miércoles, 2 de noviembre de 2022

Las reencarnaciones del eterno KGB

José Alvear Sanín
Por:
José Alvear Sanín*

Entre las muchas citas apócrifas de Winston Churchill circula aquella de que “Rusia es un enigma envuelto en un acertijo dentro de un laberinto”, para significar la dificultad de acertar cuando se trata de comprender e interpretar las decisiones y actuaciones del Gobierno de ese país a lo largo de la historia.

Catherine Belton fue corresponsal durante seis años del Financial Times en Moscú y aguda periodista de investigación en Reuters. Es autora del libro Los Hombres de Putin (Ariel- Planeta Colombiana, Bogotá, 2022), que lleva como subtítulo Cómo el KGB se apoderó de Rusia y se enfrentó a Occidente, calificado por The Sunday Times como “el libro del año 2021”. Este gran estudio ilumina muchos aspectos sorprendentes, desconocidos y desconcertantes del verdadero poder en Rusia.

La gran investigación de Ms. Belton, de 695 páginas, está respaldada por 152 de apretadas notas. Sus protagonistas son los centenares de “oligarcas” que se repartieron los despojos económicos de la URSS, comunista, despótica e improductiva, sobre los cuales construyeron enormes emporios comerciales, industriales y financieros.

En su mayor parte estos magnates, antes de la Perestroika y de la eliminación del Partido Comunista bajo Yeltsin, fueron cuadros del KGB o altos funcionarios que dirigían sectores económicos, fábricas, regiones, etc., pero también surgieron jóvenes emprendedores que edificaron colosales empresas y fortunas mientras el tránsito hacia la economía de mercado causaba los traumatismos sociales que nos ha descrito de manera incomparable Svetlana Alexiévich en El fin del homo sovieticus, del que hace poco nos ocupamos.

Tambaleante, alcoholizado y manipulado por sus corruptos familiares, Yeltsin es sucedido por Putin en 1999, una figura secundaria procedente del KGB, aupado a la Presidencia precisamente por esa tenebrosa agencia.

El libro de Catherine Belton se ocupa del acceso de Putin, de su consolidación, de la infinita y lucrativa corrupción que lo ha enriquecido desmesuradamente, y de cómo se ha convertido en dictador omnipotente, empeñado en la recuperación del poderío de la antigua gran potencia, motivado siempre por un rechazo profundo y revanchista de todo lo occidental. Fue escrito antes del inicio de la pandemia, y por tanto no se ocupa de la infame guerra contra Ucrania, pero no ha perdido su interés. Por tal razón lo recomiendo, pero me alejo de su tratamiento de la actualidad, para referirme más bien a lo que se infiere de su lectura sobre la verdadera fuente del poder en Rusia a partir de 1917.

El monolítico comunismo soviético parecía destinado a conquistar y dominar el mundo: gobernaba el mayor imperio territorial; tenía inmenso poder nuclear; ejercía una dictadura aterradora e implacable y dirigía un partido revolucionario profesional que operaba en todos los países.

El Kremlin se presentaba como una fuerza inconmovible cuyo poderío crecía sin parar. Nadie pronosticaba la caída de la URSS, con excepción de Emmanuel Todd con La Chute Finale (1976), que preveía la implosión de un modelo incapaz e improductivo que había hecho de la URSS una potencia nuclear con nivel de vida africano, carcomida por la ineficiencia, la corrupción, el alcoholismo masivo, una industria anquilosada y atraso tecnológico, salvo en armamento atómico.

La caída llegó más bien con la llegada a la Presidencia de Mijail Gorbachov, quien a partir de 1990 intentó modernizar, moderar y reformar el régimen comunista. Su Perestroika no tuvo éxito porque consistía apenas en remedios caseros dentro de la ortodoxia comunista, obviamente insuficientes. Por esa razón, de repente el partido único fue destronado por Yeltsin (1993 y siguientes años), quien decretó el retorno a la economía de mercado y las libertades individuales.

Lo que siguió fue increíble: la reunificación alemana; la libertad de los países satélites; la eliminación del enorme subsidio a Cuba; la cesación del apoyo a las guerrillas africanas y latinoamericanas; la economía de mercado; la agricultura privada; la libertad individual y religiosa; la emancipación de varias repúblicas de la extinta URSS, etc.

¡Que todo eso hubiera sido hecho por quienes habían llegado a ser los jefes del PC-URSS, siempre me pareció inexplicable, pero el libro de Catherine Belton me revela que realmente Gorbachov primero, y Yeltsin luego, con la ilegalización del partido comunista, actuaban a órdenes del KGB!

A partir de la Revolución de Octubre ese organismo constituía en realidad el verdadero poder en la Unión Soviética, primero como CHEKA; luego como NKVD; más tarde como KGB, que a finales del siglo XX, caído el comunismo, se transformó en FSB. Estas siglas indican diferentes grados en el ejercicio del terror.

La dirección del KGB fue evolucionando entonces hasta comprender que había que derrocar el partido y establecer la economía de mercado para impedir el colapso total del país; y también para el fenomenal enriquecimiento de sus apparatchik, que ya habían transferido inmensos capitales a paraísos fiscales y a países capitalistas.

Más tarde, a medida que una economía libre empezaba a amenazar el poder del KGB, esa organización planta a Putin en la Presidencia, tanto para reforzar su control sobre el gobierno como para dominar y dirigir la economía, hasta llegar a la situación actual, en la que todos los grandes negocios dependen de la combinación entre el actual FSB y la tenebrosa Solntsevskaya, la mafia rusa del crimen organizado. Quien se aleja de esta combinación va a la cárcel, como hemos visto con tantos oligarcas caídos en desgracia y cuyas empresas son luego ocupadas por amigos de ese binomio.

Cuando reflexiono sobre el poder indiscutible, corrupto y perenne del mecanismo del terror, originado por Lenin con la Cheka, llego a la triste conclusión de que existen poderes imprescriptibles, seculares y secretos que pasan dominando de generación en generación, como la mafia italiana, la masonería, la yakuza japonesa, el KGB. En nuestra América, el Ejército cubano y la Fuerza Armada Bolivariana — versiones criollas del KGB—  ejercen el gobierno y explotan todas las empresas en Cuba y Venezuela. Y así sucesivamente hasta llegar a Colombia, donde ya no es ocultable la alianza entre mafia y comunismo, que se dirige hacia el establecimiento y consolidación del narcoestado totalitario inconmovible y permanente.