Por John Marulanda*
Lo sucedido en
Brasil puede tener muchos nombres. Y como siempre, chocan la escuela
materialista, el número de votos, versus la escuela espiritualista, lo
colectivo del deseo. Del deseo humano que es insaciable, aunque limitado, con
algunas honrosas excepciones debidamente registradas en los anales históricos.
Volar, por ejemplo.
La ganancia de Lula
nos plantea, cuatro días después, un panorama político complejo por no decir
preocupante. Todo el continente latinoamericano, con dos o tres honrosas y
pequeñas excepciones, se tiñe de rojo, justo ahora que los militares brasileros
parecen haber metido baza en las tales elecciones. No sabremos si el ganador
hizo trampa, pero sí estamos seguros de que ganó por una mínima diferencia al
presidente en ejercicio, característica común a todos los gobiernos de la
izquierda en el poder, en México, Argentina, Chile, Perú, Bolivia y Colombia,
por supuesto. Aquí, Petro ganó por escasos 700 mil votos, algo mínimo si se
compara con otras contiendas electorales internas previas.
Los partidos
tradicionales que han querido mostrar su casta en las últimas semanas, se han
cobijado bajo la tutela y guía de los nuevos mandatarios que siempre, a
diferencia de sus antecesores, buscan conciliar con sus enemigos ideológicos.
La izquierda de hoy, es lo rosado progre de la extrema zurda, algo que llama la
atención y exhala cierto vaho de tranquilidad, aunque muchos analistas prevén
un futuro de extremos, como en los casos de Cuba o Nicaragua o la misma
Venezuela.
Muy complejo para
el actual presidente Petro, lidiar con 50 millones de habitantes (52 con los
desplazados forzados de Venezuela) cuya característica principal es la
vacilación. Colombia no ha sido de izquierdas, ni marxista, ni mucho menos
maoísta, para no mencionar al castrismo, una vulgar banda de tránsfugas que
dizque “liberaron” zonas a través de su unigénito ELN, sobre cuyo sexto intento
de diálogo pedirá su colaboración el presidente colombiano al sátrapa Maduro, a
fin de traerlos a la carreta de la tal “paz total”. A nadie se le niega un
voto, reza un adagio electoral muy común y es de entender que en la línea de
valores, actitudes y comportamientos conductistas de B. F. Skinner (1904-1990),
la debilidad en los valores llena de interrupciones las actitudes y vuelve
errático el comportamiento final, el voto, que siempre identifica a las
sociedades maduras y de avanzada.
Ni en Colombia, ni
mucho menos en Brasil, que parece un continente con más de 215 millones de
ciudadanos, se da esa efervescencia democrática de elegir con pragmatismo y
buscando el bien comunitario. El CVY, o “Cómo Voy Yo”, parece ser el
denominador común de la gente del pueblo, subyugada por la necesidad diaria de
sobrevivir a pesar de las dificultades. “El más amigo es traidor y el más
verdadero miente” como reza la fábula. Y un voto secreto, en medio de la
clase alta o media, y en un lugar cómodo, oculta la verdadera intención que
fácilmente puede marcar a un candidato de izquierda para que llegue al poder y
empiece a generar incertidumbre con sus decisiones. Tal como lo ha hecho Petro
estas semanas y como lo percibimos para Lula como presidente electo.
“Las relaciones
entre Colombia y Brasil serán estrechas” dijo Petro que le dijo Lula en una
llamada telefónica y en respuesta a un encendido “Viva Lula” que el
mandatario colombiano había tuiteado.
Entretanto se
aclara el enredo electoral en Plan Alto, Petro pagó la primera visita al
dictador Maduro buscando tres objetivos principales: regularizar el comercio
fronterizo, convencerlo de la necesidad de que avenga al ELN a un nuevo proceso
de paz e inducirlo a que se reintegre como miembro de la OEA y de la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos, justo ahora que está siendo señalado de
violaciones a los mismos DDHH que olímpicamente ignora.