Por John Marulanda*
Lo evidente para un “muchacho” de mi
edad, es que la tecnología ha cambiado no solo el mundo en general, sino la
manera en que nos comunicamos, en particular. En mi infancia había que
coordinar una cita por el ya viejo teléfono de disco numerado y estar atento a
la hora y el lugar, si se trataba de una llamada de larga distancia. Larga
distancia que ya no existe, pues la llevamos en nuestra mano, en nuestro
celular. Lo mismo sucede con las videollamadas que, en esos lejanos años de mi
infancia, solo existían en el reloj de Dick Tracy, el del sombrero
detectivesco.
Primero fue el Telégrafo, luego el
Walkie-talkie, el Trunking y el Beeper, después llegó el teléfono inalámbrico y
finalmente (aunque reconozco que me faltan datos), para finales de este 2022,
las redes sociales se han convertido en las reinas de la intercomunicación
personal. Facebook, Twitter, WhatsApp, Telegram, Instagram, LinkedIn, Twich, Be
real y cientos de breves procesos de información instantánea y real que están
dejando una marejada de jóvenes analfabetas funcionales, mediocres y sin
sentido crítico, digo, aunque muy enterados de todo lo que sucede en el mundo,
en su mundo. Nuevos ritmos, nuevas modas, decrecimiento en el interés sexual
aparejado con porno vintage, mascotas en vez de hijos. Todo lo anterior con un
Messi engrandecido, aunque firme en sus “románticas” creencias y un Qatar con
serias dudas sobre la honestidad en su competencia para ser la sede del mundial
de futbol. Y resulta que Ronaldo es un antisemita y que un millonario ruso
murió de un ataque cardiaco mientras se lanzaba de un quinto piso en un hotel
de la India.
Narro todo lo anterior para presentar
el mapa de la realidad actual, signada por la crisis climática, como que el
ciclón invernal azota a los Estados Unidos, el deterioro de muchas monedas
locales y la superproducción de cocaína en Colombia, algo que tiene entre los
palos a las autoridades venezolanas, eficientes intermediarias del ese comercio
y a los norteamericanos, principales consumidores del estupefaciente. Nihil
novum sub sole.
Es decir, no mucho ha servido el
avance tecnológico si aún tenemos antisemitismo, drogas, clima, corrupción y
muchas otras “perversiones” humanas que nos han caracterizado desde épocas
remotas. A pesar de la tecnología y de las afortunadas coincidencias físicas
que plantea S. Hawking, seguimos siendo humanos, tan humanos, tan homo
sapiens, como el vecino no importa en cuál entorno nos encontremos.
La rueda, el fuego, el cine, y toda
una cadena de artilugios ingenieriles y etcéteras, han hecho de este un mundo
más acelerado, interconectado e hiperinformado. No importa. Únicamente la
creencia en un Dios sobrenatural, rector de rectores, es lo que ha guiado a
esta humanidad, como un pastor que lleva a su manada por el camino ¿del
castigo? o de la redención.
Desde la escasa altura de mis siete
décadas, no puedo dejar pasar este fin de año, sin repensar la dinámica social
que nos ha puesto en la antigualla talibán y en la realidad de Ucrania-Rusia,
mientras Colombia lidera la amenaza bélica aérea regional y Venezuela
usufructúa los beneficios propagandísticos de El Súper Bigotes. Así terminamos
el 2022 y nos abrimos a un 23 ojalá con mejores perspectivas, si el Becerro de
Oro no nos envenena.