales objetivos. Cierto, pero no son imposibles. Además, es peor seguir
lamentándonos, como nuestros vecinos venezolanos, sin intentar una verdadera
batalla por nuestras creencias, nuestras libertades, nuestra dignidad y por el
futuro de nuestros hijos y nietos. Viene de nuevo en nuestro apoyo Jacques
Maritain: “Durante un cierto tiempo los injustos triunfantes pueden hacer lo
que quieran, pero saben que su tiempo está medido y por eso muestran una
prisa tan terrible”.