A la memoria de un valiente, mi padre, Fabio Echeverri
Correa (Abril 20, 1933 - Octubre 27, 2017).
Antonio Machado dijo: “Ser bueno es ser valiente”.
“Nadie es más valiente que un torero”.
“Un torero nos está enseñando a vivir y a morir”.
Sánchez Dragó, después de citar a Machado, al expresar su
admiración y su apreciación intelectual sin límites por los toreros, por su
valor, su arte y su inteligencia, expresó: “Yo cada que veo un torero
enfrentar la suerte suprema me traen a la memora mis sentimientos una vieja jaculatoria
española que dice”:
“Mira que te mira Dios
mira que te está mirando
mira que vas a morir
mira que no sabes cuando”
La fiesta brava es la liturgia de una cultura milenaria en
la que el hombre, el caballo y el toro danzan con la muerte que cabalga en sus
embestidas, mientras van inspirando pasiones y emociones, admiración, plasticidad,
e iluminando la imaginación y el sentimiento de pintores, músicos, poetas,
escritores, cantadores, bailadoras y entendidos encantados por ese duende que
distingue ese momento de la reunión, donde el tiempo parece detenido, y en el
que todo empieza y todo termina en medio del trance entre el ataque y el
aguante que provoca de la gente los suspiros.
La fiesta brava es la representación viva más auténtica que
existe de la propia vida. Allí convergen todos los aspectos que pertenecen a la
naturaleza humana y la fiera nobleza que hay en todo el reino animal, y se
mezclan con el arte del teatro más real que haya existido.
Allí, en el ruedo, es donde se distingue el alma de los que
se ponen delante, de la mezquindad de todos los demás. Allí es donde se mezclan:
nobleza y sentimientos, glorias, penas, sangre, triunfos, frustraciones,
alegrías, música, estética, garbo y belleza, con la forma más pura de la
justicia natural; allí se entrelazan los miedos, el arte y la plasticidad con
la plenitud del colorido, con el grito, el sufrimiento y las pasiones, con el
valor y la fuerza en su forma más pura.
Allí triunfa la fiereza o la destreza y la inteligencia,
encarnadas en la maestría, el respeto, la hermandad y la jerarquía que da el
oficio que llamamos tauromaquia. Allí manda el acato a la voluntad del
respetable, sumado a la euforia o la desgracia en su más profunda
expresión posible.
Allí, en el encuentro con el toro es donde todos recordamos
que somos mortales y que vivir es un regalo de la existencia, que como llega,
se va, y que nos hace apreciar la razón por la cual tenemos un alma dentro, que
nos da la alegría de poder comprender, sentir y amar.
Los toreros, nos enseñan la pasión que encarna el hecho de
vivir y morir, pues por amor al arte y armados de sapiencia, determinación e
inteligencia le porfían a la muerte y lo entregan todo en el ruedo, su alma, su
cuerpo, sus haberes y sus quereres, sus amores, sus penas, sus ilusiones y
sus recuerdos; el torero todo lo deja atrás cuando se amarra los machos o se
calza las espuelas y entra en la plaza resuelto a ser parte de esa danza con el
toro, que le rinde culto a la vida y a la muerte. El torero es el artista que
baila, vestido de colores, apeado de locura cuando transforma sus miedos en el
ángel fino que surge del arte embebido en esa noble ilusión de triunfo de la
cual, en medio de la lidia, emerge su valor.
Los toros nos enseñan la verdad que hay en la nobleza de su
furia, nos enseñan que en la lucha por la vida hay que estar dispuestos a
morir, y nos obligan a la humildad de entender que sólo somos mortales, porque
su embestida es en el ruedo la única verdad, porque al toro hay que ir de
frente y adentro, y porque el toro no permite ni tolera los errores, y porque
al toro hay que entregarse tan desnudos y desposeídos de lo material, como
siempre se llega a la vida y como siempre se ha de enfrentar el día de la
muerte.
El toro nos enseña la profundidad de nuestros sentimientos
cuando nos preparamos para enfrentarlo y somos capaces de expresarlos con arte
y de ir a encarar la muerte con amor al sentimiento que nos hace ser toreros.
El toreo es el miedo transformado en valor por ese espíritu
que distingue al hombre de la bestia, cuando de la expresión de un
corazón grande emana torería. Torero se nace y torero se muere, lo demás es
cobardía.
Padre mío, con tu ejemplo me enseñaste que ser torero es ser bueno, y como lo dijo Machado: “que para ser bueno hay que ser valiente”.