Por José Leonardo Rincón, S. J.*
Lo dejo claro de entrada: soy respetuoso de la diversidad, de aceptarnos como diferentes, de la tolerancia… El ser católico precisamente significa eso: universal, plural, abierto, para todos, incluyente. Y eso vale para raza, lengua, género, religión, opción sexual, condición económica, ideología política. Soy así y pido que así lo seamos todos. Es la condición básica, elemental, para poder convivir como seres humanos y soñar que un mundo mejor es posible.
Por eso me sentí desconcertado, por no decir abrumado y descompuesto, con una solicitud que algunos dizque están haciendo y es pedir que los próximos días no se llamen Navidad, expresión que los ofende, sino alegres festividades. No. Qué pena, pero no. Navidad es Navidad y así debe llamarse, gústenos o no. Es una fiesta del cristianismo que celebra el nacimiento de su Dios hecho hombre y punto. Es como si yo me sintiera ofendido por el Ramadán Islámico y dijera que ahora debe llamarse jornadas de adelgazamiento y que me ofende que las llamen Ramadán. O si les dijera a los judíos que su jornada penitencial del Yom kippur me ofende y que deben cambiarle el nombre por día del amor. No. ¿Por qué tengo que irrespetar a otros para que se acomoden las cosas a mis caprichosos gustos? No señores, las cosas deben llamarse por su nombre.
Qué tal que cambiáramos el nombre del 7 de agosto, día de nuestra independencia nacional y que recuerda la batalla de Boyacá por el día de la cabalgata boyacense, porque hay unos que se ofenden con ese nombre. Absurdo. Como ridículo sería que el 11 de noviembre que celebra la liberación de la sufrida Cartagena de quienes fueron sus tiranos opresores, porque algunos les ofende esa memoria, tuviésemos que cambiarla por la fiesta del desfile de balleneras. No, no y no.
Los sinvergüenzas quieren quedarse con la fiesta, vacacionando a costa de la memoria de todo un pueblo, con la forma, pero sin el fondo. La significación de tamañas celebraciones quieren alterarla cambiando significante y significado. Ya la Semana Santa es pachanga santa, el puente más largo del año, vacaciones o receso intersemestral que se disfruta a costa de una memoria, pero que desde el punto de vista religioso ya no le dice nada a muchos. Simplemente son vacaciones. Si tanto los ofende, si no les dice nada, entonces suprímanse del calendario esos días y que sean días normales laborales, porque ya no habría motivo para celebrar. Eso sí que sería lo justo.
Cuando Pepita celebra su cumpleaños el 14 de abril o Juanito el suyo el 18 de septiembre, eso a mí no me dice nada y no tengo motivos para celebrar y hacer fiesta, pero para ellos sí y quieren hacerlo. Entonces, los respeto y que sean felices en su día, pero no tengo ninguna autoridad moral para prohibirles que lo hagan, que lo celebren con los suyos y que sean felices. Mucho menos tengo razones para sentirme ofendido porque ellos celebran. Hay que vivir y dejar vivir. Lo que faltaba es que unos cuantos vergajos que se escudan con el remoquete de defensores de la libertad y la pluralidad nos quieran obligar ahora a ser como ellos. ¡Ni más faltaba!
Si no les gusta que Navidad se llame Navidad, es su problema. No se ofendan. Hagan sus oficios, trabajen, hagan lo que quieran, pero déjennos a los cristianos celebrar en la fe la fiesta del Dios con nosotros. Como yo no tengo por qué estar ofendido con Pepita y Juanito cuando ellos quieren celebrar sus cumpleaños, o con mis hermanos judíos o árabes cuando quieran ellos celebrar sus fiestas. Se les respeta y punto. Las cosas por su nombre. No se diga más.